“YO SOY LA ABOGADA DE MI MADRE” — DIJO LA NIÑA AL JUEZ: ALGO INCREÍBLE SUCEDIÓ…
Una niña de 8 años se presentó como abogada de su madre en pleno tribunal. Nadie esperaba que sus palabras cambiarían todo para siempre. Lucía Esperanza Morales tenía solo 8 años cuando decidió que se convertiría en abogada de su propia madre. No porque lo hubiera visto en la televisión o porque alguien se lo hubiera sugerido.

Lo decidió porque esa mañana del lunes 15 de octubre, mientras desayunaba sus cereales en la mesa de la cocina, escuchó a su mamá llorando en el baño por tercera vez esa semana. Carmen Morales salió del baño con los ojos rojos tratando de sonreír para que su hija no se preocupara. Pero Lucía ya había aprendido a leer las señales cuando su mamá se demoraba mucho en el baño por las mañanas, cuando hablaba en susurros por teléfono, cuando guardaba papeles importantes en una caja de zapatos debajo de su cama, algo malo estaba pasando. “Mami, ¿por qué estás triste otra vez?”, preguntó Lucía,
dejando su cuchara en el tazón. tenía el cabello recogido en dos coletas perfectas que Carmen le había hecho con mucho cuidado y llevaba su uniforme escolar limpio y planchado. A pesar de todos los problemas, Carmen nunca había dejado que su hija se viera descuidada. No estoy triste, mi amor.
Solo tengo un poquito de dolor de cabeza”, mintió Carmen, acercándose para darle un beso en la frente. Apúrate que se te va a hacer tarde para el colegio. Pero Lucía no era una niña cualquiera. Desde muy pequeña había demostrado una inteligencia que sorprendía a sus maestros y preocupaba a su madre. No porque fuera malo ser inteligente, sino porque Lucía veía cosas que una niña de su edad no debería ver.
Esa misma tarde, cuando Lucía volvió del colegio, encontró a su madre sentada en la sala, con una carta arrugada entre las manos. Su rostro estaba pálido, y las lágrimas le caían sin control.
—Mami, ¿qué pasa? —preguntó la niña, dejando su mochila en el suelo.
Carmen respiró hondo antes de responder.
—Nos van a quitar la casa, Lucía… El banco dice que no he pagado lo suficiente y que mañana tengo que presentarme en el tribunal.
Lucía frunció el ceño.
—¿Y quién te va a ayudar?
—Una abogada del Estado, pero me dijeron que el caso está casi perdido.
Lucía no habló más. Caminó hasta su habitación, cerró la puerta y se quedó mirando los diplomas que su madre había colgado en la pared: “Mejor mamá del mundo”, “La más fuerte”, escritos por ella misma con crayones.
Esa noche no durmió. Se sentó en su escritorio con una lámpara pequeña, dibujando en una libreta un plan que solo una mente inocente y valiente podría imaginar.
Al día siguiente, Carmen entró al tribunal temblando. Vestía su blusa más sencilla y llevaba los papeles en una carpeta vieja. Pero lo que nadie esperaba era que, detrás de ella, entrara Lucía, con un pequeño maletín de juguete y el rostro lleno de determinación.
—Niña, esto no es un lugar para jugar —dijo el guardia en la puerta.
Lucía lo miró con firmeza.
—No estoy jugando. Soy la abogada de mi mamá.
El murmullo se extendió por toda la sala. Los presentes se miraban confundidos, algunos sonriendo con ternura, otros incrédulos.
El juez, un hombre mayor de cabello blanco, golpeó suavemente su mazo.
—¿Podría saber quién eres, pequeña?
—Mi nombre es Lucía Esperanza Morales, señor juez —dijo con voz clara—. Y hoy voy a defender a mi mamá porque nadie más lo va a hacer como yo.
Carmen intentó detenerla, pero el juez levantó una mano.
—Deje que hable. Quiero escucharla.
Lucía subió al estrado con pasos lentos, sus manos temblaban un poco, pero su mirada no. Abrió su cuaderno de notas, donde había copiado frases de películas, libros escolares y hasta versículos de la Biblia.
—Mi mamá trabaja todo el día, señor juez. Lava ropa, limpia casas, cuida a personas mayores. No tiene tiempo para descansar, pero siempre tiene tiempo para mí. Ella paga todo lo que puede, incluso cuando no tiene. ¿Y por eso la quieren castigar?
La sala quedó en silencio. El juez bajó la mirada, los abogados del banco se removieron incómodos en sus asientos.
—A veces la justicia olvida que detrás de los papeles hay personas —continuó Lucía, con la voz quebrándose—. Pero yo no me olvido. Mi mamá me enseñó a decir la verdad, y la verdad es que ella no merece perder su casa.
Carmen ya no podía contener las lágrimas. A su alrededor, incluso los funcionarios más fríos se limpiaban los ojos en silencio.
El juez respiró profundamente, se quitó los lentes y dijo:
—Nunca había escuchado una defensa tan pura… El tribunal tomará esto en consideración. Caso suspendido por revisión.
Lucía bajó del estrado corriendo hacia su madre. Carmen la abrazó tan fuerte que parecía no querer soltarla nunca.
—Lo hiciste, mi amor… —susurró entre sollozos.
Lucía sonrió.
—Te lo prometí, mami. Te iba a defender.
Y aquel día, el tribunal entero aprendió algo que ningún libro de leyes enseñaba: a veces, la justicia necesita la voz de un corazón valiente para recordarle qué significa realmente ser justa. ❤️