“YO NO FUI AL FUNERAL DE MI MADRE”

“YO NO FUI AL FUNERAL DE MI MADRE”

Y eso no me hace menos hijo

La gente me juzgó. Lo sé. En el pueblo se corrió la noticia en menos de una hora:

—“¿Sabías que Jorge no fue al entierro de su madre?”
—“Qué clase de hijo hace eso…”
—“Pobre mujer, y cómo lo crió.”

Nadie sabía que llevaba tres noches sin dormir.
Nadie sabía que pasé la última semana bañándola, cambiando sus sábanas y limpiando la sangre que a veces escupía.
Nadie supo que yo fui el que la sostuvo cuando gritaba de dolor.
Ni que me dijo, un día antes de morir:

—No quiero que vayas a mi funeral, hijo.
—¿Por qué dices eso, mamá?
—Porque no quiero que la última imagen que tengas de mí sea en una caja. Quiero que me recuerdes viva. Con mis ojos bien abiertos. ¿Me lo prometes?

La promesa pesó como un yunque cuando escuché los rezos.
Cuando vi salir el cortejo por la ventana.
Cuando mis primos me miraron como si fuera el peor ser humano de la tierra.

Pero yo me quedé sentado en la cocina, con su taza de café aún caliente entre las manos.
Miré su silla vacía.
Y lloré.
Lloré hasta secarme por dentro.

Mi madre sabía lo que hacía.

Ese día, supe que no todos los adioses deben gritarse.
Algunos se susurran en silencio, se guardan en el pecho, se honran viviendo.

No todos los duelos se viven igual.
A veces, el amor verdadero no se demuestra en un funeral…
sino en las noches en vela,
en los silencios compartidos,
en las promesas que se cumplen cuando nadie