Y entonces me di cuenta. Bajo sus pies, en el suelo del coche, había una mancha grande, húmeda y oscura que se extendía lentamente, impregnando la alfombra. Sangre.
Todo cambió en cuestión de segundos. Alarma y profesionalismo en el área inmediata. Mi mirada se deslizó de su rostro pálido al asiento trasero. Allí, vestido con una chaqueta, yacía un hombre, con la cabeza apoyada en la ventana, con el rostro tan pálido como el del conductor. Un trapo ensangrentado le rodeaba el brazo con fuerza y respiraba con dificultad.

—Por favor… ayúdelo… —susurró la mujer, con los ojos llenos de lágrimas—. Se cortó gravemente con un destornillador mientras trabajaba en la obra. Intenté detener la hemorragia, pero… era demasiado profunda. El hospital más cercano está a más de 30 minutos. Sabía que estabas aquí, en este tramo de carretera… Vi tu coche. Intenté detenerme, pero al verte salir, tuve el impulso de acelerar, para no perder tiempo… Lo siento mucho…
Mi corazón latía con fuerza. La situación había cambiado radicalmente. Ya no se trataba de una simple infracción, sino de una emergencia médica extrema. Mi compañero, que había permanecido al volante de la ambulancia, comprendió de inmediato la gravedad de la situación por mi expresión. Estoy dispuesto a recibir un servicio inmediato de urgencia y solicitar un SMURD (el equivalente francés de ambulancia de emergencia).
—Entiendo la situación, señora. ¡Ahora sígame! —ordené sin dudarlo.
El procedimiento habitual de la multa se olvidó. Llevamos a la mujer conmocionada, con el hombre herido en el coche, al punto de encuentro más cercano con la ambulancia, que ya estábamos esperando, alertados por radio. Las luces intermitentes de nuestra ambulancia nos abrieron paso, transformando el coche gris en un convoy de emergencia temporal. La velocidad, que hacía unos minutos había sido un delito, se había convertido en una necesidad vital.
Tras un minuto que pareció eterno, nos encontramos con la ambulancia. Los paramédicos atendieron de inmediato al hombre herido, que aún estaba consciente, pero muy débil. Recordé las expresiones de alivio y horror de la mujer mientras trasladábamos a su esposo a especialistas.
Más tarde, fui al hospital para revisar el estado del hombre. El médico confirmó que había llegado al límite. Había perdido mucha sangre y el corte era muy profundo, tocando una arteria. Con unos minutos más de retraso, las consecuencias podrían haber sido trágicas.
En circunstancias extremas, la ley es la ley. La mujer finalmente recibió una multa por exceso de velocidad. Pero como agente, incluí en el informe una solicitud oficial de reducción de la sanción, detallando el contexto de desesperación y absoluta urgencia. El juez, a su vez, tuvo en cuenta estos argumentos.
Este incidente ha quedado profundamente grabado en mi memoria. Me mintió al decir que detrás de cada infracción de la ley puede haber una compleja historia humana. A veces, el pánico y la desesperación pueden llevar a decisiones equivocadas, pero llenas de intenciones que, en esencia, son nobles. No me arrepiento de haberlo hecho. Todo lo contrario. Estuve allí precisamente para ofrecerle la ayuda que necesitaba, de una manera que, en su desesperación, no podría haber imaginado. Fui, por unos instantes, su ángel de la guarda sobre el asfalto, con una luz azul intermitente y una sirena. Y eso es lo más importante de nuestro trabajo.