Mi tía me quemó la cara con agua hirviendo. Ahora soy yo quien la alimenta. Tenía apenas ocho años cuando el grito de mi piel ardiendo marcó mi vida para siempre. Mi tía, la misma que debía cuidarme, me arrojó agua hirviendo sin piedad. Las cicatrices nunca se borraron, ni en mi rostro ni en mi corazón. Años después, el destino dio un giro cruel: ella quedó postrada, incapaz de valerse por sí misma. Y ahora soy yo quien sostiene la cuchara que la mantiene viva.
Rejoice solo tenía ocho años cuando su vida cambió para siempre. Su madre murió al dar a luz a su hermanito, y su padre —un…









