Nicolasa “Nico” Ramírez, 79 años, había pasado toda su vida escuchando rancheras en la radio. Pero, en secreto, cuando nadie la veía, subía el volumen de las canciones de rock que ponía su nieto adolescente.

Nicolasa “Nico” Ramírez, 79 años, había pasado toda su vida escuchando rancheras en la radio. Pero, en secreto, cuando nadie la veía, subía el volumen de las canciones de rock que ponía su nieto adolescente. Siempre pensó que nunca tendría la oportunidad de sentir en vivo esa energía.

En la misma residencia vivía Evaristo Medina, 83 años, que de joven había tocado la batería en una banda amateur. Nunca lograron fama, y tras casarse, guardó las baquetas en un cajón. Pero en su corazón seguía latiendo aquel ritmo salvaje.

Una tarde, Nico comentó:
—Siempre soñé con ir a un concierto de rock… pero ya se me pasó el tren.
Evaristo la miró con chispa en los ojos.
—¿Pasado? ¡El tren todavía está en marcha! ¿Qué tal si vamos juntos?

Cuando lo contaron en casa, sus hijos reaccionaron como era de esperar:
—¡Mamá, ahí solo hay jóvenes, empujones y ruido infernal!
—Papá, a tu edad no deberías estar saltando entre multitudes.

Pero Nico y Evaristo decidieron no pedir permiso. Vendieron unas antigüedades que guardaban y compraron dos entradas para el concierto de una banda legendaria que tocaba en la ciudad.

El día del evento, Nico se puso una camiseta negra enorme con una calavera brillante, y Evaristo desempolvó una chaqueta de cuero que llevaba décadas guardada. Al llegar al estadio, los jóvenes los miraban como si fueran parte del espectáculo.

Cuando empezó la música, la tierra tembló. Guitarras eléctricas, baterías desbocadas, luces rojas y humo en el aire. Nico levantaba los brazos como si tuviera veinte años, y Evaristo, con lágrimas en los ojos, gritaba la letra de cada canción.

—¡Esto es libertad! —gritó ella, saltando al ritmo de los acordes.
—¡Esto es vida! —respondió él, con la voz quebrada de emoción.

En mitad del concierto, la cámara gigante enfocó a los dos ancianos bailando y besándose entre la multitud. El público entero estalló en aplausos. Alguien subió el video a internet con el título: “El rock no envejece: los abuelos de la primera fila”. En pocas horas ya era viral.

Al salir, con los oídos zumbando y la garganta ronca, se sentaron en una banqueta callejera a compartir una hamburguesa grasienta y dos refrescos. Nico lo miró emocionada:
—He esperado toda una vida para esto.
Evaristo apretó su mano, todavía temblando por la adrenalina.
—Y yo he esperado toda una vida para compartirlo contigo.

En su libreta de aventuras, escribieron juntos:
“Hoy descubrimos que el rock no tiene edad. Que nunca es tarde para gritar, saltar y amar en primera fila.”