Mi nombre es Amina Kalume, nací en un pequeño poblado al este del Congo, donde el sol calienta la tierra, pero no alcanza a calentar los corazones de quienes callan lo que nunca debió suceder.

“Yo también tenía miedo… pero hablé”

Mi nombre es Amina Kalume, nací en un pequeño poblado al este del Congo, donde el sol calienta la tierra, pero no alcanza a calentar los corazones de quienes callan lo que nunca debió suceder.

Tenía 17 años cuando me prometieron con un hombre que doblaba mi edad. Mi madre me dijo que era “un buen partido”. Tenía vacas, tierras, un coche. Yo solo tenía miedo.

—¿No puedes decir que no? —le pregunté a mi madre.

Ella bajó la mirada.

—Amina, tú sabes que aquí las mujeres no decimos eso.

Las primeras semanas fueron silencio. Luego vinieron los gritos. Después, los golpes. Un día, me rompió el labio con una cuchara de metal porque “miré demasiado al joven del mercado”.

Fui a ver al sacerdote. Me miró, suspiró, y dijo:

—Hija, sé buena esposa. No le des razones para enfadarse.

Y yo me fui, sangrando por dentro.

A los 23 años, logré huir. Cruzar la selva no fue tan difícil como cruzar la frontera del miedo. Viví en un centro de mujeres en Kinshasa. Aprendí a leer. A coser. A hablar sin que se me quebrara la voz.

Ahora soy madre de dos niñas. La mayor tiene 12.

El otro día, regresó llorando de la escuela.

—Un chico me jaló el vestido. Dijo que era suya porque me regaló un jugo.

Mi sangre se heló. Me senté con ella y le dije:

—Nadie te posee por darte nada. Ni jugo. Ni joyas. Ni casa. Eres tuya. Y si alguien te hace sentir menos, hablas. ¿Me oyes? Hablas.

Ella me miró sorprendida.

—¿Y tú hablaste, mamá?

Tragué saliva.

—No. Pero tú sí lo harás.

Semanas después, conté mi historia en una radio local. Con miedo. Con la voz rota. Pero la conté.

—¿No tienes vergüenza? —dijo un vecino.

—La vergüenza no es mía —respondí—. La vergüenza es de quienes callan para proteger a los culpables.

Esa noche me llegaron cinco mensajes de otras mujeres: “Gracias”. “Me pasó lo mismo”. “Pensé que era la única”.

Hoy soy Amina Kalume. Antes me llamaban “la mujer que huyó”. Ahora soy “la que habló”.

Y si algo quiero dejarle al mundo es esto:

A veces, romper el silencio no cambia el pasado. Pero cambia el futuro.

Y en un lugar donde nadie decía nada… una mujer del Congo decidió hablar.