Mi madrastra no me deja beber agua; cada mañana solo me permite tomar una cucharada de leche. Le miente a mi padre diciéndole que ya he desayunado, y si no obedezco lo que me dice, me llamará a su habitación esa mañana y entonces…

Mi madrastra no me deja beber agua. Cada mañana, solo me permite mezclar una cucharadita de leche con agua. Le miente a papá diciendo que ya he desayunado. Y si no le obedezco, me llama a su habitación esa mañana y…

Papá, no sé cómo decirte esto, por eso he reunido valor para escribirte. Tal vez nunca te dé este libro para leer, pero si algún día lo encuentras, por favor, créeme.

Cada mañana, cuando estás ocupado con el trabajo, mi madrastra me despierta. Tengo mucha sed, la garganta seca, pero no me deja beber agua. Me da un vaso de leche en una taza de acero—pero solo una cucharadita, tan diluida como el agua. Me la bebo rápido, pero no llena mi estómago.

Luego, cuando preguntas:
—¿Desayunaste?
Ella sonríe de inmediato:
—Ya comió. Yo me encargué de todo.

Tú te quedas tranquilo, pero yo voy a la escuela con el estómago vacío.

Papá, ¿sabes? Si desobedezco, después del desayuno, mamá me arrastra a la habitación. La puerta se cierra. Entre cuatro paredes frías, me obliga a recibir bofetadas, una tras otra. Cuando lloro, me dice con voz helada:
—Llora, ojalá tu papá te escuche. Vamos a ver si eliges a tu papá o a tu vida.

Tengo mucho miedo, papá. Pero después ocurrió algo aún más terrible…

Anoche, mamá gritó:
—No mereces tu cama, ni una manta, ni una almohada.

Entonces me acostó en una estera, en el pasillo de piedra fría. A medianoche, temblaba por el viento, mi estómago rugía de hambre, mientras tú y mamá dormían profundamente en la otra habitación.

Muchas veces quise correr a abrazarte, contarte todo, pero la mirada afilada de mamá me paralizaba. Temía que si decía algo, el día siguiente sería aún peor.

Papá, extraño mucho a mi verdadera madre. Extraño el arroz con lentejas bien caliente, un vaso entero de agua y un abrazo lleno de amor. Pero parece que esas pequeñas cosas ahora están muy lejos…

Ojalá leas esto algún día, papá. Ojalá me creas. He intentado ser fuerte, pero a veces siento que ya no puedo soportarlo más.

A la mañana siguiente, fui a la escuela con la lonchera vacía. Mis labios estaban secos y agrietados. Durante la ceremonia del izado de bandera bajo el tricolor, sentí que mi cabeza daba vueltas. La directora, la señora Verma, me vio y me llevó a la sala médica. Me dio un vaso de acero lleno de agua fría.

Después de beberlo, quise llorar… Era el primer vaso de agua completo en muchos días.

—Hija, ¿pasa algo en casa? —preguntó suavemente.

Asentí con la cabeza. Pero cuando me dio un cuaderno marrón y dijo:
—Si no puedes hablar, escribe.
Mis manos comenzaron a temblar.

Esa tarde, lo escribí todo: el vaso de leche aguada, la botella de agua con candado, la puerta cerrada, las bofetadas, la estera en el pasillo de piedra fría…

La primera grieta

Por la tarde, debido a la lluvia del monzón, papá llegó temprano a casa. Al verme en el pasillo, preguntó:

—¿Has bebido algo?

Miré hacia la botella de agua cerrada con una pequeña cadena en la cocina. La madrastra sonrió:

—Bebió leche. Yo me encargué.

Papá guardó silencio. Notó que la cremallera de mi mochila estaba abierta. Vio el cuaderno marrón. Lo abrió. La tinta aún estaba húmeda porque mis manos sudaban.

Papá lo leyó lentamente. Sus labios apretados. Su mano se detuvo en una línea:

“Si tuviera que elegir entre mi papá y mi vida, tengo miedo…”

Papá levantó la vista. Su voz era grave:

—Neha, trae la llave de la botella de agua. Y no me toques con un solo dedo.

La madrastra cambió su expresión, nerviosa, dijo:

—¡Está mintiendo! ¡Yo le enseñé eso!

Papá no discutió. Frente a ella, marcó 1098—la línea de ayuda infantil. Luego llamó a la señora Verma.

—Mañana, reúnanse conmigo en el edificio del panchayat. La jefa del pueblo y la unidad de protección infantil del distrito estarán presentes.

Esa noche, no dormí en el pasillo. Papá extendió una manta en la sala, colocó una jarra llena de agua junto a mí y dijo:

—Desde ahora, nadie volverá a negarte el agua.

Por la mañana, el edificio del panchayat estaba lleno: la jefa del pueblo, la señora Verma, trabajadoras del anganwadi, dos policías de la estación local. La vecina, la señora Sunita, testificó que dos veces había visto a una niña acurrucada en el suelo del pasillo durante la noche.

El guardia de seguridad mostró las grabaciones del pasillo. Aunque borrosas, mostraban claramente la sombra de una mujer caminando sobre una estera, haciendo el gesto de “cállate”.

La madrastra intentó reír. Luego rompió en llanto. Después, gritó. Pero el video y el diario de su hijastra estaban sobre la mesa.

La señora Verma abrió una página del diario y leyó:

—“Tengo tanta sed que hasta tragar saliva duele.”

El silencio llenó el salón.

El sarpanch (líder del consejo) habló en voz baja:

—Según la Sección 75 de la Ley de Justicia Juvenil (India, 2015), cualquier acto de crueldad, negligencia o humillación hacia menores será sancionado.

Se dictó una orden de protección inmediata:
La señora Neha no puede acercarse al menor.
El caso fue enviado al Comité de Bienestar Infantil (CWC) y al Departamento de la Mujer y el Niño.

Un oficial invitó a la madrastra a retirarse. Ella, girando, dijo al niño:

—Te crié. ¿Así me lo pagas?

El padre se puso delante de su hija:

—Yo permití que mi hija sufriera. Ella no.

Perdón y Regreso

Por la tarde, papá llevó a la niña a casa de su madre biológica. El aroma del arroz con lentejas y jengibre llenó el ambiente.

Mamá abrazó a la niña, que temblaba de los hombros. Papá bajó la cabeza:

—Estaba ciego. Perdóname, cariño. Perdóname, hija.

Mamá no lo culpó. Solo le ofreció un vaso de agua lleno:

—Bebe, hija. Desde ahora, no necesitas pedir permiso para beber agua.

Esa tarde, papá se sentó con ella y escribió una solicitud para terapia psicológica, tanto para él como para su hija.

Al día siguiente, el CWC decidió:
—La niña vivirá en custodia compartida entre padre y madre.
—Un equipo de consejeros supervisará de cerca.
—La madrastra fue excluida por completo, obligada a participar en terapia y rehabilitación.
—El caso fue considerado criminal bajo la Sección 75.

Audiencia final y “un cierre justo”

Un mes después, en la Corte de Familia del distrito, la madrastra se presentó con un abogado. Intentó disfrazar el abuso como “disciplina”. Pero el video, el diario, la evaluación psicológica y los testigos destruyeron su defensa.

El juez leyó la sentencia:

  • Dos años sin contacto con el menor.

  • Servicio comunitario y terapia obligatoria por seis meses.

  • Multa + pena suspendida bajo la Sección 75, registrada en antecedentes.

  • La custodia plena fue reforzada a favor del padre, con supervisión del CWC.

  • La madrastra cayó de rodillas. Miró al niño, pero ella no necesitó mirar atrás.

    Tomé la mano de papá. Desde el asiento trasero, la señora Verma asintió. La tía Sunita sonrió, con lágrimas en los ojos.

    Epílogo: Agua, voz y amor

    Fuera del juzgado, el sol comenzaba a caer. Papá se inclinó y me dijo tres palabras:

    —Papá se equivocó.

    Yo respondí:

    —Tengo sed.

    —Papá entendió —dijo, mientras abría una botella, llenaba un vaso de acero y lo colocaba en mi mano—.
    Desde ahora, nadie volverá a quitarte el agua, tu voz, ni tu derecho a amar.

    Bebí de un trago. El agua