Mi esposo me consintió durante 34 años… hasta que mi cuñado donó sangre y descubrí su secreto. Me quedé en shock, riendo entre lágrimas…
Mi esposo me consintió durante 34 años… hasta que mi cuñado donó sangre y descubrí su secreto. Me quedé en shock, riendo entre lágrimas…
El día que me casé con él, su familia aún era pobre. Sin embargo, él se presentó con toda la dote necesaria y me llevó a su casa en medio de las miradas de envidia y admiración de muchas chicas del pueblo. Yo creía que simplemente había tenido la suerte de casarme con un hombre apuesto, pero después de la boda descubrí que además era increíblemente tierno y atento, algo poco común.
No como cebolla ni comida picante, y él recordaba cada detalle. Cada vez que salíamos a comer, pedía expresamente que no pusieran cebolla en mi plato; y si se les olvidaba y la incluían, él se tomaba el tiempo de apartarla, solo para que yo pudiera comer tranquila. Me cuidaba como si fuera una niña, manteniéndome siempre en la frescura de aquella juventud del día de nuestra boda.
Pero todo matrimonio tiene sus cicatrices. Mi suegra tuvo cuatro hijos varones; mi esposo era el segundo. Y sin embargo, todas las responsabilidades de la casa —cargar cosas pesadas, reparar desperfectos, acompañar a su madre al médico— caían siempre sobre sus hombros. Al principio admiraba su piedad filial, pero poco a poco dentro de mí creció una amarga sensación de estar en segundo plano.
Con los años, su padre y el hermano mayor murieron prematuramente. El tercer hermano terminó en problemas con la justicia. Así, toda la familia quedó dependiendo de mi esposo. Él cargaba con todo sin pronunciar una queja. Y mi suegra, lejos de ayudar, cada vez se apoyaba más en él.
Cuando nuestra hija entró a la universidad, pensé que por fin tendríamos algo de tiempo para nosotros. Pero la alegría duró poco: él enfermó. Apenas con 45 años, ya sufría hipertensión, diabetes y triglicéridos altos. Más tarde le dio un infarto con complicaciones que afectaron a varios órganos.
Él tenía fiebres altas, deliraba, y yo me quedaba día y noche a su lado, bañándolo, cambiando sondas, sin permitir que nadie más lo tocara. Pensaba: él me cuidó toda la vida, ahora me toca a mí devolverle todo ese amor.
Lo que más me dolió fue que mi suegra nunca vino a verlo en todo ese tiempo. Solo apareció cuando él estaba ya agonizando.
Y entonces llegó el día fatídico. El banco de sangre del hospital se quedó sin reservas del tipo que mi esposo necesitaba. El hermano menor de él inmediatamente se ofreció a donar… pero fue entonces cuando descubrí secretos desgarradores que me dejaron sin aliento.
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