Mi esposa fue al salón de belleza y se gastó ₱7,000 para arreglarse el cabello. Al volver a casa, ya no tenía dinero para ir al mercado, y todavía tuvo el descaro de mentirme diciendo que “se le había caído el dinero”.
Yo sabía toda la verdad, pero no dije nada. Solo pensé con amargura:
“No importa cuánto me esfuerce trabajando, para mi esposa todo mi sacrificio no vale nada.”
Lleno de rabia, decidí castigarla: compré solo huevos y tofu, y los hice comer eso durante un mes entero. Quería que mi esposa aprendiera a valorar la vida, que entendiera lo que es desperdiciar y mentir, y lo que cuesta cada peso.
Día tras día, la bandeja del arroz estaba acompañada solo de tofu bañado en salsa de pescado y huevos fritos.
Mi esposa estaba furiosa, mi hijo al borde de las lágrimas, pero yo me mantenía firme:
“¡Coman! ¡El dinero no cae del cielo! Cada peso es sudor y lágrimas.”

Sin embargo… un día, mientras iba camino al trabajo bajo el sol abrasador, recibí una llamada que me heló la sangre:
“¡Hermano, vuelve a casa rápido! ¡Tu esposa y tu hijo… están inconscientes!”
Me sobresalté, renuncié en el acto y corrí de regreso a casa.
Al llegar, la escena que vi partió mi corazón:
Mi esposa y mi hijo yacían pálidos, desplomados junto a la mesa, con una bandeja de arroz frío, huevos y tofu frente a ellos.
El médico, con rostro preocupado, dijo:
“Llevar tanto tiempo comiendo de manera tan monótona ha agotado sus cuerpos. El niño tiene deficiencias nutricionales, y su esposa sufre de presión baja. Si hubiera tardado un poco más… No estoy seguro de haber podido salvarlos.”
Me dejé caer al suelo, con las manos temblando.
A mi alrededor, los vecinos murmuraban:
“¿Qué clase de persona tan cerrada de mente…?”
“¿Valió la pena ser tan superficial?”
En ese momento, sentí que el corazón se me encogía.
Aunque hubiera estado enojado por millones de razones, el precio de este castigo ciego… fue mil veces más caro.