Llaman a la puerta. Cuando Anne abre, se encuentra con una mujer embarazada, con los ojos rojos de tanto llorar. Es la maestra de su hijo de 15 años. Lo peor: está embarazada, dice que de él, y la han despedido del colegio.

—¿Puedo quedarme aquí? No tengo a dónde ir, ni dinero para comer —suplica la mujer.

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Anne siente que el corazón le late con fuerza, las manos le tiemblan. ¿Cómo reaccionar ante algo así?
—Claro, puedes quedarte. No voy a dejar a una mujer embarazada en la calle, eso sería cruel —responde Anne, aunque se siente incómoda. Su hijo tiene solo 15 años, es muy inocente y tiene una leve discapacidad mental.



En los días siguientes, Anne nota que la maestra se queja de todo. No quiere dormir en el sofá, exige una cama. No come comida normal, solo vegana. Quiere comprar ropa nueva y hace demandas constantes. Anne se da cuenta de que, desde que la maestra se mudó con ellos, las cuentas se han vuelto más difíciles de pagar.
Entonces, Anne habla con su hijo:—¿Cómo dejaste embarazada a tu maestra? Ay, hijo… fallé en enseñarte sobre sexo…


—Mamá, no fue tu culpa. Yo no debería haberle dado la mano —responde el chico.
—¿Cómo? ¿Qué dijiste?


—¡El embarazo! Cuando dos personas de diferente sexo se dan la mano, la mujer queda embarazada. ¿No es así?
—No… eso no es sexo, ¿quién te dijo eso?
—La maestra —dice el chico.

Anne se queda atónita, con la boca abierta. “¡Dios mío! Entonces, hijo, ¡tú nunca tuviste sexo con la maestra! Ella… ella nos está engañando.”
Fue entonces cuando lo entendió: el bebé no era de su hijo. La maestra estaba aprovechándose de la inocencia del chico para instalarse gratis en su casa.


Sin perder tiempo, Anne despierta a la maestra:—¿Por qué me despiertas? Déjame dormir.
—¡No! —responde Anne con firmeza.


—¿Cómo? ¿Quieres que tu nieto muera? ¡No puedo estar estresada! —replica la maestra.


—Sé que el bebé que llevas no es de mi hijo —dice Anne, cruzando los brazos.


—¿Ah, sí? ¿Y quién te dijo eso? —responde la maestra, nerviosa.


—Entonces hazte una prueba de ADN y lo veremos —retó Anne.


—¡No necesito ninguna prueba, es hijo de él y punto! —insiste la maestra, cada vez más alterada.
Furiosa, Anne agarra la maleta de la maestra y la arroja a la calle, empujándola fuera de la casa:
—¡Ahora arréglatelas sola y no vuelvas! —grita, cerrando la puerta de un golpe, dejando a la maestra sola en la calle.


Como resultado, Anne empezó a hablar más con su hijo, especialmente porque, debido a su discapacidad, era muy ingenuo. Mientras tanto, la maestra tuvo que enfrentar las consecuencias de sus actos: perdió su empleo, fue demandada por abuso y fraude, y recibió una orden de alejamiento que le prohibía cualquier contacto con la familia, asegurando que no pudiera hacer daño a nadie más.