La plaza estaba llena de vendedores ambulantes y turistas con cámaras. Nadie esperaba un espectáculo.

LOS MALABARES DEL TIEMPO

La plaza estaba llena de vendedores ambulantes y turistas con cámaras. Nadie esperaba un espectáculo. Nadie imaginaba que, entre el ruido del mercado, dos ancianos montarían un pequeño circo improvisado.

Él colocó un sombrero en el suelo, a modo de gorra para las monedas. Ella sacó de una bolsa tres naranjas, brillantes como soles.
—¿Lista? —preguntó él.
—Hace cincuenta años que no hago esto… pero sí, lista —contestó ella, y lanzó la primera naranja al aire.

Los malabares fueron torpes al principio. Una naranja cayó al suelo, otra rebotó en su hombro, pero ellos se reían como niños. El público comenzó a detenerse: primero unos pocos curiosos, luego un círculo de gente expectante.

Él, con paso tembloroso, subió a un banco y sacó una vieja armónica. Tocó una melodía alegre mientras ella, entre risas, hacía piruetas sencillas con pañuelos de colores. El público empezó a aplaudir al ritmo.

—¿Te das cuenta? —susurró ella mientras giraba—. ¡Tenemos público de verdad!
—Siempre lo tuvimos —respondió él—. Solo nos faltaba atrevernos.

Los niños se acercaban para ayudar a recoger las naranjas que caían, los jóvenes grababan con sus móviles, y pronto la plaza entera estaba riendo con ellos. No era un show perfecto: era un show auténtico, lleno de vida.

Al final, él bajó del banco, tomó de la mano a su compañera y, en un gesto inesperado, se inclinó ante el público. Ella hizo una reverencia exagerada, como una diva del teatro. La gente estalló en aplausos, lanzando monedas y billetes dentro del sombrero.

Con lágrimas en los ojos, ella murmuró:
—Hoy cumplimos un sueño que ni siquiera sabíamos que teníamos.
Él apretó su mano.
—El circo no es un escenario… es atreverse a hacer reír, aunque el tiempo pese.

Esa noche, mientras contaban las monedas en la mesa, escribieron en su libreta de aventuras:
“Hoy descubrimos que nunca es tarde para ser payasos del destino. Que los malabares más hermosos no son los que no caen, sino los que se levantan una y otra vez, entre risas y amor.