“La moneda en las sandalias viejas”
El camino de tierra roja que salía hacia el campo olía a sequía. El polvo se suspendía en el aire, flotando con cada paso. El sol de la tarde se filtraba entre los nopales y alargaba las sombras de los árboles sobre el suelo agrietado.
Un maestro canoso y su joven alumno caminaban despacio, hablando sobre cosas de la vida más que de libros.
De pronto, vieron un par de sandalias viejas, gastadas hasta el alma, abandonadas al borde del sendero. No muy lejos, un campesino, flaco y quemado por el sol, trabajaba la tierra con más fe que fuerza.
El estudiante, con tono travieso, propuso:
— Maestro… ¿Y si escondemos sus sandalias para ver qué hace? Solo por curiosidad…
El maestro lo miró con seriedad serena:
— Hijo, jamás te diviertas con la pobreza ajena. Si de verdad quieres ver algo, pon una moneda en cada sandalia… y esperemos su reacción.
El joven aceptó. Se escondieron detrás de unos matorrales secos, como dos testigos del destino.
El campesino terminó su faena y caminó lento hacia donde había dejado su calzado. Al calzarse la primera sandalia, sintió algo extraño. Se detuvo. Se agachó. Sacó una moneda.
Se quedó helado. Le dio vuelta una y otra vez. Su rostro, curtido por el sol, se iluminó con una expresión mezcla de sorpresa y gratitud.
Se puso la otra sandalia. Otra moneda.
Otra pausa. Otro milagro.
Entonces se arrodilló. Miró al cielo, y con las manos juntas murmuró una oración sincera. No pedía más. Solo agradecía.
“Gracias, Dios mío… justo ahora que mi esposa está enferma y mis hijos tienen hambre…”
El joven, oculto entre los arbustos, sintió un nudo en la garganta. No era tristeza. Era algo más puro. Más humano.
El maestro le puso una mano en el hombro y le dijo, suave como viento de campo:
— ¿Ves? ¿No es más hermoso dar esperanza que provocar lágrimas?
— Maestro… hoy entendí el verdadero valor de dar. Nunca lo olvidaré.
En este mundo ruidoso, creemos que hay que tener mucho para poder dar. Pero a veces, una simple moneda, una sonrisa o un gesto compasivo en el momento justo puede ser el regalo más valioso.
Dar es sembrar. Y el universo, tarde o temprano, devuelve con flores lo que sembraste con amor.