La esposa, con seis meses de embarazo, se negaba a levantarse de la cama; el esposo, lleno de sospechas, levantó la manta y la escena lo hizo temblar…
Antes de recibir la feliz noticia, Arjun y Priya llevaban tres años de casados. Desde que supo que su esposa estaba embarazada, Arjun había cuidado de cada paso que daba. Ella tenía seis meses de embarazo y su vientre crecía día a día. Pero últimamente se había vuelto extraña: siempre acostada en la cama, rara vez salía. Por más que Arjun intentaba animarla, Priya solo sonreía de forma extraña y decía que estaba cansada.

Al principio, Arjun pensó que su esposa solo sufría de náuseas matutinas o del peso del embarazo, pero poco a poco empezó a parecerle extraño. A la hora de comer, ella apenas probaba bocado y luego volvía a recostarse. Incluso cuando tenía que ir al baño, trataba de contenerse. Arjun estaba preocupado y repetidamente le pedía:
— No puedes quedarte acostada todo el tiempo, eso afectará al bebé.
Pero Priya solo movía la cabeza, con los ojos enrojecidos. La manera en que sujetaba la delgada manta lo ponía aún más inquieto.
Una noche, Arjun llegó tarde de su turno. Abrió la puerta y vio que su esposa seguía en la misma posición: recostada de lado, cubierta desde el pecho hasta los pies. El ambiente extraño aceleró su corazón. Se acercó, se sentó a su lado y la llamó suavemente:
— Priya… ¿me estás ocultando algo?
Ella guardó silencio, con los hombros ligeramente temblorosos. En ese instante, Arjun sintió un miedo invisible recorrerle el cuerpo. Extendió la mano hacia el borde de la manta:
— Perdóname… pero necesito saberlo.
Con esas palabras, Arjun, temblando, levantó la manta.
La escena frente a sus ojos lo dejó sin aliento. Las piernas de Priya estaban hinchadas, su piel pálida y llena de marcas. Sus pies agrietados, enrojecidos e inflamados, hasta el punto de que un leve roce la hacía gemir de dolor. Arjun estaba atónito, incapaz de creer lo que veía.
— ¡Dios mío… por qué no me lo dijiste? —su voz se quebró, con lágrimas en los ojos.
Priya desvió la mirada, su voz entre sollozos:
— No quería preocuparte… temía que te cansaras, que te pusieras triste. Por eso lo oculté…
Resultó que en los últimos meses, Priya había desarrollado un problema de hinchazón en las piernas propio del embarazo. El dolor era cada vez mayor, haciéndole imposible caminar. Pero, al ver lo duro que trabajaba su esposo, decidió soportar el dolor en silencio y esconderlo bajo la manta.
Arjun la abrazó, con el corazón lleno de compasión. Se sintió cruel por haberse preocupado tanto por el trabajo y no prestar atención a los cambios de su esposa.
A la mañana siguiente, Arjun llevó a Priya al hospital AIIMS de Nueva Delhi. Al escuchar al médico explicar que se trataba de una señal de preeclampsia —una complicación peligrosa que puede afectar tanto a la madre como al bebé—, el corazón de Arjun se desplomó. Si no lo hubieran detectado a tiempo, las consecuencias habrían sido impredecibles.
En la habitación del hospital, mientras el médico le aplicaba medicación antiinflamatoria, Priya apretaba fuerte la mano de su esposo, con lágrimas en los ojos. Arjun le susurró:
— A partir de ahora, no me ocultes nada. Pase lo que pase, lo enfrentaremos juntos.
Priya asintió, con la voz quebrada. En ese momento, Arjun comprendió: el verdadero amor no son solo palabras dulces, sino enfrentar juntos el dolor y el miedo.
En los días siguientes, Arjun pidió una larga licencia para cuidar de su esposa. Aprendió a cocinar, cada noche le masajeaba los pies y la ayudaba a caminar despacio por el jardín del hospital. Muchos que presenciaron la escena se conmovieron y lo elogiaron.
Tres meses después, Priya dio a luz a una niña sana en el hospital AIIMS de Delhi. Al escuchar el llanto de la bebé en la sala de partos, Arjun rompió a llorar como un niño. Tomó la mano de su esposa, besó su frente y susurró:
— Gracias… por ser fuerte por esta familia.
Y en su corazón, aquella imagen —cuando levantó la manta y vio los pies hinchados de su esposa— se convirtió para siempre en un hito. Fue el momento en que comprendió, más profundamente que nunca: amar es compartir, y nunca dejar sola a la persona que amas.