“ESTOY DESEMPLEADA, ¿HAY TRABAJO AQUÍ?” PREGUNTÓ LA JOVEN HUMILDE, SIN IMAGINAR QUE EL VAQUERO…

Estoy desempleada. ¿Hay trabajo aquí? Preguntó la joven humilde, sin imaginar que el vaquero solitario buscaba a alguien como ella. Antes de comenzar, déjanos en los comentarios desde qué ciudad nos estás viendo. Disculpe, señor, dijo Lucía, limpiándose el sudor de la frente mientras se acercaba a la cerca donde trabajaba un hombre de sombrero. Estoy desempleada.

¿Hay trabajo aquí? Joaquín Delgado levantó la vista del alambre que estaba reparando y la miró de arriba a abajo. Los zapatos de tacón medio, la blusa blanca perfectamente planchada, esa maleta de cuero que parecía más cara que el salario mensual de cualquiera de sus trabajadores, no encajaban para nada en el paisaje de la hacienda el amanecer.

¿Usted sabe ordeñar? Preguntó volviendo a concentrarse en su trabajo. Manejar ganado. ¿Conoce algo del campo? No, pero Lucía tragó saliva sintiendo como las esperanzas se le escapaban. Soy contadora pública. Tengo experiencia en administración y finanzas. Puedo ayudar con los números, los registros. Esteban Moreno, el capataz, que llevaba más de 20 años en la hacienda, soltó una risita sarcástica desde donde estaba enrollando alambre. Patrón, esta señorita citadina viene a jugar al campo.

Seguro que cuando ve a una vaca de cerca sale corriendo. Joaquín suspiró y se enderezó quitándose los guantes de trabajo. A los 32 años había heredado no solo la hacienda, sino también la carga de mantener viva una tradición familiar de cuatro generaciones.

La última cosa que necesitaba era una mujer de ciudad que no sabía la diferencia entre un toro y una vaca. Mire, señorita. Lucía. Lucía Ramírez. Señorita Ramírez, esto no es una oficina en Bogotá. Aquí nos levantamos a las 4 de la mañana. Trabajamos bajo el sol con lodo hasta las rodillas y la conversación se interrumpió cuando llegó el camión de la empresa lechera para recoger la producción semanal.

Joaquín se disculpó y caminó hacia el vehículo, pero Lucía pudo escuchar perfectamente la discusión que se armó. Don Joaquín, lamento decirle que este mes el precio por litro va a bajar otros 50 pesos”, dijo el conductor, un hombre mayor con gorra de la empresa. “Las órdenes vienen de arriba, no puedo hacer nada.

” “¿Cómo que va a bajar?” Joaquín alzó la voz. Ustedes saben muy bien que yo entrego leche de primera calidad, siempre puntual, siempre con los volúmenes acordados. Lo sé, don Joaquín, pero la competencia está muy brava. Hay fincas que están vendiendo más barato y nosotros tenemos que ajustarnos al mercado. ¿Y qué mercado es ese donde el productor siempre pierde? Replicó Joaquín claramente frustrado.

Mis costos no bajan. Mis trabajadores necesitan su sueldo. Los insumos cada día están más caros, pero ustedes siempre encuentran excusas para pagarnos menos. El conductor se encogió de hombros y siguió cargando las cantinas de leche en su camión. Cuando terminó y se fue, Joaquín se quedó parado en el patio, viendo alejarse el vehículo con una expresión de derrota que Lucía reconoció perfectamente.

Era la misma que había visto en el espejo tres meses atrás, el día que la echaron de gestión integral. SAS, disculpe. Se acercó tímidamente. Escuché la conversación. ha considerado negociar directamente con procesadores más pequeños o tal vez explorar mercados locales, restaurantes, hoteles. Joaquín la miró con sorpresa, como si hubiera olvidado que seguía ahí.

¿Usted sabe de eso? Trabajé 4 años en una consultora en Bogotá. Hacíamos análisis de mercado, reestructuración de procesos, optimización de costos. Lucía se cayó dándose cuenta de que estaba hablando como en una entrevista de trabajo. Lo que quiero decir es que sí sé de números y de cómo encontrar mejores oportunidades de negocio.

Esteban se acercó al grupo secándose las manos en un trapo. Patrón, ¿no estará pensando en hacerle caso a esta niña? Las mujeres de ciudad vienen aquí a buscar aventuras, pero cuando se dan cuenta de lo duro que es esto, salen corriendo. He visto muchas. Joaquín no respondió inmediatamente. Estaba estudiando a Lucía tratando de descifrar si realmente podía ayudar o si era solo otra persona perdida que había llegado por casualidad a su hacienda. ¿Por qué está aquí? Le preguntó finalmente.

Una contadora de Bogotá no viene a los Llanos orientales sin razón. Lucía sintió que se le hacía un nudo en la garganta. Por un momento consideró inventar una historia, algo que sonara mejor que la verdad, pero algo en la mirada directa de Joaquín la convenció de ser honesta. Me despidieron hace tres meses.

La empresa cerró por la crisis económica y, bueno, he estado buscando trabajo sin suerte. Pensé que tal vez en el campo habría oportunidades que en la ciudad ya no existen. ¿Y por qué aquí específicamente? Porque leí que el sector agropecuario es uno de los pocos que sigue creciendo. Mintió a medias.

La verdad era que había agotado sus ahorros y este había sido el pueblo más barato al que pudo comprar un pasaje de bus. Y porque creo que puedo ayudar. Sé que no tengo experiencia en ganadería, pero sí entiendo de finanzas y administración. El teléfono de Joaquín sonó en ese momento. Cuando vio el número en la pantalla, su expresión se endureció. Banco agrario murmuró y contestó. Aló.