En unas vacaciones desaparecieron el padre y la hija; quince años después, la madre recibió una carta sorprendente…

Durante un caluroso día de verano, la familia de la señora Lourdes decidió pasar unas vacaciones en una tranquila playa de San Juan, La Union. Se suponía que sería un simple viaje, pero tomó un giro trágico. Su esposo, Ramón, y su pequeña hija, Tala, fueron a la playa a pasear por la tarde. Dijeron que solo estarían un momento, para disfrutar la brisa del mar, y regresarían al hotel para cenar. Pero al llegar la noche, los dos no regresaron.

Al principio, la señora Lourdes pensó que quizás su esposo y su hija se habían perdido o estaban jugando. Pero al llegar la medianoche, ya no se podía contactar sus teléfonos, por lo que lo reportó a la policía local. La Guardia Costera y los equipos de rescate buscaron durante varios días a lo largo de la costa, en el bosque junto al mar, e incluso llegaron hasta el paso de Naguilian–Kennon. El resultado seguía siendo cero. El señor Ramón y la pequeña Tala desaparecieron sin dejar rastro, salvo por un par de sandalias pequeñas arrastradas por las olas hasta la orilla.

El incidente sorprendió a toda la región. Los periódicos locales informaron sobre la misteriosa desaparición, con teorías sucesivas: arrastrados por las olas, secuestrados, o que se fueron por voluntad propia… pero no había pruebas suficientes. La señora Lourdes estaba desconsolada: había perdido a su esposo e hija. En los días que siguieron, era como una sombra, aferrándose a la débil esperanza de que un milagro llegara.

Con el tiempo, las búsquedas se fueron deteniendo. La policía declaró que era muy probable que el padre y la hija sufrieron un accidente en el mar. Sus parientes y vecinos en Quezon City le aconsejaban aceptar la verdad. Pero en lo profundo de su corazón, ella siempre creía que su esposo e hija no estaban muertos. La intuición de una madre no miente.

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Desde entonces, su vida se volvió gris. Todavía vivía en la antigua casa, mantenía intacta la habitación de la pequeña Tala, sin cambiar nada. Cada día, enseñaba en la escuela primaria pública del barangay, y por las tardes quemaba incienso frente a la foto de su esposo, mirando la pequeña ropa de su hija colgada en el armario.

Quince años pasaron rápidamente. Ella tenía ya más de cincuenta años. Sus parientes le aconsejaban volver a casarse, pero ella negaba con la cabeza. En su corazón, reservaba un lugar para su esposo e hija – aunque muchos decían que era solo una ilusión. En clase, los niños charlaban, lo que la hacía feliz y también triste: feliz por sus risas, triste porque extrañaba a Tala. En las Misas de Gallo o en Navidad, ella todavía preparaba cuencos y palillos adicionales para su esposo e hija – por costumbre, manteniendo la creencia de que regresarían.

Y una tarde lluviosa, al regresar de enseñar, vio un sobre en la puerta sin remitente, solo con una línea escrita:
“Para Lourdes – noticias del pasado.”

Lo abrió con manos temblorosas. Dentro había una antigua carta escrita a mano. La caligrafía familiar le rompió el corazón: era de Ramón.

“Lourdes, si estás leyendo esta carta, ha pasado mucho tiempo desde el día en que nuestra hija y yo desaparecimos. Nunca quise dejarte. Pero aquel día sucedió algo inesperado… Tala y yo…”