Él nunca mandó un mensaje. Nunca llamó. Nunca se acercó. Pero cada tarde de lluvia, él estaba ahí — a unos pasos de ella, en silencio.
Lucía solía ver a un hombre cerca de la parada del autobús. No hacía nada. No tomaba el camión, no traía paraguas, no esperaba a nadie. Solo estaba ahí, quieto, dejando que la lluvia le empapara el cabello y los hombros.
Al principio, pensó que era un extraño más. Luego, se convirtió en una sombra familiar. Especialmente los días grises: él siempre estaba ahí. Pero ella nunca supo su nombre, ni por qué lo hacía.
Lucía era una chica común. Iba a la universidad, trabajaba, se enamoraba, se decepcionaba. Se sentía como alguien difícil de amar — o quizá no tan especial para que alguien se quedara.
Hasta una tarde lluviosa, cuando el camión tardó en llegar, y ella temblaba de frío porque había olvidado su abrigo.
Un hombre se le acercó y le ofreció una bufanda.
Era él.
—“Gracias… pero… ¿nos conocemos?” —preguntó, confundida.
Él solo sonrió, y se alejó sin decir una palabra.
**
Desde entonces, Lucía comenzó a observarlo. Y entre más lo veía, más extraño le parecía: él solo aparecía cuando llovía, siempre en el mismo lugar, pero nunca se acercaba.
Un día, impulsada por la curiosidad —o quizá por un sentimiento que aún no sabía nombrar— decidió seguirlo.
Él entró a una cafetería pequeña. Se sentó solo. Pidió un café negro, sin azúcar. Sacó una libreta, escribió algo. Luego se quedó mirando por la ventana, hacia la parada del camión.
Lucía se sentó unas mesas atrás, fingiendo mirar su celular.
Cuando él se fue, ella preguntó a la mesera:
—“¿Él viene seguido?”
—“Sí. Solo cuando llueve. Siempre se sienta ahí. Es callado, pero muy amable.”
—“¿Dejó algo aquí?”
La chica pensó un momento, y sacó una libreta vieja de un cajón:
—“La dejó por si alguien preguntaba por él.”
Lucía la llevó a casa. Cuando abrió la primera página, sintió que el corazón se le encogía.
“10 de junio – no me miró, pero está bien. Me alegra.”
“21 de agosto – se ve cansada. Se durmió sentada. Me acerqué un poco más.”
“3 de diciembre – iba con alguien más. Me dolió, pero verla sonreír… también me hizo bien.”
Casi tres años. Página tras página, lluvia tras lluvia.
Lucía lloró.
Había alguien que la había cuidado de lejos, sin pedir nada, sin decir nada. Solo queriendo saber que ella estaba bien.
**
Al día siguiente llovió otra vez.
Lucía fue a la parada. Sin paraguas.
Él apareció, como siempre.
Pero esta vez, ella caminó hacia él.
—“Ya no tienes que quedarte lejos…”
Él la miró, sorprendido.
—“Lo sé todo. Leí tu libreta.”
No hizo falta decir más.
Ella extendió la mano. Él la tomó. Y de pronto, la lluvia pareció menos fría.
Desde entonces, caminaban juntos bajo la lluvia. Sin paraguas. Sin prisa.
“Hay amores que no empiezan con un ‘te amo’. Empiezan con paciencia. Y con el valor de permanecer, incluso cuando nadie lo nota.”