El niño del mercado y el pez que cambió mi vida

Al sur de la ciudad de Puebla, hay un mercado muy popular llamado Mercado El Sol, donde tengo un pequeño pero concurrido puesto de pescados frescos. Me llamo Don Manuel, tengo poco más de 50 años, y he trabajado toda mi vida en esto.

Antes, apenas ganaba lo suficiente para mantener a mi familia. Pero un día, hace unos cinco años, conocí a un niño que cambió mi manera de ver la vida.


Una mañana fría, un niño de unos 8 años se acercó tímidamente a mi puesto y me dijo:

“Disculpe, ¿me podría vender dos mojarritas, por favor?”

Le preparé los pescados y él me entregó un billete de 100 pesos algo viejo y doblado.

Le pregunté en broma:

“¿Es tu domingo? ¿Te costó trabajo decidir gastarlo, verdad?”

Él se sonrojó y asintió. Le di su cambio: 64 pesos.


Al día siguiente, el niño regresó, con los ojos algo tristes.

“Mi mamá fue al hospital hoy… tiene que operarse.”

Me quedé en silencio. Él siguió:

“Ayer compré las mojarritas porque son su comida favorita. Tal vez… no tenga otra oportunidad de comerlas.”

Luego, con lágrimas en los ojos, me dijo:

“Después de comer, mi mamá me dijo: ‘Hijo, no vale la pena perder tu dignidad por un pequeño beneficio.’

Entonces sacó un billete nuevo de 100 pesos, lo puso entre sus dos manos y me lo entregó:

“Perdón, don Manuel. Ayer le pagué con un billete falso que encontré en el cajón de mi mamá. Ella no lo sabía. Solo quería ayudarla. Gracias por no regañarme.”

Me quedé helado. Ni siquiera había notado que el billete era falso. La honestidad del niño me dejó sin palabras.

Busqué el billete y se lo devolví. Se inclinó, me agradeció y se fue.


Esa tarde, tiré a la basura todos los pescados que había tratado con químicos. Me dio vergüenza. Me dio rabia de mí mismo.

Tiempo después, supe que su mamá falleció. Él regresó a su pueblo a estudiar. Nunca lo volví a ver.

Pero cada vez que lo recuerdo, siento que me dio una lección más valiosa que cualquier escuela o universidad.