Don Marcelo era uno de los hombres más ricos del país. Dueño de hoteles, constructoras y viñedos. Era también conocido por su excentricidad: cada año organizaba una cena de gala donde solo se podía entrar con traje a medida y zapatos de diseñador.
“El traje más valioso del banquete”
Don Marcelo era uno de los hombres más ricos del país. Dueño de hoteles, constructoras y viñedos. Era también conocido por su excentricidad: cada año organizaba una cena de gala donde solo se podía entrar con traje a medida y zapatos de diseñador.
—El éxito se celebra con elegancia —decía siempre, mientras brindaba con champán importado.
Aquella noche, como cada diciembre, el Gran Salón del Hotel Imperial brillaba con lámparas de cristal y mozos con guantes blancos. Los invitados llegaban en limusinas, envueltos en perfumes caros y trajes que costaban lo que una familia humilde ganaba en seis meses.
Todo iba según lo previsto, hasta que un anciano cruzó el umbral del salón.
Llevaba un traje viejo, arrugado, zapatos gastados y un bastón de madera.
—¿Quién lo dejó entrar? —preguntó Marcelo, molesto.
—Señor, él dijo que usted lo había invitado personalmente —dijo el mayordomo, confuso.
—¿Yo? ¿A quién se supone que es?
El viejo se acercó sonriendo.
—Buenas noches, don Marcelo. Tal vez no me recuerde, pero hace treinta años usted trabajó en una de mis obras.
Marcelo lo miró desconcertado.
—¿Una de tus obras? ¡Eso no es posible!
—Sí. Yo era el capataz. Usted era joven, recién empezaba. Una vez se quedó sin dinero y sin comida. ¿Recuerda quién le dio un plato de arroz y le pagó por adelantado?
Marcelo frunció el ceño… y entonces lo recordó. Un verano caluroso, un hombre justo que le enseñó a tratar a los obreros con respeto.
—¿Eras tú… Don Elías?
—El mismo.
Marcelo se quedó sin palabras.
—Pero… ¿qué haces aquí?
—Escuché que celebrabas tu éxito con una cena. Quise venir a felicitarte.
—Perdón… yo no sabía que aún vivías. Por supuesto que puedes quedarte —dijo Marcelo, nervioso, mirando alrededor.
Elías se sentó en la esquina más discreta.
Durante la cena, uno de los empresarios comentó en voz alta:
—¿Quién es ese viejo? ¡Su traje parece sacado de una tienda de segunda mano!
Varios rieron. Elías lo escuchó.
Marcelo se levantó. Alzó la copa y pidió silencio.
—Quiero contarles una historia.
Todos lo miraron atentos.
—Hace 30 años, yo era un muchacho sin dinero, trabajando como obrero. Este hombre que ven aquí fue quien me dio mi primer salario digno. Me enseñó a no robar materiales, a respetar a mis compañeros y a no hablar con la boca llena. Me enseñó que uno no vale por lo que viste… sino por lo que deja cuando se va.
Se hizo un silencio incómodo.
—Y quiero decir algo más. Este es el traje más valioso de la noche. No por su tela, sino por la dignidad que lo habita.
Marcelo dejó su copa, se acercó a Elías y le dio un abrazo.
—Gracias por enseñarme a ser hombre antes que rico.
Esa noche, muchos se fueron en silencio. Otros se quedaron hablando con Elías, pidiéndole consejos.
Y uno de los jóvenes camareros, al salir del trabajo, le dijo:
—Señor… cuando sea viejo, quiero parecerme a usted.
Elías sonrió.
—Entonces no olvides nunca esto: quien es humilde cuando no tiene nada… seguirá siéndolo cuando lo tenga todo