Crecí con mis abuelos, porque mi mamá y mi papá ya tenían sus propias familias

Crecí al lado de mi abuelo y mi abuela.
Ellos fueron mi refugio desde que mi mamá y mi papá tomaron caminos distintos y formaron nuevas familias.

Mientras otros niños eran recogidos por sus padres al salir de la escuela,
yo siempre veía a mi abuelo con su sombrero negro, y a mi abuela con pan en su bolso, lista para darme de comer.

Ellos me enseñaron todo:
a rezar antes de comer,
a dar gracias por las cosas pequeñas,
y sobre todo, a ser fuerte… incluso cuando uno se siente solo.

Vi con mis propios ojos cómo se sacrificaron para que pudiera terminar mis estudios.
Mientras mis compañeros tenían celulares nuevos o zapatos de marca,
yo me conformaba con el lonche preparado por mi abuela y el paraguas que me daba cuando llovía.

Pero aun así, sentía su amor.
Un amor que no se puede medir con dinero.

Cuando mi abuelo falleció, sentí que algo dentro de mí se rompió.
Y cuando mi abuela también partió, fue entonces cuando descubrí cuán silenciosa puede ser una casa sin su voz diciendo:
“Cuídate mucho, mi niño.”

Hoy en día soy marinero.
He viajado por muchos países,
he visto paisajes hermosos,
pero, siendo sincero,
nada se compara con la sonrisa de mi abuelo ni el abrazo cálido de mi abuela.

Ellos son la razón por la que soy la persona que soy hoy.
Y aunque ya no estén conmigo, llevo sus enseñanzas y su amor en cada ola del mar que cruzo.

Porque no importa quién te trajo al mundo,
lo que realmente importa es quién te crió con amor de verdad.

La verdadera familia no siempre viene de la sangre,
sino del cuidado, la dedicación y los sacrificios que se hacen por amor.