“Contrata a un chico pobre para fingir ser su novio en la boda de su ex, y queda en shock al descubrir su verdadera identidad.”

La llovizna caía sobre la Ciudad de México, fría y persistente, como el corazón de Mariana en ese momento. Sentada en una cafetería del Centro Histórico, apretaba entre sus manos una invitación color marfil. Las letras doradas parecían cuchillos que le atravesaban la piel:

“Con mucho gusto invitamos a Mariana a la boda de Alejandro y Fernanda.”

Alejandro —el hombre que alguna vez le prometió amor eterno— estaba a punto de casarse con otra.


Fernanda, hija de un magnate arrogante, había sido la misma que le escupió en la cara: “Eres una provinciana sin clase, Alejandro merece algo mejor.”

Mariana no lloraba por él, sino por el orgullo herido de saberse rechazada solo por no tener dinero.

Marcó el número de Lucía, su mejor amiga desde la universidad.
—No puedo ir sola, Lucía. No voy a darles el gusto de verme derrotada. Quiero contratar a alguien que finja ser mi novio.
Lucía soltó una carcajada.
—¡Qué idea tan atrevida! Pero cuidado, amiga… que termines enamorándote de verdad.

Dos días después, Mariana conoció a Diego en una cafetería de la Roma. Vestía camisa blanca y pantalón negro, típico uniforme de mesero. No era el príncipe azul que había imaginado, pero tenía una mirada brillante y una sonrisa serena que la desconcertó.
—Escuché que necesitas un novio de emergencia para una boda —dijo sin rodeos.
Mariana arqueó una ceja.
—Exacto. La boda de mi ex. Veinte mil pesos por un día. Solo necesito que seas educado, convincente, y nada más.
—Acepto —respondió sin titubear.

El gran día llegó. Mariana apareció con un vestido rojo vino que la hacía brillar como una diosa. A su lado, Diego con traje negro impecable y corbata azul oscuro, peinado con elegancia. Nadie diría que era un simple mesero; parecía salido de las páginas de una revista de negocios.

Cuando Alejandro los vio entrar, se quedó helado. Fernanda frunció el ceño.
—Amor, te presento a Alejandro, antiguo compañero… y a su futura esposa —dijo Mariana con voz dulce, casi venenosa.
Diego estrechó la mano de Alejandro y comentó con calma:
—Qué afortunado eres, casarte con una mujer que provoca tanta envidia.
Fernanda se sonrojó de furia, Alejandro tartamudeó sin saber qué decir.

Durante el banquete, Diego sorprendió a todos. Hablaba con fluidez de vinos, literatura, política y negocios. Sus comentarios hacían reír y admirar a los presentes. Mariana lo observaba en silencio: ¿quién era en realidad este hombre?

Fernanda, incapaz de soportar su seguridad, soltó con desprecio:
—Dicen que antes eras mesero, ¿es cierto?
Diego sonrió tranquilo:
—Sí, lo fui. Y estoy orgulloso de ese trabajo. Cada empleo me ha hecho crecer.
La respuesta la dejó muda, mientras Alejandro lo miraba confundido.

Al final, Alejandro, irritado, preguntó con brusquedad:
—¿Dónde trabajas ahora?
—Estoy en período de prácticas en el Grupo Hidalgo —respondió Diego con voz baja, pero firme.

El nombre cayó como un rayo. Grupo Hidalgo: la cadena de retail más poderosa del país. Fernanda empalideció, Alejandro tragó saliva. Mariana se quedó petrificada: ¿acaso había contratado al heredero de un imperio?

Después de la boda, Diego desapareció. Mariana creyó que todo había terminado como un simple contrato. Pero cada mañana, puntualmente a las nueve, recibía un ramo distinto: girasoles, lavanda, orquídeas. Y siempre la misma nota: “Que tengas un día radiante.”

Al séptimo día, incapaz de resistir, Mariana lo llamó.
—¿Por qué haces esto?
—Porque te extraño. Para ti quizá solo fue un papel, pero para mí… cada mirada, cada caricia, fueron reales.

El corazón de Mariana se estremeció.

Pronto, un paparazzi los fotografió juntos en Coyoacán. La noticia se volvió viral: “El heredero de Grupo Hidalgo con una simple oficinista.” Las redes sociales la destrozaron: la llamaron arribista, interesada, cazafortunas. En su trabajo, las miradas de desprecio comenzaron a doler.

Desesperada, Mariana le escribió:
—No me busques más. No pertenezco a tu mundo.
Diego la llamó enseguida:
—Te equivocas. No te elegí por tu dinero. Te elegí porque eres auténtica. Si el mundo entero se pone en tu contra, yo estaré delante para defenderte.

Al día siguiente, en la página oficial de Grupo Hidalgo apareció una foto: Diego y Mariana comiendo tacos al pastor en un puesto callejero. El pie decía: “Estoy orgulloso de ella.” Firmado por Diego.

El público cambió de opinión. Los insultos se esfumaron. Mariana lloró al leer y releer esas palabras.

Semanas después, en la tienda donde trabajaba, Diego apareció con un ramo de girasoles.
—Te busqué por todas partes —dijo sonriendo—. ¿Me dejas postularme ahora como tu novio oficial?
Mariana rió entre lágrimas y lo abrazó con fuerza.

Un año más tarde, se casaron en un jardín de San Ángel. Fue una ceremonia sencilla, rodeada solo de familia y amigos. Diego tomó la mano de Mariana y susurró:
—Antes fingí amarte, pero ahora sé que no hay nada falso en mi corazón. Eres lo mejor que me ha pasado.
Ella sonrió, contestando:
—Y yo, sin querer, terminé amándote de verdad.