Al pensar que mi suegra tenía 5 millones de rupias ahorrados, la llevé de inmediato a mi casa y durante los últimos cuatro años la cuidé, le di comida y agua… pero cuando estaba en su lecho de muerte, me di cuenta de que había sufrido un gran engaño. Resultó que…

Al escuchar que en Lucknow mi suegra tenía 5 millones de rupias en el banco, me sentí feliz por dentro. Viendo su vejez y debilidad, hablé con astucia con mi esposo Rakesh para llevarla a Delhi y poder cuidarla.

Todos alababan mi devoción como nuera, me llamaban “la buena, la entregada”, pero en mi interior yo solo pensaba:
“Si la cuido, seguro que dejará algo también para mí.”

Así pasé cuatro años de duro trabajo. Desde servirle la comida, lavar su ropa, darle masajes, hasta quedarme despierta toda la noche para atenderla en sus enfermedades… lo hice todo sin dudar. Una noche en que tosió sin parar, le preparé té de jengibre y también herví la medicina. Una frase resonaba siempre en mi mente:
“Esfuérzate un poco más, aún queda dinero.”

Sin embargo, el día en que estaba a punto de morir, me incliné y le susurré al oído:
– “Ammaji, no te preocupes, en lugar de Rakesh yo cuidaré de ti…”

De repente, abrió los ojos, me agarró fuerte la mano y, temblando, susurró:
– “Nuera… perdóname… no tengo dinero… esos 5 millones… mi cuñada lo inventó para ponerlos a prueba…”

Me quedé atónita. Todo mi cuerpo se enfrió. Descubrí que durante todos esos años me habían dado un “gran engaño”.

Con voz débil, quebrada, dijo:
– “Al ver que solo tú y Rakesh estaban dispuestos a llevarme a casa, supe que aún tenía un apoyo… pero no tengo fortuna, solo un poco de… amor, mis hijos…”

Dicho esto, cerró los ojos y murió.

Toda la habitación se llenó con los llantos de mi esposo y de los familiares. En cuanto a mí, mi corazón dolía… no porque la hubiera perdido, sino porque esos cuatro años de cuidado, todos mis sacrificios y mi paciencia… de repente parecían en vano.

Fue aún más doloroso, durante el funeral en un pequeño templo de Varanasi, cuando un familiar me susurró al oído:
“¡Qué ingenua eres! Ammaji ya había perdido todo su dinero porque confió en la persona equivocada. Desde entonces nunca volvió a tener riquezas. Los que de verdad se preocupaban por ella se quedaron, los que solo buscaban cuentas claras tarde o temprano se revelaban solos…”

En ese momento me quedé helada, las lágrimas corrían por mi rostro. Nunca imaginé que había alimentado la avaricia durante cuatro años y recibiría la traición más amarga de mi vida.

El funeral de Ammaji en aquel pequeño templo de Varanasi se celebró en un ambiente sombrío. Yo estaba sentada en un rincón, con la mirada perdida, observando el humo del incienso elevarse. Los mantras resonaban, los sollozos de los parientes se mezclaban, pero en mi corazón solo había un gran vacío.

Durante cuatro años, cuidé de Ammaji con la esperanza de recibir una herencia. Creía que mis sacrificios serían recompensados con aquellos supuestos 5 millones de rupias. Y luego, al descubrir la amarga verdad, todo parecía haberse derrumbado.

Sin embargo, en ese doloroso instante, los recuerdos de los días vividos con ella se hicieron presentes:

Una fría tarde de invierno, cuando le llevé una manta extra, Ammaji me tomó la mano temblando y susurró: “Eres muy buena, hija mía.”

Cada vez que le preparaba un simple cuenco de khichdi, sus ojos brillaban como si hubiera recibido un regalo invaluable.

Cuando yo estaba agotada, ponía su delgada mano en mi hombro y sonreía suavemente: “Descansa, tú también necesitas cuidar tu salud.”

Entonces comprendí: en esos años, no solo había dado, sino que también había recibido mucho: el cariño, los cuidados y el ánimo de una madre anciana.

El último día, cuando Ammaji me tomó la mano y susurró: “No tengo riquezas, solo un poco de amor, mis hijos…” pensé que era una confesión amarga. Pero ahora entiendo que el amor fue la mayor riqueza que me dejó.

Lloré desconsoladamente, no porque hubiera perdido aquel inexistente dinero, sino porque me di cuenta de lo tonta que había sido al concentrarme solo en la fortuna en lugar de valorar los lazos familiares.

Me volví hacia mi esposo Rakesh y tomé su mano. Él me miró, con los ojos enrojecidos:
“Sé que has luchado estos últimos cuatro años. Ammaji debió de sentirse feliz de tenerte a su lado. No nos dejó dinero, pero sí nos dejó su bendición.”

Esas palabras purificaron mi corazón. Asentí levemente y, por primera vez, sentí paz.

Desde aquel día, he cambiado por completo mi forma de vivir. Ya no me importa la riqueza ni las posesiones de la familia de mi esposo. Me concentro más en las pequeñas cosas:

– Preparar comidas sencillas pero calientes para mi marido.
– Reunirme con los familiares, no por formalidad social, sino para construir un vínculo sincero.
– A veces, viajo con mi esposo al pequeño pueblo de Lucknow, enciendo incienso para Ammaji y cuento a mis hijos y nietos sobre ella: una madre que fue pobre en dinero, pero rica en amor.

He comprendido que la verdadera piedad filial no es por el dinero, sino por mi propia paz y felicidad.

Aquel amargo engaño, que destrozó mi confianza, resultó ser la última lección que Ammaji me dejó. Gracias a ello desperté y entendí que:

El dinero puede perderse, pero el amor de la familia es la riqueza más valiosa.

Y ahora, cada vez que recuerdo a Ammaji, no pienso en aquellos ilusorios “5 millones de rupias”, sino en su dulce sonrisa y en sus últimas palabras: un tesoro invaluable, suficiente para acompañarme toda la vida.