A Ninguna criada sobrevivió con la nueva esposa del multimillonario, hasta que una nueva criada hizo lo imposible.
Ninguna criada sobrevivió con la nueva esposa del multimillonario, hasta que una nueva criada hizo lo imposible.
“¡Torpe idiota!”
El seco crujido de una bofetada resonó por el pasillo de mármol.
Olivia Hughes, la nueva esposa del multimillonario, lucía un brillante vestido azul, con los ojos encendidos, y la mano aún apretada contra la mejilla de una joven criada con un impecable uniforme azul y blanco. La criada, Aisha Daniels, hizo una mueca, pero no se apartó.

Detrás de ellas, dos empleadas mayores se quedaron paralizadas por la sorpresa. Incluso Richard Sterling, el mismísimo multimillonario, a mitad de la amplia escalera, la miraba con incredulidad.
Las manos de Aisha temblaban mientras sujetaba la bandeja de plata que había traído momentos antes. Una taza de té de porcelana yacía rota sobre la alfombra persa. Había derramado té, apenas una salpicadura, en el borde del vestido de Olivia.
“Tienes suerte de que no te eche ahora mismo”, siseó Olivia, con la voz cargada de veneno. “¿Tienes idea de cuánto cuesta este vestido?”
El corazón de Aisha se aceleró, pero su voz sonó tranquila. “Lo siento, señora. No volverá a suceder”.
“¡Eso dijeron las últimas cinco criadas antes de irse llorando!”, espetó Olivia. “Quizás debería darte prisa”.
Richard finalmente llegó al último escalón, con la mandíbula apretada. “Olivia, ya basta”.
Olivia se volvió hacia él, exasperada. “¿Basta? Richard, esta chica es incompetente. Igual que todas las demás”.
Aisha no dijo nada. Había oído hablar de Olivia antes de venir. Todas las criadas que la habían precedido habían durado menos de dos semanas, algunas apenas un día. Pero Aisha se había prometido a sí misma que no la echarían. Todavía no. Necesitaba este trabajo.
Más tarde esa noche, mientras el resto del personal susurraba en la cocina, Aisha pulía los cubiertos en silencio. María, la ama de llaves, se inclinó y murmuró: «Eres valiente, chica. He visto a mujeres el doble de tu tamaño marcharse después de una de sus rabietas. ¿Por qué sigues aquí?»
Aisha sonrió levemente. «Porque no vine solo a limpiar».
Maria frunció el ceño. «¿Qué quieres decir?»
Aisha no respondió. En cambio, apiló la plata pulida con cuidado y fue a preparar las habitaciones de invitados. Pero su mente estaba en otra parte: en la razón por la que había aceptado este trabajo, en la verdad que había venido a descubrir.
Arriba, en la suite principal, Olivia ya se quejaba con Richard de «esa nueva criada». Richard se frotaba las sienes, claramente cansado de las constantes peleas.
Pero para Aisha, este era solo el primer paso de un plan que o bien revelaría un secreto… o la destruiría por completo…
En lo profundo del corazón de la opulenta hacienda mexicana, entre ecos de fuentes de azulejos y el aroma embriagador de los jazmines que trepaban por los muros de adobe, Aisha continuaba su trabajo con una serenidad que desconcertaba a Olivia y despertaba la curiosidad del resto del servicio. Los días se deslizaban en una tensa calma, rota solo por los ocasionales estallidos de furia de la señora de la casa, siempre dirigidos hacia Aisha, quien los recibía con una estoica mezcla de humildad y una firmeza silenciosa.
Una tarde, mientras Aisha regaba el exuberante jardín interior, escuchó una conversación entre María y Consuelo, la cocinera, cuyos murmullos flotaban desde la cocina a través de las ventanas de hierro forjado.
“—Dicen que antes de Olivia, el señor Sterling era un hombre diferente,” susurró Consuelo, con la voz cargada de nostalgia. “Más amable, más presente. Desde que ella llegó, todo es tensión y secretos.”
“—Y las desapariciones de las criadas,” añadió María con un escalofrío. “Cinco mujeres en menos de un mes. Es antinatural.”
Las palabras resonaron en la mente de Aisha, confirmando las sospechas que la habían llevado hasta allí. No eran solo rabietas lo que ahuyentaba al personal. Había algo más oscuro acechando bajo la fachada de lujo y poder.
Aisha comenzó a observar con más detenimiento. Notó la forma en que Olivia evitaba ciertas habitaciones de la casa, el nerviosismo en los ojos de Richard cuando su esposa perdía los estribos, y los susurros furtivos del personal que cesaban abruptamente a la llegada de la nueva señora.
Una noche, aprovechando el silencio que envolvía la mansión después de que los señores se retiraran a sus aposentos, Aisha se aventuró por los pasillos poco iluminados. Su destino era el estudio de Richard Sterling, una habitación que siempre permanecía cerrada y donde, según los rumores, guardaba sus documentos más importantes.
Con el corazón latiéndole con fuerza, Aisha deslizó una horquilla de su recogido y con manos expertas, forzó la cerradura. La puerta se abrió con un leve clic. El estudio estaba sumido en la penumbra, iluminado solo por la tenue luz de la luna que se filtraba a través de las pesadas cortinas.
Aisha encendió la linterna de su teléfono y comenzó a examinar el escritorio. Entre papeles y legajos, encontró un álbum de fotos antiguo. Al abrirlo, su aliento se cortó. Las imágenes mostraban a Richard Sterling sonriendo junto a una mujer de cabello oscuro y ojos brillantes, una mujer que no era Olivia. En otras fotos, la misma mujer aparecía embarazada, y en una última, sostenía un bebé en sus brazos.
Debajo de una de las fotografías, una nota escrita a mano decía: “Mi amor, mi vida, mi Isabela y nuestro pequeño Ángel. Siempre en mi corazón.”
Un escalofrío recorrió la espalda de Aisha. Isabela… ese era el nombre que había escuchado murmurar a las criadas más antiguas, un nombre que había desaparecido de las conversaciones tras la llegada de Olivia.
Mientras Aisha asimilaba el descubrimiento, un ruido en el pasillo la alertó. Rápidamente cerró el álbum y apagó la linterna, justo cuando la puerta comenzaba a abrirse lentamente.
Una figura esbelta se recortó en el umbral, iluminada por la luz de un candelabro. Era Olivia, vestida con un camisón de seda color marfil, con una expresión dura y sospechosa en el rostro.
“—¿Qué haces aquí?” preguntó con voz helada.
Aisha intentó mantener la compostura. “Solo… buscaba un trapo para limpiar un derrame, señora.”
Olivia entrecerró los ojos, examinándola de arriba abajo. “En el estudio de mi esposo, a estas horas de la noche. No te creo.”
Antes de que Aisha pudiera responder, Olivia avanzó hacia el escritorio. Su mirada cayó inmediatamente sobre el álbum de fotos, que Aisha no había tenido tiempo de guardar.
Un grito ahogado escapó de los labios de Olivia al ver las imágenes. Sus ojos se llenaron de furia y lágrimas.
“—¡¿Quién te ha enseñado esto?! ¿Quién te ha dicho algo?” bramó, agarrando el álbum con manos temblorosas.
Aisha guardó silencio, sabiendo que la verdad estaba a punto de salir a la luz.
En ese momento, Richard apareció en el umbral, alertado por el grito de su esposa. Su rostro palideció al ver la escena: Olivia con el álbum en las manos y Aisha allí, en medio del estudio.
Olivia se giró hacia él, con los ojos inyectados en sangre. “¿Es ella, Richard? ¿Isabela? ¿Y… nuestro hijo?” Su voz se quebró al pronunciar la última palabra.
Richard bajó la mirada, incapaz de sostener su acusadora mirada. El silencio se hizo denso, cargado de secretos y dolor.
Fue entonces cuando Aisha habló, su voz firme y clara resonando en la habitación. “Vine aquí buscando la verdad sobre la desaparición de mi hermana, Isabela. Ella era la mujer de estas fotografías.”
El impacto de sus palabras fue palpable. Olivia retrocedió, con el rostro descompuesto. Richard finalmente levantó la vista, con una mezcla de sorpresa y remordimiento en los ojos.
La verdad, largamente oculta tras los muros de la hacienda, finalmente había sido revelada. La nueva criada, movida por el amor fraternal y la sed de justicia, había hecho lo imposible: desenterrar los secretos de una familia poderosa y rota, exponiendo las heridas del pasado que amenazaban con consumirlo todo. El futuro era incierto, pero una cosa era segura: nada volvería a ser lo mismo en la imponente mansión mexicana.