“MI HIJO NO IRÁ A LA UNIVERSIDAD”
“MI HIJO NO IRÁ A LA UNIVERSIDAD”
—¿Cómo que no va a estudiar una carrera?
La voz de Carmen temblaba, entre decepción e incredulidad. Estaban en la cocina, y frente a ella, su hijo de 18 años sostenía una taza de café como si fuera un escudo.
—Mamá… no quiero pasar cuatro años en algo que no me apasiona.
—¡Pero necesitas un título! ¡Eso te abrirá puertas!
—¿Y si esas puertas no llevan a donde quiero ir?
Carmen apretó los labios. Había trabajado toda su vida para pagarle buenas escuelas, para que no tuviera que pasar lo que ella pasó. ¿Y ahora… esto?
—¿Y qué vas a hacer, entonces?
—Quiero aprender carpintería. Construir cosas con las manos. He buscado talleres, mentorías, cursos. Ya estoy hablando con un ebanista en Valencia que acepta aprendices.
—¿Para eso tantos sacrificios? ¿Para que termines… haciendo muebles?
—No “termino” haciendo muebles. Empiezo a vivir como yo quiero —respondió él, con firmeza—. No todos los caminos pasan por una universidad, mamá.
A la semana siguiente, Carmen fue a visitar a su hermana. Llevaba el corazón revuelto.
—Está perdido —dijo—. Quiere ser “artesano” o no sé qué historia. ¿Te imaginas? ¡Con todo lo que le hemos dado!
Su hermana la escuchó en silencio, removiendo el té.
—¿Sabes quién también dijo eso una vez? —preguntó finalmente— El padre de Miguel Ángel. Le parecía una locura que su hijo se dedicara a tallar mármol. Y mira tú.
—Pero no es Miguel Ángel…
—Y tú no eres su dueña, Carmencita. Eres su madre, no su carcelera.
Pasaron meses. El hijo de Carmen se fue. Se manchó las manos de barniz, se cortó un par de veces, aprendió a distinguir la caoba del roble solo con el olor. Era feliz.
Un día, volvió al pueblo a visitarla. Traía en brazos un baúl que había hecho él mismo.
—Es para ti.
Carmen lo tocó con los dedos. Era hermoso. Digno de una exposición. No sabía qué decir.
—No lo entiendo todo —susurró—. Pero si esto te hace feliz… entonces es suficiente para mí.
Hoy, su hijo tiene 28 años. No tiene un diploma en la pared, pero sí un taller lleno de pedidos. Ha salido en revistas de diseño sostenible. Da clases gratuitas a jóvenes sin recursos. Y aún guarda aquel primer baúl con el que su madre empezó a entender que la dignidad no depende de un título.
Porque a veces, el éxito no se mide con orlas…
Sino con madera y amor.