“EL MURO DE SAMIR”


El día que Samir cumplió 10 años, su madre le regaló una caja de tizas de colores. No era un regalo caro, pero en medio de una ciudad en ruinas, cualquier color era una promesa.

—¿Para qué son? —preguntó él, extrañado.
—Para que dibujes lo que no se puede decir con palabras —le respondió ella, mientras le acariciaba el cabello.

Samir vivía en una zona del norte de Gaza donde las paredes no solo dividían calles, sino también esperanzas. Cada mañana salía a jugar entre escombros, recogía trozos de madera, tapones de botella o cualquier cosa que pudiera parecerse a un juguete.

Pero aquel día, Samir hizo algo distinto. Caminó hasta el muro gris al final del callejón, el que siempre estaba sucio y quebrado, y empezó a dibujar. Un sol grande. Un árbol. Un niño con una cometa.

—¿Qué haces ahí? —le gritó un vecino desde su ventana.
—Estoy pintando mi casa del futuro —respondió Samir sin dejar de trazar.

Al día siguiente, otros niños se le unieron. Una dibujó una escuela con pupitres nuevos. Otro, una bicicleta. Otro más, una granja con gallinas y vacas. Pronto, el muro se transformó en una galería de sueños.

Pasaron semanas.

—Samir, hoy no —le dijo su madre una mañana—. Han bombardeado cerca.
—Solo iré un momento. Prometo volver antes de que termines el té.

Cuando llegó al muro, notó que parte de los dibujos se habían borrado con la lluvia. Pero no se desanimó. Sacó la tiza roja y empezó a trazar algo nuevo: una puerta.

—¿Qué estás dibujando ahora? —preguntó Noura, su vecina de 8 años.
—Una salida —respondió él—. Una puerta que nos lleva a donde nadie tiene miedo.

Esa tarde, una reportera extranjera pasó por allí. Había ido a documentar la vida en las calles, pero lo que encontró fue otra cosa: un mural lleno de color en medio del polvo.

—¿Quién hizo esto? —preguntó.
—Samir —dijo uno de los niños—. Él empezó todo.

La mujer tomó fotos. Muchas. Y prometió llevarlas al mundo.

Días después, Samir y su madre fueron invitados a una entrevista en una cadena internacional. Ella dudó. Él insistió.

—Quiero que sepan que los niños aquí también sueñan, mamá. Que también construimos cosas… aunque solo sean con tizas.

Las imágenes del “Muro de los Sueños” se hicieron virales. En muchas ciudades del mundo, otros niños comenzaron a dibujar sus propios sueños en paredes. A Samir le llegaron cartas, lápices, nuevas cajas de tizas desde distintos países.

Un día, una ONG le ofreció una beca para estudiar arte a distancia. Él aceptó. Y cada vez que terminaba una clase, salía al muro con una nueva idea.

—¿No te cansas, Samir? —le preguntó su madre.
—No. Porque mientras este muro exista, seguiré pintando futuros.

Hoy, ese muro todavía está en pie. Los dibujos cambian, pero el mensaje permanece. Y en una esquina, con tiza blanca, hay una frase escrita por Samir:

“Las bombas destruyen casas, pero no pueden tocar lo que dibujamos con el alma