Pensé que en mi familia nunca pelearíamos por dinero…
Pensé que en mi familia nunca pelearíamos por dinero…
hasta que llegó la herencia.
Siempre habíamos sido unidos.
Cumpleaños, navidades, domingos en la casa de mamá todo era motivo para reunirnos.
Si alguien estaba en problemas, los demás ayudaban.
Yo creía que eso nunca cambiaría.
Hasta que papá murió.
Después del entierro, nos juntamos para “hablar de sus cosas”.
En la mesa estaba el café, las galletas y una carpeta con papeles.
El ambiente se sentía pesado, aunque nadie lo decía.
La primera en romper el silencio fue mi hermana:
—Yo merezco más, porque fui la que más estuvo con él.
Mi hermano menor levantó la cabeza y le contestó:
—¿Y nosotros qué? ¿No somos hijos también?
Ahí empezó todo.
Las voces subieron, los recuerdos se convirtieron en reproches.
Ese día no nos mirábamos como hermanos nos mirábamos como enemigos.
Meses después, pasé junto a mi hermano menor en la calle.
Me miró, pero no me saludó.
Ese momento dolió más que cualquier discusión.
Hoy, la herencia ya no existe.
Se gastó, se vendió, se repartió.
Lo único que quedó fue el silencio entre nosotros.
Esa herencia no nos hizo más ricos
solo más pobres de familia.