Creyó que la vida le había quitado todo — hasta que una niña le recordó que el amor deja huellas de sangre.

El millonario se quedó atónito al ver que la vendedora del mercado era idéntica a su exesposa. Lo que sucedió después sorprendió a todos…
Él era millonario. Tenía todo lo que quería hasta que vio a esa niña vendiendo verduras en el mercado. Era idéntica a su exesposa. Lo que descubrió después cambió su vida para siempre. Ricardo Mendoza nunca pensó que ir a comprar tomates cambiaría toda su vida. Tenía 45 años. era dueño de tres empresas de construcción y vivía en una mansión donde todo llegaba a domicilio.
Pero ese sábado por la mañana su empleada doméstica había salido de emergencia y él necesitaba ingredientes para hacer la pasta que tanto le gustaba a su hijo Mateo. “Papá, no sabes ni freír un huevo”, le había dicho Mateo riéndose mientras desayunaban. “Mejor pido pizza. Hoy tu papá va a cocinar.” Ricardo respondió con esa determinación que lo había llevado de albañil a Millonario.
Voy al mercado y traigo todo lo necesario. Mateo, de 17 años, lo miró como si hubiera dicho que iba a volar a la luna. Ricardo entendía la reacción. Hacía años que no pisaba un mercado popular. Desde que María había muerto en ese accidente 5 años atrás, todo en su vida se había vuelto automático, frío, organizado por empleados.
se subió a su BMW negro y manejó hacia el mercado central. El contraste era brutal. Salió de su barrio de casas enormes y jardines perfectos y llegó a un lugar lleno de vida. Gritos de vendedores, olores de comida, niños corriendo entre los puestos. Ricardo se sintió fuera de lugar con su camisa de marca y sus zapatos italianos.
La gente lo miraba, algunos con curiosidad, otros con esa mezcla de respeto y distancia que provoca el dinero. Caminó entre los puestos buscando tomates, sintiéndose como un turista en su propia ciudad. Había olvidado cómo era esto. María siempre hacía las compras. Ella conocía a todos los vendedores, regateaba con una sonrisa, elegía las mejores frutas tocándolas con esa sabiduría que él nunca tuvo.
Los tomates se eligen con el corazón. le decía siempre, “Si huelen a tierra y a sol, están perfectos.” Estaba perdido entre tantos puestos cuando la vio. Era una niña de unos 11 años sentada detrás de un puesto de verduras. Tenía el cabello castaño recogido en una cola de caballo despeinada y estaba acomodando zanahorias en una caja de cartón.
Llevaba una blusa morada sencilla y unos jeans gastados, pero había algo en ella que hizo que Ricardo se quedara paralizado. Era idéntica a María, no parecida, no similar. Era como ver un fantasma, como si su esposa hubiera regresado a los 11 años, los mismos ojos grandes y expresivos, la misma forma de inclinar la cabeza cuando se concentraba, hasta la misma manera de fruncir el ceño cuando algo no le gustaba. Ricardo sintió que le faltaba el aire. Sus manos comenzaron a temblar.
Era imposible, completamente imposible. Pero ahí estaba, viva, real, organizando verduras como si fuera lo más normal del mundo. La niña levantó la vista y lo vio mirándola. Le sonrió con esa sonrisa que él conocía también, la misma que había enamorado perdidamente 20 años atrás.
¿Busca algo especial, señor?, le preguntó con una voz dulce, pero madura para su edad. Ricardo no pudo responder. Se quedó ahí parado, mirándola como si fuera una aparición. La niña ladeó la cabeza, exactamente igual que María, cuando no entendía algo. Está bien, señor. Se ve muy pálido. Yo yo necesito tomates, logró articular.
Finalmente, “Tengo los mejores tomates del mercado”, respondió ella con orgullo, señalando hacia una caja llena de tomates rojos y perfectos. Mi abuela dice que hay que elegirlos con cuidado. ¿Quiere que le ayude? La palabra abuela resonó en la cabeza de Ricardo. Tomó uno de los tomates y se dio cuenta de que sus manos temblaban tanto que casi lo dejó caer.
La niña se acercó y puso su mano sobre la suya para ayudarlo. En ese momento, Ricardo sintió algo que no había sentido en 5 años. Era como si María estuviera ahí tocándolo, consolándolo. La niña tenía las mismas manos pequeñas y cálidas, la misma ternura en el gesto. “¿Cómo te llamas?”, preguntó con la voz quebrada. “Sofía, respondió ella.
Sofía Herrera. ¿Y usted?” Ese era el apellido de soltera de María. Ricardo sintió que las piernas se le aflojaban. Todo comenzaba a tener sentido de la manera más imposible. Ricardo, respondió Ricardo Mendoza. Sofía asintió y comenzó a elegir los mejores tomates, explicándole como una pequeña experta por qué unos eran mejores que otros.
Ricardo la escuchaba hipnotizado, viendo cada gesto, cada expresión, cada movimiento que era calcado a los de María. ¿Hace mucho que trabajas aquí?, preguntó tratando de sonar casual, aunque por dentro estaba hecho pedazos. Todos los sábados vengo con mi abuela. Ella tiene este puesto desde hace años.
Yo la ayudo porque está enferma y ya no puede cargar las cajas pesadas. ¿Y tu mamá? Sofía se quedó callada por un momento. Su expresión cambió. Se volvió más seria, más triste. Mi mamá murió cuando yo era pequeña. Solo tengo a mi abuela. Ricardo sintió que el mundo se le venía encima. No podía ser coincidencia. Los parecidos físicos, el apellido, la edad, todo encajaba de una manera terrorífica.
“¿Puedo conocer a tu abuela?”, preguntó, aunque no estaba seguro de estar preparado para lo que pudiera descubrir. “Está descansando en la camioneta. El doctor dice que no debe hacer esfuerzos, Sofía”, explicó. “Pero si quiere puede venir conmigo. Ella siempre está contenta de conocer clientes nuevos.
” Ricardo asintió siguiendo a Sofía hacia una camioneta vieja estacionada detrás de los puestos. Una mujer estaba sentada en el asiento del conductor con la puerta abierta para tomar aire. Cuando los vio acercarse, levantó la vista. Ricardo la reconoció inmediatamente. Era Carmen Herrera, la mamá de María.
Había envejecido. Estaba más delgada, pero era ella. Sus ojos se encontraron y Ricardo vio cómo se llenaban de lágrimas. Dios mío, susurró Carmen. Ricardo, abuela, ¿conoces al señor? Preguntó Sofía confundida. Carmen miró a su nieta, luego a Ricardo, y después cerró los ojos como si estuviera reuniendo fuerzas para lo que tenía que decir.
Sofía, mi niña, dijo con voz temblorosa, hay algo que necesitas saber, algo que he estado guardando durante años. Ricardo sintió que su corazón se detenía. Sofía lo miró con esos ojos que eran exactamente iguales a los de María, esperando una explicación que cambiaría todo. “¿Qué pasa, abuela? ¿Por qué lloras?”, preguntó Sofía acercándose a Carmen.
Carmen tomó las manos de su nieta y las apretó con fuerza. “Sofía, este señor, este señor es tu papá.” El silencio que siguió fue ensordecedor. Sofía miró a Ricardo con expresión de shock total, procesando palabras que no podía entender. Ricardo se quedó paralizado, confirmando lo que su corazón ya sabía, pero su mente se negaba a aceptar. “Mi papá”, susurró Sofía.
“Pero mi papá no está muerto.” Carmen negó con la cabeza, las lágrimas corriendo por sus mejillas. “Te mentí y mi niña. Te mentí para protegerte. Tu papá está vivo y está aquí. Ricardo se acercó lentamente a Sofía, que lo miraba con una mezcla de confusión, esperanza y miedo. ¿Eres realmente mi papá?, preguntó con una voz tan pequeña que apenas se escuchaba.
Creo que sí, respondió Ricardo, su voz completamente quebrada. Creo que eres mi hija. En ese momento, desde detrás de otro puesto, una mujer observaba la escena con lágrimas en los ojos. Llevaba una gorra que le cubría parte del rostro, pero había algo familiar en su postura, algo que si Ricardo hubiera volteado en ese momento, habría cambiado todo de manera aún más impactante.
Pero él solo tenía ojos para Sofía, la hija que no sabía que tenía, la niña que era el vivo retrato de la mujer que había amado más que a su propia vida. Una hora después, Ricardo estaba sentado en la mesa de la cocina más humilde que había visto en años.
La casa de Carmen era pequeña, con paredes que necesitaban pintura y muebles viejos, pero muy limpios. Sofía había preparado café en una cafetera antigua mientras Carmen buscaba una caja de zapatos llena de papeles. “Aquí están todos los documentos”, dijo Carmen poniendo la caja sobre la mesa.
“Certificado de nacimiento, reportes médicos, todo lo que necesitas para confirmar que Sofía es tu hija.” Ricardo tomó el certificado de nacimiento con manos temblorosas. Ahí estaba Sofía Herrera, nacida el 15 de marzo, hace 11 años. En el espacio del padre decía no registrado, pero las fechas encajaban perfectamente. Había nacido exactamente 9 meses después de la última vez que él y María habían estado juntos. ¿Por qué no pusieron mi nombre?, preguntó.
Porque María no quería que tuvieras obligaciones legales. Carmen explicó. Quería que si algún día aparecías fuera porque realmente querías estar ahí. Sofía se sentó junto a Ricardo, todavía mirándolo como si fuera algo mágico. De verdad eres millonario, como dice la gente. Ricardo sonrió.
Era la primera vez que sonreía genuinamente en años. Sí, tengo dinero, pero eso no es lo importante ahora. ¿Qué es lo importante? preguntó Sofía. Conocerte, recuperar el tiempo perdido, ser el papá que deberías haber tenido desde el principio. Carmen sacó más papeles de la caja. Ricardo, ¿hay algo más? ¿Algo que Sofía no sabe. ¿Qué cosa? Preguntó Sofía preocupada.
Carmen miró a Ricardo pidiendo permiso con los ojos. Él asintió. Tu mamá no está en una casa de cuidados especiales. Carmen dijo lentamente. Está aquí en la ciudad. Pero hay razones por las que no puede estar contigo. Ricardo sintió que se le paraba el corazón.
¿Qué razones? Cuando María despertó del coma, no recordaba nada, pero poco a poco comenzó a recuperar algunos recuerdos. Recordó a Sofía, me recordó a mí, pero no te recordaba a ti. Los doctores dijeron que era selectivo, que su mente había bloqueado los recuerdos dolorosos. Los recuerdos dolorosos. Ricardo preguntó, aunque sabía la respuesta. El divorcio, las peleas, la manera como terminaron las cosas.
Ricardo se sintió como si le hubieran dado una puñalada. Entonces, ¿no quiere verme. No es que no quiera, Carmen aclaró, es que no puede. Cada vez que alguien menciona tu nombre, le dan ataques de pánico. Los doctores dicen que su mente asocia tu recuerdo con trauma. Sofía tomó la mano de Ricardo. ¿Por qué mi mamá tiene miedo de ti? Ricardo cerró los ojos recordando los últimos días de su matrimonio, las peleas terribles, las acusaciones, las cosas hirientes que se habían dicho.
Había sido cruel con María, frío, distante. Ahora entendía por qué su mente había bloqueado esos recuerdos. “Porque no fui un buen esposo, admitió, porque la lastimé mucho.” “¿Pero ahora eres diferente?”, preguntó Sofía. Ricardo la miró. Sus ojos eran los mismos de María, pero había algo diferente en ellos.
Había esperanza, confianza, amor incondicional, todo lo que él había perdido con María. Sí, respondió. Soy completamente diferente. Carmen se levantó y fue hacia la ventana. Ricardo, hay algo que necesitas saber. María viene al mercado todos los sábados. Desde lejos observa a Sofía. Nunca se acerca, pero siempre está ahí. ¿Qué? Ricardo se levantó de golpe. ¿Estaba ahí hoy? Sí, te vio.
Te vio hablar con Sofía. Te vio descubrir la verdad. Ricardo sintió que el mundo se le venía encima otra vez. ¿Y qué hizo? Se fue. Estaba llorando. Llorando de tristeza o de alegría. Carmen se encogió de hombros. No lo sé, pero por primera vez en 5 años no se escondió cuando alguien la vio. Siempre que alguien la reconoce sale corriendo.
Hoy se quedó ahí. mirándote, Sofía se levantó y abrazó a Ricardo. Papá, ¿vas a ayudar a mi mamá? La palabra papá sonaba cada vez más natural, cada vez más hermosa. Ricardo abrazó a su hija sintiendo que por fin tenía un propósito real en la vida. “Voy a hacer todo lo que pueda”, prometió. “Pero necesito saber más. Necesito entender qué pasó realmente.
” Carmen regresó a la mesa y sacó una carpeta llena de reportes médicos. Después del accidente, María estuvo en coma por 4 meses. Cuando despertó, había perdido la memoria a largo plazo. No recordaba los últimos 5 años de su vida, ni siquiera a mí, especialmente a ti. Los doctores dijeron que era un mecanismo de defensa. Su mente había bloqueado los recuerdos traumáticos.
Ricardo ojeó los reportes médicos. Había páginas y páginas de evaluaciones psicológicas, tratamientos, terapias. María había pasado por un infierno, pero recordaba estar embarazada. Sí, recordaba el embarazo, recordaba dar a luz, recordaba los primeros años de Sofía, pero no recordaba quién era el padre. Nunca preguntó. Carmen negó con la cabeza.
Le dijimos que había sido una relación casual, que el padre no quería responsabilidades. Pensamos que era mejor así. ¿Mejor para quién? ¿Para? ¿Para Sofía? para ti también. Ricardo se quedó callado procesando toda la información. Había perdido 5 años de la vida de su hija. 5 años que nunca iba a recuperar, pero ahora tenía la oportunidad de ser el padre que Sofía necesitaba.
¿Dónde vive María ahora? Preguntó. En un apartamento pequeño cerca del hospital. Trabaja medio tiempo en una floristería. Los doctores dicen que mantenerse ocupada la ayuda. Puede vivir sola. Sí, pero necesita revisiones médicas regulares y no puede tener estrés.
Cualquier situación que la altere demasiado puede causarle ataques de pánico. Sofía se acercó a la ventana. A veces la veo pasar por aquí. Siempre usa una gorra y lentes oscuros, pero yo sé que es ella. Nunca has tratado de hablarle, preguntó Ricardo. La abuela dice que no puedo, que sería muy peligroso para ella. Ricardo miró a Carmen. Tan grave es su condición. Los doctores dicen que cualquier shock emocional fuerte podría causarle daño permanente.
Su mente está en equilibrio muy delicado, pero no puede seguir viviendo así para siempre. No, Carmen admitió, pero tampoco podemos arriesgarnos a que algo le pase. Ricardo se quedó pensando. Había construido un imperio empresarial resolviendo problemas complejos, pero esto era diferente. Esto era su familia, su vida, su corazón. ¿Qué necesita? Preguntó finalmente. ¿Qué necesita? ¿Qué? María.
¿Qué necesita para estar mejor? ¿Mejores doctores? ¿Mejores tratamientos? ¿Una casa mejor? ¿Qué necesita? Carmen lo miró con sorpresa. Ricardo, no es cuestión de dinero. Todo se puede solucionar. Ricardo dijo con determinación. Tiene que haber una manera. Los mejores doctores ya la han visto. Hemos probado todos los tratamientos posibles.
¿Y qué dicen? ¿Qué recomiendan? Carmen suspiró. Dicen que necesita tiempo, que quizás algún día, si las condiciones son perfectas, podría recuperar algunos recuerdos, pero no hay garantías. ¿Qué tipo de condiciones? Entorno seguro, sin estrés, rodeada de cosas familiares y, sobre todo, sin presión. Ricardo se quedó callado pensando.
Luego miró a Sofía, que seguía junto a la ventana, mirando hacia la calle como si esperara ver a su madre. “¿Tú quieres que tu mamá regrese?”, le preguntó. Sofía se volteó con lágrimas en los ojos. Es lo que más quiero en el mundo, pero la abuela dice que es imposible. “¿Y si te dijera que hay una manera?” Carmen lo miró con alarma.
“Ricardo, ¿no puedes prometer cosas que no puedes cumplir?” No estoy prometiendo nada, Ricardo”, dijo. Estoy preguntando qué pasaría si creáramos las condiciones perfectas, un lugar seguro, sin estrés, con los mejores doctores del mundo. ¿Qué tienes en mente? Ricardo miró alrededor de la casita humilde, pensando en su mansión vacía, en todos los recursos que tenía, en todo el dinero que había ganado, pero que nunca había usado para algo realmente importante.
“Tengo una idea”, dijo, “pero necesito que confíen en mí.” Sofía corrió hacia él y lo abrazó. “Yo confío en ti, papá.” Esas palabras fueron como un bálsamo para el alma de Ricardo. Por primera vez en años sintió que su vida tenía un propósito real, una misión que valía la pena. ¿Qué necesitas que hagamos?, preguntó Carmen.
Primero, Ricardo dijo, necesito que me dejen ayudar. Necesito que me dejen ser el papá que debería haber sido desde el principio. Y después, después vamos a traer a María de vuelta. Vamos a hacer que nuestra familia esté junta otra vez. Carmen negó con la cabeza. Ricardo, es muy arriesgado. Todo lo que vale la pena en la vida es arriesgado. Ricardo respondió, pero esta vez no voy a rendirme.
Esta vez voy a luchar por mi familia. Sofía lo miró con admiración. ¿De verdad crees que puedes ayudar a mi mamá? Ricardo tomó las manos de su hija. Voy a hacer todo lo que esté en mis manos, te lo prometo. En ese momento, sonó el teléfono de Carmen. Era un número desconocido. Cuando contestó, una voz temblorosa habló desde el otro lado. Carmen, soy yo. Soy María.
Necesito verte. Necesito hablar contigo sobre lo que pasó hoy. El silencio después de escuchar la voz de María fue absoluto. Carmen se quedó con el teléfono en la mano, mirando a Ricardo con ojos llenos de pánico. Sofía corrió hacia su abuela tratando de escuchar la conversación. “Mamá”, susurró Sofía.
“¿Es mi mamá?” Carmen asintió lentamente. “Sí, mi niña, es tu mamá.” Ricardo sintió que el corazón se le iba a salir del pecho. Después de 5 años iba a escuchar la voz de la mujer que había amado más que a su propia vida. Se acercó a Carmen, que seguía paralizada. “Pásame el teléfono”, dijo Ricardo. “No”. Carmen negó con la cabeza.
Los doctores dijeron que no podía tener contacto contigo, que podría ser peligroso. “Carmen, por favor.” La voz de María sonaba desde el teléfono. “¿Estás ahí?” “Sí, estoy aquí. Carmen respondió alejando el teléfono de Ricardo. ¿Dónde estás? Estoy en el café de la esquina, el que está cerca del mercado. Necesito que vengas sola. Ricardo se acercó más. Dile que yo voy contigo. No puedo, Carmen susurró.
Dile que, Carmen. La voz de María interrumpió. Sé que él está ahí. Lo vi en el mercado. Vi cómo hablaba con Sofía. Vi cómo se abrazaron. El silencio volvió a llenar la habitación. Ricardo tomó el teléfono de las manos de Carmen antes de que pudiera detenerlo. María dijo con voz quebrada, soy yo. Soy Ricardo. La respiración de María se escuchaba entrecortada del otro lado de la línea.
No puedo, no puedo hacer esto por teléfono. ¿Quieres que vaya a verte? No sé qué quiero. María respondió y Ricardo pudo escuchar las lágrimas en su voz. Estoy muy confundida. Cuando te vi hoy fue como si como si algo despertara en mi cabeza, pero no entiendo qué. ¿Recordaste algo? Flashes, imágenes, tu cara, pero más joven, una casa grande.
Peleas, muchas peleas. Ricardo cerró los ojos. Los únicos recuerdos que tenía de él eran los malos. María, sé que no es fácil, pero necesitamos hablar. Sofía sabe que eres su papá. Sí, acaba de enterarse. ¿Y cómo está? Ricardo miró a su hija que estaba aferrada a la mano de Carmen, con los ojos llenos de esperanza. Está bien, está feliz.
Quiere verte. Yo también quiero verla, María susurró. Pero tengo miedo. Miedo de qué, de recordar, de que me duela, de que las cosas que recuerdo sean verdad. Ricardo sintió que se le partía el corazón. María, lo que pasó entre nosotros fue culpa mía. Todo fue culpa mía. No quiero hablar de eso por teléfono.
María dijo rápidamente, “Ven al café, trae a Sofía, pero ven solo tú con ella.” Carmen negó con la cabeza vigorosamente. María. Los doctores dijeron, “Los doctores no saben lo que siento.” María interrumpió. Necesito ver a mi hija. “Y necesito verlo a él.” Ricardo miró a Carmen. “¿Dónde está el café?” Ricardo, esto es muy arriesgado. Carmen dijo, si María tiene un episodio, no va a pasar nada.
Ricardo dijo con determinación. Voy a cuidarla. Voy a cuidar a las dos. Sofía se acercó a Ricardo. Vamos a ver a mi mamá. Sí, mi niña. Vamos a ver a tu mamá. Carmen suspiró profundamente. Está bien, pero yo los acompaño. Me quedo cerca por si acaso. 20 minutos después, Ricardo caminaba hacia el café tomado de la mano de Sofía.
Su hija estaba nerviosa, se arreglaba el cabello cada 2 minutos y le preguntaba si se veía bien. ¿Crees que mi mamá me va a reconocer?, preguntó Sofía. Por supuesto que te va a reconocer. Ricardo respondió. Eres lo más importante en su vida y a ti te va a reconocer. Ricardo se detuvo. Era una pregunta que no sabía cómo responder. No lo sé, mi niña, pero lo que importa es que estemos juntos.
Cuando llegaron al café, Ricardo la vio inmediatamente. María estaba sentada en una mesa del fondo con la espalda hacia la entrada. Llevaba una gorra y lentes oscuros, pero él la habría reconocido en cualquier lugar. la forma de sus hombros, la manera en que se sentaba, el movimiento nervioso de sus manos. ¿Es ella? Preguntó Sofía. Sí. Ricardo respondió. Es tu mamá.
Se acercaron lentamente. María debe haber sentido su presencia porque se volteó. Cuando se quitó los lentes, Ricardo vio esos ojos que había amado tanto. Pero había algo diferente en ellos. Había miedo, confusión, pero también algo más. Algo que parecía reconocimiento. Sofía María susurró y se levantó de inmediato.
Su hija corrió hacia ella y la abrazó con fuerza. Mamá, te extrañé tanto. Yo también te extrañé, mi amor. María respondió. Y Ricardo pudo ver como sus ojos se llenaban de lágrimas. Perdóname por no haber estado contigo. ¿Por qué no podías estar conmigo? Preguntó Sofía. María miró a Ricardo por encima de la cabeza de su hija.
Sus ojos se encontraron y él sintió la misma conexión que habían tenido 20 años atrás. Era como si el tiempo no hubiera pasado. Porque estaba enferma. María respondió, porque no podía cuidarte como merecías. Pero ya estás mejor. María dudó. Estoy mejor, pero todavía estoy confundida con muchas cosas. Ricardo se acercó lentamente. Hola, María. Ella lo miró directamente a los ojos.
Hola, Ricardo. ¿Te molesta que esté aquí? No lo sé. María respondió honestamente. Cuando te veo siento siento muchas cosas, pero no entiendo qué significan. Se sentaron en la mesa Sofía entre los dos. María no dejaba de mirar a Ricardo como si estuviera tratando de armar un rompecabezas en su cabeza.
¿Cómo te sientes?, preguntó Ricardo, confundida, asustada. Pero también aliviada. Aliviada, porque por fin puedo ver a Sofía. Porque por fin puedo hablar contigo. Sofía tomó las manos de sus padres. Vamos a ser una familia otra vez. El silencio que siguió fue tenso. María miró a Ricardo buscando algo en su expresión. No sé. María respondió finalmente.
Hay muchas cosas que no recuerdo. Muchas cosas que no entiendo. ¿Qué recuerdas de mí? preguntó Ricardo. María cerró los ojos. Recuerdo tu cara, pero más joven. Recuerdo una casa grande con jardín. Recuerdo que trabajabas mucho. Recuerdo peleas, gritos, portazos. Cada palabra era como una puñalada para Ricardo. ¿Solo recuerdas lo malo? No. María abrió los ojos.
También recuerdo otras cosas. Recuerdo tu risa. Recuerdo que me comprabas flores. Recuerdo que me abrazabas cuando tenía pesadillas. Ricardo sintió una chispa de esperanza. ¿Recuerdas algo más? Recuerdo que te amaba. María dijo en voz baja. Recuerdo que te amaba mucho, pero también recuerdo que me lastimabas. María, yo no. María lo interrumpió. Déjame hablar.
Necesito decir esto. Ricardo asintió. Recuerdo que siempre tenías excusas, que el trabajo era más importante que yo, que siempre había algo más urgente que estar conmigo. Tenías razón. Ricardo admitió. Tenías razón en todo. ¿Y por qué era así?, preguntó María. Porque el trabajo era más importante que nuestra familia.
Ricardo miró a Sofía, que escuchaba todo con atención porque era un idiota, porque pensaba que el dinero era lo más importante, porque pensaba que si tenía más dinero iba a ser más feliz. ¿Y fuiste más feliz? No. Ricardo respondió inmediatamente. Fui miserable, especialmente después de que te fueras. Me extrañaste.
Todos los días durante 5co años, cada día me levantaba pensando en ti. María se quedó callada procesando sus palabras. ¿Y por qué no me buscaste? Porque pensé que estabas muerta. Ricardo respondió. Hubo un accidente. Me dijeron que habías muerto. Y no fue así. No estuviste en coma. Cuando despertaste habías perdido la memoria. María asintió. Eso me dijeron los doctores, pero hay cosas que no entiendo.
¿Por qué no sabía que Sofía era tu hija? Ricardo miró a Carmen, que estaba sentada en otra mesa, observando discretamente. Porque cuando te fuiste no sabías que estabas embarazada. Te enteraste después. ¿Y por qué no me lo dijiste? Porque no lo sabía. Ricardo respondió. Nadie me lo dijo. María frunció el seño. ¿Por qué nadie te lo dijo? Porque tu mamá y tú pensaron que era mejor así. Mejor para quién, para ti, para Sofía.
Para mí también. María se quedó callada por un momento largo. ¿Crees que fue la decisión correcta? No. Ricardo respondió sin dudar. Fue la peor decisión que se pudo haber tomado. Perdí 5 años de la vida de mi hija. 5 años que nunca voy a recuperar. ¿Y qué vas a hacer ahora? Voy a ser el papá que debería haber sido desde el principio. Ricardo dijo mirando a Sofía. Voy a cuidar de ella.
Voy a amarla. Voy a estar ahí para todo lo que necesite. ¿Y conmigo? Preguntó María en voz baja. ¿Qué vas a hacer conmigo? Ricardo la miró directamente a los ojos. Voy a hacer todo lo que esté en mis manos para ayudarte, para que te sientas mejor, para que recuperes la memoria, si es posible. ¿Por qué? Porque todavía te amo. Ricardo respondió sin dudar.
Porque nunca dejé de amarte. María se quedó callada, lágrimas corriendo por sus mejillas. No sé si puedo corresponderte. No sé si puedo volver a confiar en ti. No te estoy pidiendo que confíes en mí. Ricardo dijo, “Te estoy pidiendo que me des una oportunidad de demostrarte que he cambiado.
¿Y si no cambio de opinión? ¿Y si nunca recupero la memoria? ¿Y si nunca vuelvo a amarte?” Ricardo tomó las manos de María. Entonces voy a respetarlo, pero voy a estar ahí para Sofía. Voy a ser el mejor papá que pueda ser. Sofía miró a sus padres. Podemos intentarlo. Podemos intentar ser una familia. María miró a su hija, luego a Ricardo. No va a ser fácil.
Lo sé, Ricardo respondió, pero vale la pena intentarlo. Y si no funciona, entonces al menos lo habremos intentado. Ricardo dijo, “Pero esta vez voy a hacer las cosas bien. Esta vez la familia va a hacer lo más importante.” María asintió lentamente. Está bien, podemos intentarlo, pero con condiciones.
¿Qué condiciones? Vamos despacio, muy despacio. No me presiones, no me fuerces a recordar cosas que no quiero recordar. De acuerdo, Ricardo aceptó inmediatamente. Y si en algún momento siento que no puedo seguir, te lo voy a decir. ¿De acuerdo? Y vas a respetar mi decisión completamente. María se secó las lágrimas. Entonces podemos intentarlo.
Sofía se levantó y abrazó a sus padres al mismo tiempo. Vamos a ser una familia. Ricardo miró a María por encima de la cabeza de su hija. Por primera vez en 5 años sintió que tenía una razón real para vivir. No solo había encontrado a su hija, sino que tenía una oportunidad de recuperar a la mujer que había amado.
¿Dónde vamos a vivir?, preguntó Sofía. Donde tú quieras. Ricardo respondió. Donde tu mamá se sienta cómoda. ¿Podemos vivir en tu casa grande? Preguntó Sofía. Ricardo miró a María. Solo si tu mamá quiere. María dudó. ¿Cómo es tu casa? Grande, ¿va? Solitaria. Ricardo respondió honestamente, “Pero podemos hacer que sea un hogar.
Y si no me gusta, entonces buscamos otra casa o la arreglamos como tú quieras.” María asintió. Está bien, podemos intentarlo. Cuando salieron del café, Ricardo sintió que estaba viviendo un sueño. Caminaba por la calle con su hija de una mano y la madre de su hija del otro lado.
No era la familia que había perdido, pero era una oportunidad de construir algo nuevo. Papá, preguntó Sofía. ¿Sí crees que vamos a ser felices? Ricardo miró a María, que caminaba en silencio, perdida en sus pensamientos. Vamos a hacer todo lo posible para hacerlo, respondió. Vamos a hacer todo lo posible.
Esa noche, mientras preparaba la casa para recibir a María y Sofía, Ricardo pensó en todas las decisiones que lo habían llevado a ese momento. Había cometido errores terribles, había perdido años preciosos, había lastimado a la mujer que amaba, pero ahora tenía una segunda oportunidad y esta vez no la iba a desperdiciar. Dos semanas después del encuentro en el café, Ricardo estaba parado en la entrada de su mansión, nervioso como nunca había estado en su vida.
Había contratado decoradores, había comprado muebles nuevos, había preparado cuartos especiales para María y Sofía, pero nada de eso importaba si ellas no se sentían cómodas en su casa. Su hijo Mateo estaba a su lado, igual de nervioso. ¿Estás seguro de que estás listo para esto, papá? No, Ricardo respondió honestamente, pero es lo correcto. Mateo tenía 17 años y había sido el único hombre en la casa durante 5 años.
La idea de compartir a su padre con una hermana que no conocía y una mujer que no recordaba lo tenía ansioso. ¿Y si no nos llevamos bien?, preguntó Mateo. Entonces trabajaremos en llevarnos bien. Ricardo respondió, Sofía es tu hermana. Y María. María va a ser parte de nuestra familia. Un taxi se detuvo frente a la casa.
Ricardo sintió que se le aceleraba el corazón. María bajó primero, mirando la mansión con expresión de asombro y un poco de miedo. Sofía bajó después con una maleta pequeña y una sonrisa enorme. Papá. Sofía corrió hacia Ricardo. Tu casa es como un palacio. Ricardo la abrazó, pero sus ojos estaban fijos en María.
Ella se había quedado junto al taxi como si no estuviera segura de querer entrar. ¿Estás bien?, le preguntó Ricardo. Es muy grande, María respondió. Muy intimidante. Es solo una casa. Ricardo dijo suavemente. Pero si no te gusta, podemos buscar otra. María negó con la cabeza. No, dijimos que íbamos a intentarlo. Mateo se acercó tímidamente. Hola dijo. Soy Mateo.
Sofía lo miró con curiosidad. Tú eres mi hermano sí, Mateo respondió. Soy tu hermano mayor. ¿Sabías de mí? No. Mateo admitió. Papá me contó hace dos semanas. Fue una sorpresa muy grande. ¿Estás contento de que esté aquí? Mateo miró a su padre, luego a María, luego de vuelta a Sofía. Estoy nervioso, respondió honestamente. Pero sí, estoy contento.
Ricardo ayudó a María con su maleta. ¿Quieres que te muestre la casa? Sí, María, respondió, pero despacio. Todo me parece muy familiar y muy extraño al mismo tiempo. Entraron a la casa. El recibidor era enorme, con una escalera de mármol que subía al segundo piso. María se detuvo en la entrada, mirando alrededor con expresión confundida. “¿Qué pasa?”, preguntó Ricardo.
“He estado aquí antes, María”, dijo lentamente. Recuerdo esta escalera. Recuerdo ese cuadro. Ricardo siguió su mirada. El cuadro era un paisaje que habían comprado juntos durante su luna de miel. María no recordaba comprarlo, pero su mente reconocía la imagen. ¿Recuerdas algo más?, preguntó Ricardo. Recuerdo subir estas escaleras. Recuerdo estar enojada. Recuerdo gritar.
Ricardo sintió una punzada de dolor. ¿Recuerdas por qué gritabas? No. María negó con la cabeza. Solo recuerdo la rabia. Mucha rabia. Sofía tomó la mano de su madre. ¿Estás bien, mamá? Estoy bien. María respondió. Pero Ricardo podía ver que no era verdad. Solo necesito un minuto. Se sentó en uno de los sofás del recibidor.
Ricardo se sentó a su lado, manteniendo distancia, pero mostrando apoyo. ¿Quieres que te lleve a tu cuarto?, preguntó. ¿Puedes descansar? ¿Cuál es mi cuarto? Te preparé el cuarto de huéspedes. Tiene baño privado y vista al jardín. Pensé que te gustaría tener privacidad. María asintió. Gracias. Eso es considerado. ¿Dónde voy a dormir yo?, preguntó Sofía.
Tienes tu propio cuarto también. Ricardo respondió. Está al lado del de tu mamá, pero si prefieres puedes dormir con ella. Puedo ver mi cuarto, por supuesto. Subieron las escaleras. Ricardo había contratado a una decoradora especializada en cuartos de niños para que preparara el cuarto de Sofía. Cuando abrió la puerta, Sofía gritó de emoción.
Es el cuarto más hermoso del mundo. El cuarto tenía paredes rosadas, una cama con dosel, un escritorio para hacer tareas, una biblioteca llena de libros y una ventana grande con vista al jardín. En una esquina había una casa de muñecas y juguetes que Ricardo había elegido cuidadosamente. ¿Te gusta?, preguntó Ricardo. Me encanta. Sofía respondió saltando en la cama.
Puedo quedarme aquí para siempre. Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras. Ricardo prometió. María observaba desde la puerta. Es muy lindo. Dijo. Pero debe haber costado mucho dinero. El dinero no importa. Ricardo respondió. Lo que importa es que Sofía sea feliz. ¿Y si no funciona?, preguntó María. Y si decidimos irnos.
¿No va a ser difícil para ella dejar todo esto? Ricardo entendió la preocupación. Si deciden irse, van a llevarse todo lo que quieran, pero espero que no sea necesario. Le mostró a María su cuarto. Era elegante, pero no ostentoso, con colores suaves y muebles cómodos. Había flores frescas en la mesita de noche y toallas nuevas en el baño. ¿Qué opinas?, preguntó Ricardo.
Es hermoso, María respondió, pero me siento como si fuera una invitada. Eres más que una invitada. Ricardo dijo, “Eres eres familia.” María se sentó en la cama. Ricardo, necesito que hablemos. ¿Qué pasa? Esto es muy difícil para mí. Esta casa estar aquí contigo, intentar recordar cosas que mi mente no quiere recordar.
Ricardo se sentó en la silla del escritorio manteniendo distancia. ¿Qué puedo hacer para que sea más fácil? No sé. María admitió. Los doctores dicen que forzar los recuerdos puede ser contraproducente, pero estar aquí es como si mi mente estuviera luchando consigo misma.
¿Quieres que busquemos otra casa? No, quiero intentarlo, pero necesito que entiendas que va a ser un proceso lento. Lo entiendo, Ricardo prometió. Vamos a ir a tu ritmo. Esa noche, durante la cena, la tensión era palpable. Mateo trataba de ser amable con Sofía, pero se notaba que estaba incómodo. María comía en silencio, mirando alrededor del comedor como si estuviera tratando de resolver un rompecabezas. Sofía era la única que parecía completamente cómoda.
“¿Siempre comen este comedor tan elegante?”, preguntó Sofía. “Sí”, respondió Mateo. “Papá dice que es importante mantener tradiciones.” ¿Qué tradiciones? Cena familiar todas las noches, nada de teléfonos en la mesa, hablar sobre el día. ¿Y de qué hablaban antes de que yo llegara? Mateo miró a su padre, principalmente del trabajo, de la escuela, de deportes. ¿Y ahora de qué vamos a hablar? De todo.
Ricardo respondió. De lo que quieras hablar. Sofía sonrió. Quiero hablar de mi nueva escuela. ¿Cuándo empiezo? El lunes. Ricardo respondió. Te inscribí en la mejor escuela de la ciudad. María levantó la vista sin preguntarme. Ricardo se dio cuenta de su error. Lo siento. Pensé que pensaste que podías tomar decisiones sobre mi hija sin consultarme. No.
Ricardo se apresuró a explicar. Pensé que querías que empezara clases lo antes posible. Sí, quiero. María respondió. Pero quiero estar involucrada en las decisiones. Tienes razón. Ricardo admitió. Debería haberte consultado. Puedo cambiar de escuela si no me gusta. preguntó Sofía. Por supuesto, Ricardo respondió mirando a María. Pero primero hablaremos con tu mamá. El resto de la cena transcurrió en relativo silencio.
Después, mientras Ricardo ayudaba a limpiar la cocina, María se acercó a él. “Necesitamos establecer reglas”, dijo. “¿Qué tipo de reglas?” “Sobre Sofía, sobre las decisiones que la afectan, sobre cómo vamos a hacer esto.” “Está bien, Ricardo aceptó. ¿Qué propones? Todas las decisiones importantes sobre Sofía las tomamos juntos.
Nada de inscribirla en escuelas o comprarle cosas caras sin consultarme. De acuerdo. Y necesito mi espacio. Necesito tiempo para procesar todo esto. Lo entiendo. ¿Y qué pasa con Mateo? Preguntó María. Se ve incómodo. Está ajustándose, Ricardo explicó. Ha sido hijo único durante 5 años. Esto es un cambio grande para él. también.
¿Crees que va a aceptar a Sofía? Sí. Ricardo respondió con confianza. Mateo es un buen chico, solo necesita tiempo. A la mañana siguiente, Ricardo despertó temprano y bajó a la cocina. Se sorprendió al encontrar a María ya despierta, tomando café y mirando por la ventana hacia el jardín. “Buenos días”
, dijo Ricardo. “Buenos días.” María respondió. “¿Siempre te levantas tan temprano?” Sí, es un hábito del trabajo. ¿Sigues trabajando tanto como antes, Ricardo se sirvió café? Estoy tratando de trabajar menos. Quiero pasar más tiempo con Sofía. Contigo también si quieres. ¿Qué tipo de trabajo haces? Construcción. Tengo una empresa de construcción. María asintió.
Eso suena familiar. ¿Recuerdas algo sobre mi trabajo? Recuerdo que siempre estabas ocupado. Recuerdo que siempre había llamadas urgentes. Sí. Ricardo admitió, ese era mi problema. El trabajo era mi prioridad y ahora, ahora mi prioridad es mi familia. María lo miró con escepticismo. ¿Cómo sé que es verdad? Porque te lo voy a demostrar.
Ricardo respondió. Día tras día te lo voy a demostrar. Sofía bajó corriendo las escaleras, ya vestida para su primer día de escuela. Estoy lista. ¿Desayunaste?, preguntó María. No tengo hambre. Estoy muy nerviosa. Tienes que desayunar, María insistió. Es importante. Ricardo preparó huevos revueltos y tostadas. Mientras Sofía desayunaba, María le arregló el cabello y le dio consejos sobre cómo hacer amigos nuevos.
“¿Vas a estar aquí cuando regrese?”, preguntó Sofía. “Sí, María, prometió, “Voy a estar aquí. ¿Y tú, papá?” “Yo también voy a estar aquí.” Ricardo prometió, “Vamos a estar aquí cuando regreses.” Después de dejar a Sofía en la escuela, Ricardo y María regresaron a casa en silencio. Cuando llegaron, María se dirigió hacia el jardín. “¿Puedo caminar un poco?”, preguntó. “Por supuesto.
” “¿Quieres que te acompañe?” “No necesito estar sola.” Ricardo la vio caminar por el jardín, deteniéndose de vez en cuando para tocar las flores o sentarse en un banco. Había algo en su postura que le decía que estaba luchando internamente. Una hora después, María regresó a la casa. Tenía los ojos rojos como si hubiera estado llorando.
¿Estás bien?, preguntó Ricardo. Recordé algo. María dijo. Recordé que había un rosal en el jardín. Un rosal que planté cuando nos mudamos aquí. Ricardo asintió. Sí, está en la parte trasera. Sigue ahí. ¿Puedo verlo? Por supuesto. La llevó al rosal. Era un rosal blanco que María había plantado durante su primer año de matrimonio.
Había crecido mucho y estaba lleno de flores hermosas. Lo recuerdo. María susurró tocando una de las flores. Recuerdo plantarlo. Recuerdo que me dijiste que era una pérdida de tiempo. Ricardo sintió vergüenza. Sí, dije eso. ¿Por qué lo dijiste? Porque era un idiota. Ricardo respondió, porque no entendía que las cosas hermosas son importantes. María se quedó callada observando las flores.
¿Qué más recuerdas de mí que era idiota? Recuerdo que no te hacía caso cuando me hablabas. Recuerdo que siempre estaba revisando el teléfono durante las cenas. Recuerdo que cancelé nuestro aniversario porque tenía una reunión importante. ¿Recuerdas nuestro aniversario cada año?” Ricardo respondió. 15 de junio. Cada año en esa fecha me siento miserable.
¿Por qué? Porque me recuerda todo lo que perdí, todo lo que destruí. María se volteó hacia él. Realmente has cambiado? Sí. Ricardo respondió sin dudar. Completamente. ¿Cómo puedo estar segura? Porque en las últimas dos semanas no he ido a la oficina ni una sola vez porque cancelé todas mis reuniones para estar aquí contigo y con Sofía, porque lo único que me importa ahora es mi familia.
María lo miró a los ojos. Y si no funciona entre nosotros, ¿y si nunca vuelvo a amarte? Entonces voy a respetar eso. Ricardo respondió. Pero voy a seguir siendo el mejor padre que pueda ser para Sofía. ¿Y si me enamoro de otra persona? La pregunta dolió, pero Ricardo la respondió honestamente.
Entonces voy a querer que seas feliz, aunque me duela. María asintió. Está bien, podemos seguir intentando. Esa tarde, cuando Sofía regresó de la escuela, estaba emocionada y llena de historias sobre sus nuevos compañeros de clase. Durante la cena, le contó a toda la familia sobre su maestra, sobre los niños que había conocido, sobre las cosas que había aprendido.
¿Te gustó?, preguntó María. Me encantó, Sofía respondió. Pero hay una cosa que me confunde. ¿Qué? Todos los niños hablan sobre sus papás. Algunos dicen que sus papás los llevan al trabajo los sábados. Otros dicen que sus papás los ayudan con la tarea. ¿Y qué te confunde de eso?, preguntó Ricardo.
¿Tú vas a hacer esas cosas conmigo?, preguntó Sofía. Vas a ser como los otros papás. Ricardo sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. Voy a ser mejor que los otros papás, prometió. Voy a hacer todo lo que no pude hacer durante 11 años. ¿Lo prometes? Lo prometo. Ricardo respondió y por primera vez en su vida sintió que una promesa así realmente importaba.
Esa noche, mientras tocaba a Sofía en su cama, ella le preguntó, “Papá, ¿crees que algún día vamos a ser una familia normal?” “¿Qué es una familia normal?”, preguntó Ricardo. “Una familia donde todos se aman y nadie se va.” Ricardo le dio un beso en la frente. Creo que vamos a ser mejor que una familia normal, dijo.
Vamos a ser una familia que se eligió, que luchó por estar junta. ¿Y mamá también va a amarte otra vez? No lo sé. Ricardo respondió honestamente, pero voy a hacer todo lo posible para merecerlo. Un mes después de mudarse a la mansión, María despertó en medio de la noche con un grito que despertó a toda la casa.
Ricardo fue el primero en llegar a su cuarto, seguido por Sofía y Mateo. ¿Qué pasó?, preguntó Ricardo encendiendo la luz. María estaba sentada en la cama sudando y temblando. “Tuve un sueño”, dijo con voz entrecortada. “Pero no era un sueño, era un recuerdo.” “¿Qué recordaste?”, preguntó Sofía acercándose a su madre.
“Recordé el día que me fui de esta casa.” María respondió mirando directamente a Ricardo. Recordé por qué me fui. Ricardo sintió que se le helaba la sangre. ¿Qué recordaste exactamente? Recordé la pelea. La pelea terrible que tuvimos. Recordé que me dijiste que nunca ibas a cambiar, que el trabajo siempre iba a ser tu prioridad. María, recordé que estaba embarazada.
María continuó las lágrimas corriendo por su rostro. Recordé que traté de decírtelo esa noche, pero no me dejaste hablar. El silencio en la habitación era absoluto. Sofía miraba entre sus padres tratando de entender lo que estaba pasando. ¿Qué más recordaste? Preguntó Ricardo, aunque tenía miedo de la respuesta. Recordé que hice las maletas esa misma noche.
Recordé que me quedé esperando en la sala, esperando que bajaras y me pidieras que no me fuera. Y bajé. No. María respondió. Te quedaste en tu oficina hablando por teléfono con algún cliente. Ni siquiera notaste que me había ido hasta el día siguiente. Ricardo se sentó en la silla del escritorio completamente destruido.
María, yo es verdad, preguntó Sofía. Realmente dejaste que mamá se fuera. Ricardo miró a su hija viendo la decepción en sus ojos. Sí, admitió. Es verdad. ¿Por qué? Preguntó Sofía. Porque era un idiota. Ricardo respondió, porque pensaba que María siempre iba a estar ahí sin importar cómo la tratara.
María se secó las lágrimas. Recordé algo más, dijo. Recordé que traté de llamarte varias veces después de irme. Quería decirte que estaba embarazada. ¿Y por qué no me lo dijiste? Porque tu secretaria me dijo que estabas en reuniones importantes, que no podías ser molestado. Ricardo se llevó las manos a la cabeza. Dios mío, María. Lo siento mucho.
La secretaria sabía que yo estaba embarazada. No, Ricardo respondió. Nadie lo sabía. Entonces, ¿por qué no me pasó las llamadas? Porque le dije que no quería hablar contigo. Ricardo admitió sintiendo la vergüenza más profunda de su vida. Porque pensé que estabas tratando de manipularme para que regresaras. El silencio que siguió fue devastador.
María lo miró con una expresión de dolor tan profunda que Ricardo sintió que se le partía el alma. “¿Pensaste que te estaba manipulando?”, preguntó María. “Sí.” Ricardo respondió. Pensé que era otra de nuestras peleas, que eventualmente ibas a regresar. Y cuando no regresé, pensé que habías encontrado a alguien más.
Pensé que habías decidido que no me querías en tu vida. María se levantó de la cama y caminó hacia la ventana. ¿Sabes cuántas veces traté de llamarte? No, 15 veces. 15 veces durante dos semanas. Después me di por vencida. Ricardo sintió que se le desgarraba el corazón. María, si hubiera sabido, ¿habrías contestado? Preguntó María volteándose hacia él.
Ricardo quería mentir. Quería decir que sí, pero sabía que María merecía la verdad. No lo sé, admitió. Probablemente no ves, María dijo, “Ea es la diferencia entre nosotros. Tú puedes vivir con las consecuencias de tus decisiones. Yo no pude. ¿Qué quieres decir? Quiero decir que después de que no contestaste mis llamadas, me di cuenta de que realmente no me querías, que realmente el trabajo era más importante que yo.” Sofía se acercó a su madre.
“Mamá, ¿estás bien?” Estoy bien, mi amor. María respondió abrazando a su hija. Solo estoy recordando cosas que preferiría no recordar. ¿Vas a irte otra vez?, preguntó Sofía con miedo. María miró a Ricardo, luego a Sofía. No lo sé, respondió honestamente. Necesito pensar. Por favor, no te vayas. Sofía suplicó. Por favor, mamá.
Estamos intentando ser una familia. Lo sé, mi amor, pero es muy difícil para mí estar aquí sabiendo lo que sea ahora. Ricardo se levantó. María, dame una oportunidad de explicarte. Explicarme qué, preguntó María. ¿Que pensaste que era una manipuladora? ¿Que no me querías lo suficiente como para contestar mis llamadas? Explicarte que he cambiado.
Ricardo dijo desesperadamente, que ya no soy esa persona. ¿Cómo puedo estar segura? Porque en el último mes he demostrado que mi familia es mi prioridad. Un mes no borra 5 años de matrimonio horrible, María respondió. Un mes no borra el hecho de que cuando más te necesité no estuviste ahí. Mateo, que había estado callado todo este tiempo, finalmente habló.
Mamamá María dijo, “Sé que no tengo derecho a opinar, pero he visto cómo ha cambiado mi papá desde que ustedes llegaron.” ¿Cómo ha cambiado?, preguntó María. Antes, cuando llegaba del trabajo, se iba directo a su oficina. Cenábamos en silencio y después él seguía trabajando hasta muy tarde.
Y ahora, ahora llega del trabajo y lo primero que hace es preguntar por Sofía. Cena con nosotros, nos pregunta sobre nuestro día, nos ayuda con la tarea. María miró a Mateo con atención. Eso es verdad. Sí. Mateo respondió. Y otra cosa, antes los fines de semana también trabajaba, ahora los fines de semana los pasa con nosotros. ¿Por qué me estás diciendo esto?, preguntó María.
Porque veo cómo mira a Sofía. Mateo respondió, la mira como si fuera lo más importante del mundo y lo veo mirarte a ti de la misma manera. Y eso que tiene que ver, que la persona que tú recuerdas ya no existe. Mateo dijo, “Mi papá ya no es esa persona.” María se quedó callada procesando las palabras de Mateo.
“¿Tú crees que la gente puede cambiar realmente?” “Sí, Mateo”, respondió, “Mi papá es la prueba.” Ricardo miró a su hijo con orgullo y gratitud. Mateo tiene razón, dijo, “so soy diferente, pero entiendo por qué te cuesta creerme.” “¿Qué necesito hacer para demostrártelo?”, preguntó Ricardo. “No lo sé.” María respondió. Honestamente, “No lo sé.
” ¿Quieres que me vaya?, preguntó Ricardo. ¿Quieres que te dé espacio? María lo miró sorprendida. ¿Harías eso? haría lo que fuera necesario para que te sintieras cómoda. Ricardo respondió, incluso si eso significa alejarme. Pero esta es tu casa. Esta es nuestra casa. Ricardo corrigió. Tuya, de Sofía, de Mateo, mía.
Pero si necesitas que me vaya para poder sanar, me iré. María se quedó callada por un momento largo. No quiero que te vayas, dijo finalmente. Pero necesito tiempo para procesar estos recuerdos. ¿Cuánto tiempo? No lo sé. Tal vez días, tal vez semanas. Te voy a dar todo el tiempo que necesites. Ricardo prometió. Y si decido que no puedo seguir adelante con esto, entonces voy a respetar tu decisión.
Ricardo respondió, pero voy a seguir siendo el padre de Sofía. ¿Y si conozco a alguien más? La pregunta dolió, pero Ricardo la respondió con honestidad. Entonces voy a querer que seas feliz, aunque me duela. Sofía miró a sus padres. ¿Pueden intentar arreglar las cosas, por favor, mi amor? María se arrodilló frente a su hija. Algunos problemas no se arreglan fácilmente.
Necesito tiempo para sanar heridas muy profundas. Pero, ¿vas a intentarlo? Voy a intentarlo, María prometió. Pero necesito que entiendas que va a ser muy difícil. Y si no funciona, entonces vamos a encontrar una manera de ser una familia diferente. María respondió. Una familia donde todos nos amemos, aunque mamá y papá no sean pareja. Eso es posible. Sí, Ricardo respondió.
Es posible. Hay muchas familias así, pero prefiero que sean pareja. Sofía admitió. Nosotros también, Ricardo dijo mirando a María. Pero lo más importante es que todos seamos felices. Los días siguientes fueron difíciles. María se había vuelto distante, perdida en sus recuerdos. recuperados. Pasaba mucho tiempo en el jardín, especialmente cerca del rosal que había plantado años atrás.
Ricardo respetó su espacio, pero se aseguró de que supiera que estaba ahí si lo necesitaba. Seguía yendo al trabajo, pero por periodos más cortos, y siempre estaba en casa para la cena. Una tarde, mientras Ricardo ayudaba a Sofía con la tarea, María se acercó a ellos. ¿Puedo hablar contigo?, le preguntó a Ricardo.
“Por supuesto, Ricardo” respondió, “¿Quieres que sea en privado?” “No.” María respondió. Sofía puede escuchar. Esto la afecta a ella también. Se sentaron en la sala. María tomó las manos de Sofía. “He estado pensando mucho”, comenzó María, “sobre los recuerdos que han regresado. Sobre lo que pasó entre tu papá y yo.” “¿Y qué decidiste?”, preguntó Sofía. “Decidí que el pasado es el pasado.” María respondió.
que no puedo cambiar lo que pasó, pero sí puedo decidir qué hacer con el futuro. ¿Qué quieres hacer?, preguntó Ricardo. Quiero intentar perdonar. María dijo, no porque lo que pasó no importa, sino porque cargar con resentimiento no me está haciendo bien. Eso significa que vas a darle otra oportunidad a papá, preguntó Sofía.
¿Significa que voy a darle una oportunidad a nuestra familia? María respondió, pero con condiciones. ¿Qué condiciones? preguntó Ricardo. Primera condición, vamos a ir a terapia familiar todos juntos. Acepto. Ricardo respondió inmediatamente. Segunda condición. Si vuelvo a sentir que el trabajo es más importante que la familia, me voy y no regreso. Acepto. Tercera condición.
Vamos despacio, muy despacio. No me presiones para que sienta cosas que no estoy lista para sentir. Acepto. Y cuarta condición, preguntó Sofía. ¿Puedo poner yo una condición? María sonríó. ¿Cuál? Que los domingos hagamos algo divertido juntos. Los cuatro, como una familia normal.
Acepto, dijeron María y Ricardo al mismo tiempo. Y Mateo, preguntó Ricardo. ¿Qué condición pones tú? Mateo pensó por un momento. Que Sofía me enseñe a jugar algunos de sus juegos y que yo le enseñe a jugar videojuegos. Acepto. Sofía respondió emocionada. Entonces está decidido. María dijo. Vamos a intentarlo, pero esta vez lo vamos a hacer bien. ¿Qué significa hacerlo bien? Preguntó Sofía.
Significa comunicarnos cuando estemos enojados. María respondió. Significa que papá va a demostrar que realmente ha cambiado día tras día. ¿Y tú qué vas a hacer?”, preguntó Ricardo. “Voy a trabajar en perdonar.” María respondió, “Voy a trabajar en confiar otra vez.” “Y si no puedes, entonces vamos a encontrar otra manera.
” María dijo, “pero lo vamos a intentar con todo lo que tenemos.” Esa noche, durante la cena, el ambiente era diferente. Había esperanza en el aire, pero también cautela. Todos sabían que iban a enfrentar desafíos, pero también sabían que estaban dispuestos a luchar por su familia. “Papá, preguntó Sofía. ¿Sí crees que vamos a poder ser felices?” Ricardo miró a María que le dio una sonrisa pequeña pero genuina.
“Creo que vamos a hacer todo lo posible para hacerlo”, respondió. “Y si no funciona, entonces vamos a saber que lo intentamos.” Ricardo dijo. Y eso ya es mucho, mamá. preguntó Sofía. Sí, mi amor. ¿Crees que vas a volver a amar a papá algún día? María miró a Ricardo y por primera vez en semanas no apartó la mirada inmediatamente.
No lo sé, respondió honestamente, pero creo que vale la pena averiguarlo. Y tú, papá, ¿todavía amas a mamá? Nunca dejé de amarla. Ricardo respondió, ni por un segundo. Entonces, ¿por qué la lastimaste? Porque no sabía cómo amarla correctamente. Ricardo admitió. Pero ahora sí lo sé.
¿Cómo se ama correctamente? Preguntó Sofía poniendo a la persona que amas antes que cualquier otra cosa. Ricardo respondió, escuchándola cuando te habla, estando ahí cuando te necesita y perdonando cuando comete errores, agregó María. Sí. Ricardo asintió. Y perdonando cuando comete errores. ¿Cómo ustedes se están perdonando ahora?, preguntó Mateo. Exactamente. María respondió, “Como nos estamos perdonando ahora.
” Esa noche, cuando Ricardo fue a despedirse de Sofía, ella le hizo una pregunta que lo tomó por sorpresa. “Papá, ¿qué habría pasado si hubiera sabido que mamá estaba embarazada de mí?” Ricardo se sentó en el borde de la cama. “Habría corrido tras ella,”, respondió. “Habría hecho todo lo posible para que regresara.
” “¿Pero habrías cambiado realmente?” Honestamente, Ricardo pensó cuidadosamente su respuesta. Probablemente no. Probablemente habría seguido siendo el mismo, solo que con más responsabilidades. Entonces, fue mejor que no lo supieras. No, Ricardo respondió, porque perdí 11 años de tu vida. Pero tal vez, tal vez necesitaba perder eso para entender lo que realmente importa.
¿Y qué importa realmente? Tú, Ricardo respondió, tu mamá, Mateo, mi familia. Ustedes son lo único que realmente importa. Sofía sonrió. ¿Sabes qué, papá? ¿Qué? Creo que mamá va a volver a amarte. ¿Por qué crees eso? Porque la veo mirarte cuando crees que no se da cuenta. Sofía respondió. Y la manera en que te mira es como si estuviera recordando por qué se enamoró de ti. De verdad. Sí.
Sofía asintió. Solo necesita tiempo para recordar cómo confiar en ti otra vez. Ricardo besó la frente de su hija. Espero que tengas razón. La tengo. Sofía respondió con confianza. Siempre la tengo. Siempre. Bueno, casi siempre. Sofía se rió. Pero en esto sí tengo razón. Vamos a ser una familia feliz. ¿Cómo puedes estar tan segura? Porque todos lo queremos. Sofía respondió.
Y cuando toda la familia quiere lo mismo, siempre funciona. Ricardo esperaba que su hija tuviera razón. Esperaba que el amor fuera suficiente para sanar todas las heridas. Esperaba que esta vez pudiera ser el hombre que su familia necesitaba. Tres meses después de la crisis nocturna, la familia Mendoza había encontrado una rutina que funcionaba.
Las sesiones de terapia familiar habían ayudado enormemente y Ricardo había demostrado día tras día que su compromiso con la familia era real, pero nada los había preparado para lo que estaba a punto de suceder. Era un sábado por la mañana cuando sonó el teléfono. Ricardo estaba en la cocina preparando el desayuno mientras María ayudaba a Sofía con un proyecto escolar y Mateo practicaba guitarra en su cuarto. “Diga, contestó Ricardo.
Señor Mendoza”, preguntó una voz femenina desconocida. “Sí, soy yo. Habla la doctora Elena Vázquez del Hospital San Rafael. Necesito hablar con usted sobre María Herrera.” Ricardo sintió que se le helaba la sangre. ¿Qué pasa con María? ¿Está ella ahí? Sí, está aquí conmigo. Señor Mendoza. Necesito que vengan al hospital lo antes posible. Hay algo muy importante que debo decirles.
¿Qué es? ¿Está María en peligro? No puedo hablar por teléfono, pero es urgente que vengan. Ricardo colgó el teléfono con las manos temblando. María se acercó inmediatamente. ¿Qué pasa?, preguntó. Te ves muy pálido. Era del hospital. Necesitan que vayamos ahora mismo. ¿Por qué? No me lo quisieron decir por teléfono. María sintió un escalofrío de miedo.
¿Crees que algo está mal conmigo? No lo sé. Ricardo respondió tomando sus manos. Pero vamos a enfrentarlo juntos. ¿Qué pasa? Preguntó Sofía acercándose. Tenemos que ir al hospital, María explicó. Pero no te preocupes, probablemente no es nada serio. ¿Puedo ir con ustedes? Es mejor que te quedes con Mateo. Ricardo dijo, “Regresamos en unas horas.
Prometen que van a estar bien.” Prometemos. María respondió abrazando a su hija. En el camino al hospital, María estaba silenciosa, perdida en sus pensamientos. Ricardo trataba de mantener la calma, pero por dentro estaba aterrorizado. Después de todo lo que habían pasado, después de todos los progresos que habían hecho, no podía soportar la idea de perder a María otra vez. ¿Crees que es algo sobre mi memoria?”, preguntó María.
“Tal vez Ricardo” respondió, “¿Has tenido más recuerdos últimamente?” “Sí, María”, admitió, “pero no como antes. Ahora son recuerdos buenos, recuerdos de cuando éramos felices. ¿Como cuáles? Como nuestra primera cita. ¿Como el día que nos comprometimos? Como la primera vez que dijiste que me amabas.” Ricardo sonrió a pesar de su preocupación.
¿Recuerdas todo eso? Sí. Y también recuerdo por qué me enamoré de ti. ¿Por qué? Porque cuando me mirabas me sentía como la persona más importante del mundo. María respondió, como si fuera lo único que importara. Porque eres lo único que importa. Ricardo dijo, “Tú y Sofía y Mateo, ustedes son mi mundo. Lo sé.” María sonrió. Ahora lo sé.
Cuando llegaron al hospital, la doctora Vázquez los estaba esperando. Era una mujer mayor, con expresión seria, pero amable. “Señor Mendoza María, gracias por venir tan rápido”, dijo guiándolos hacia su oficina. “Doctora, ¿qué es lo que necesita decirnos?”, preguntó Ricardo. “Siéntense, por favor.” Se sentaron juntos.
Ricardo tomando la mano de María. “María, la doctora comenzó. ¿Has tenido dolores de cabeza últimamente?” “Sí. María respondió, “Pero pensé que era por el estrés. ¿Qué tipo de dolores?” “Muy fuertes, especialmente por las mañanas. ¿Por qué no me lo dijiste?”, preguntó Ricardo. “Porque no quería preocuparte.” María respondió. Pensé que era normal. María. La doctora continuó.
Necesito hacerte algunos estudios. Hay algo que no salió bien en tu última resonancia magnética. “¿Qué cosa?”, preguntó María apretando la mano de Ricardo. Hay una pequeña anomalía en tu cerebro. Probablemente es resultado del accidente que tuviste hace 5 años. ¿Qué tipo de anomalía? Es un pequeño hematoma que no se reabsorbió correctamente después del accidente. Está creciendo lentamente.
Ricardo sintió que el mundo se le venía abajo. ¿Qué significa eso? Significa que necesita cirugía. La doctora explicó. No es algo que podamos posponer mucho más. ¿Es peligrosa la cirugía?”, preguntó María. “Toda cirugía cerebral tiene riesgos.” La doctora respondió honestamente, “Pero si no la hacemos, los riesgos son mayores. ¿Qué tipo de riesgos?” “Pérdida de memoria permanente, problemas motores.
En el peor de los casos, puede ser fatal. El silencio que siguió fue absoluto.” Ricardo sintió que no podía respirar. “¿Cuándo necesita hacerse la cirugía?”, preguntó finalmente lo antes posible, idealmente la próxima semana. ¿Y cuáles son las posibilidades de éxito? 80%, la doctora respondió, son buenas probabilidades.
Y el 20% restante, hay riesgo de complicaciones, pérdida de memoria, problemas de coordinación, cambios de personalidad. María miró a Ricardo. “¿Qué opinas?” “Opino que no tenemos opción.” Ricardo respondió, “No puedo arriesgarme a perderte otra vez.
Y si la cirugía no sale bien, ¿y si pierdo la memoria otra vez? Entonces vamos a empezar de nuevo.” Ricardo dijo sin dudar. Vamos a enamorarnos otra vez. Y si cambio completamente, “¿Y si no soy la misma persona? Entonces voy a amar a la persona en la que te conviertas.” Ricardo respondió, “Porque lo que amo de ti no son solo los recuerdos, es tu alma.” María comenzó a llorar. Tengo miedo. Yo también, Ricardo admitió.
Pero vamos a enfrentarlo juntos. ¿Qué les vamos a decir a los niños? Les vamos a decir la verdad. Ricardo respondió que mamá necesita una operación, pero que todo va a estar bien. Y si no está bien, va a estar bien. Ricardo dijo con determinación. Tiene que estar bien. La doctora los interrumpió.
Necesito que firmen algunos documentos. Y María, necesito que vengas mañana para hacer algunos estudios preoperatorios. ¿Puedo acompañarla? Preguntó Ricardo. Por supuesto. Cuando regresaron a casa, Sofía y Mateo estaban esperándolos en la sala. ¿Qué dijo el doctor?, preguntó Sofía inmediatamente.
Ricardo y María se sentaron con ellos. Mamá necesita una operación. Ricardo explicó. ¿Qué tipo de operación? Preguntó Mateo. En el cerebro. María respondió. Hay algo que no sanó bien después de mi accidente. ¿Es peligroso?, preguntó Sofía con lágrimas en los ojos. Todas las operaciones tienen riesgos, María, explicó. Pero el doctor dice que tengo buenas probabilidades.
¿Y si algo sale mal?, preguntó Sofía. No va a salir mal. Ricardo dijo firmemente. Tu mamá es fuerte. Va a estar bien. ¿Cuándo es la operación? La próxima semana. María respondió. ¿Puedo quedarme en casa y no ir a la escuela?, preguntó Sofía. No, María dijo, “Quiero que sigas con tu rutina normal.
Pero, ¿y si te pasa algo mientras estoy en la escuela? No me va a pasar nada”, María prometió. Y además, tu papá va a estar conmigo todo el tiempo. ¿Prometes que vas a estar bien? Prometo que voy a luchar con todas mis fuerzas. María respondió, “Porque tengo una familia hermosa que me necesita.” Esa noche, después de que los niños se fueron a dormir, Ricardo encontró a María en el jardín, sentada junto al Rosal. ¿Estás bien?, preguntó sentándose a su lado.
Estoy asustada, María, admitió. Pero también estoy agradecida. Agradecida porque tuve estos últimos meses contigo. Porque pude conocer a Sofía como realmente es. Porque pude perdonarte. Y que me perdonaras. No hables como si fueras a morir, Ricardo dijo, “Vas a estar bien. Y si no es así, entonces voy a recordarte por el resto de mi vida.” Ricardo respondió.
Voy a asegurarme de que Sofía sepa lo increíble que era su mamá. Y si pierdo la memoria otra vez, entonces vamos a hacer nuevos recuerdos. Ricardo dijo, “Mejores recuerdos. ¿Me vas a recordar si no recuerdo nada?” “Te voy a recordar todo.” Ricardo prometió. Cada sonrisa, cada risa, cada momento que hemos compartido. María se acercó a él y apoyó la cabeza en su hombro.
¿Sabes algo? En estos últimos meses me volví a enamorar de ti. Ricardo sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. De verdad. Sí. No de la persona que eras antes, sino de la persona que eres ahora. ¿Y cómo soy ahora? Eres el hombre que siempre quise que fueras. María respondió. Eres atento, cariñoso, presente, eres el padre que Sofía merece y soy el esposo que tú mereces. Sí. María respondió. Definitivamente sí.
Entonces, cuando salgas de la operación, podemos intentar ser una pareja real otra vez. Sí. María sonríó. Podemos intentarlo. Incluso si no recuerdas nada. Especialmente si no recuerdo nada. María respondió, “Porque voy a conocerte desde cero y voy a enamorarme de ti desde cero.” Ricardo la abrazó más fuerte. “Te amo tanto.
” “Yo también te amo.” María respondió. “Y voy a seguir amándote sin importar que pase.” Los días siguientes fueron una montaña rusa emocional. María pasó por todos los estudios preoperatorios mientras Ricardo se encargaba de arreglar sus asuntos de trabajo para poder estar con ella durante la recuperación. Cancelaste todas tus reuniones, preguntó María. Todas.
Ricardo respondió, “Mi familia es mi prioridad. No van a tener problemas en la empresa. La empresa puede esperar.” Ricardo dijo, “Tú no puedes.” “¿Sabes qué es lo que más me gusta de ti ahora?”, preguntó María. “¿Qué? ¿Que realmente cumples tus promesas?” María respondió, “Antes decías que ibas a cambiar, pero nunca lo hacías.
Ahora no solo dices que vas a cambiar, sino que lo haces, porque ahora entiendo lo que puedo perder. Ricardo respondió, porque ahora sé que no hay nada más importante que mi familia. La noche antes de la operación, toda la familia se reunió en la habitación de María. Sofía se acurrucó junto a su madre.
Mateo se sentó en el sillón y Ricardo se quedó parado junto a la cama. ¿Quieren ver una película?, preguntó Ricardo. “Sí”, respondieron todos al mismo tiempo. Vieron una comedia romántica riéndose y comentando como una familia normal, pero todos sabían que tal vez sería la última noche que María sería ella misma.
“Mamá”, preguntó Sofía antes de irse a dormir. “Sí, mi amor. ¿Vas a recordar que me amas?” “Voy a recordar que te amo,” María prometió, “Aunque no recuerde nada más, voy a recordar que te amo.” ¿Prometes? Prometo. María dijo besando la frente de su hija. Te amo más que a mi propia vida. Esa noche Ricardo se quedó despierto toda la noche, viendo a María dormir y memorizando cada detalle de su rostro.
Al amanecer se despertó y lo miró con ojos llenos de amor. “¿Estás listo?”, preguntó. “Estoy listo.” Ricardo respondió. “¿Tú estás lista?” “Estoy lista.” María respondió, “Porque no importa lo que pase, sé que tienes una familia que te ama. Tenemos una familia que nos ama.” Ricardo corrigió. “Y vamos a salir de esta juntos.
¿Prometes que vas a cuidar de Sofía si algo me pasa?” “Prometo que voy a cuidar de Sofía.” Ricardo dijo, “pero también prometo que no va a pasarte nada. ¿Cómo puedes estar tan seguro? Porque no puedo imaginar mi vida sin ti.” Ricardo respondió. Porque después de todo lo que hemos pasado para estar juntos, no voy a dejar que nada nos separe otra vez. Te amo, María, susurró.
Yo también te amo, Ricardo respondió, y voy a seguir amándote sin importar que pase. Cuando llegaron al hospital, toda la familia estaba ahí. Carmen, la madre de María, había venido desde temprano. Sofía se aferró a su madre como si no quisiera dejarla ir. ¿Vas a estar bien?, preguntó Sofía por última vez.
Voy a estar bien, María prometió, porque tengo la familia más hermosa del mundo esperándome. Y si no te reconozco cuando despiertes, entonces me vas a volver a conocer. María respondió, “Y te vas a enamorar de tu mamá otra vez. Y si papá no te reconoce, entonces él se va a enamorar de mí otra vez.” María sonrió. Porque eso es lo que hace el amor verdadero. Siempre encuentra la manera de regresar.
La sala de espera del hospital se había convertido en el lugar más silencioso del mundo. Ricardo caminaba de un lado a otro, incapaz de sentarse. Carmen rezaba en voz baja en una esquina. Mateo trataba de distraer a Sofía con juegos en su teléfono, pero la niña no dejaba de mirar hacia la puerta del quirófano.
¿Cuánto tiempo ha pasado?, preguntó Sofía por décima vez. “Tres horas”, respondió Ricardo mirando su reloj. El doctor dijo que podían ser entre 4 y 6 horas. Eso es mucho tiempo. Es tiempo normal para este tipo de operación. Ricardo trató de sonar tranquilo, aunque por dentro estaba destruido. Papá, preguntó Sofía. Sí, mi amor.
¿Qué pasa si mamá no nos reconoce cuando despierte? Ricardo se arrodilló frente a su hija. Entonces vamos a ayudarla a recordar lo mucho que la amamos. Y si no quiere recordar, entonces vamos a hacer que se enamore de nosotros otra vez. Ricardo respondió, “Porque eso es lo que hace el amor verdadero. Siempre encuentra la manera.
¿Prometes que vamos a seguir siendo una familia? Prometo.” Ricardo dijo abrazando a su hija. Sin importar qué pase. Vamos a seguir siendo una familia. 4 horas después la doctora Vázquez salió del quirófano. Su expresión era seria, pero no devastada. Ricardo se levantó inmediatamente. “¿Cómo está?”, preguntó. La operación fue exitosa.
La doctora respondió y Ricardo sintió que podía respirar otra vez. Logramos remover el hematoma completamente. Está bien, preguntó Sofía. Está bien. La doctora sonrió. Pero necesita tiempo para despertar de la anestesia. ¿Cuánto tiempo? Puede ser cualquier momento en las próximas horas. Tal vez hasta mañana. Podemos verla. Pueden verla de uno en uno. Está en cuidados intensivos.
Papá, ¿puedes ir tú primero?”, preguntó Sofía. “Yo tengo miedo.” “¿Estás segura?” “Sí.” “Dile que la amo.” Ricardo entró a la habitación de cuidados intensivos. María estaba conectada a varios monitores, pero se veía tranquila, como si estuviera durmiendo profundamente. Ricardo se acercó a la cama y tomó su mano. “Hola, mi amor”, susurró.
“La operación salió bien. ¿Estás a salvo?” María no respondió, pero Ricardo habría jurado que apretó ligeramente su mano. Sofía te manda saludos. Te ama mucho. Todos te amamos mucho. Se quedó ahí durante 20 minutos hablándole, contándole sobre lo que había pasado durante el día, recordándole lo mucho que la necesitaban. “Por favor, despierta”, susurró finalmente. “Por favor, regresa con nosotros”.
Durante las siguientes 12 horas, toda la familia se turnó para visitarla. Carmen le cantó canciones de cuna que le cantaba cuando era niña. Mateo le contó sobre sus planes para la universidad. Sofía le leyó un cuento que había escrito especialmente para ella, pero María no despertaba.
¿Es normal que tarde tanto?, preguntó Ricardo a la doctora. Cada persona es diferente, la doctora explicó. Su cerebro necesita tiempo para sanar, pero todos sus signos vitales están perfectos. Pero va a despertar. Sí. La doctora respondió con confianza. Va a despertar. Era medianoche cuando Ricardo estaba solo con María en la habitación.
Sofía se había quedado dormida en la sala de espera y Carmen y Mateo habían ido a buscar café. María. Ricardo susurró tomando su mano. Sé que puedes escucharme. Sé que estás ahí, siguió hablando, contándole sobre su primer encuentro en el mercado, sobre cómo se había sentido cuando vio a Sofía, sobre lo mucho que había cambiado su vida desde que habían regresado.
“¿Sabes qué es lo que más me gusta de ser tu esposo?”, preguntó, aunque sabía que no podía responder. “Que me haces querer ser mejor persona, que me haces querer ser el hombre que mereces.” Fue entonces cuando sintió que María apretaba su mano. María preguntó inclinándose hacia ella. Los ojos de María se movieron debajo de los párpados. Lentamente, muy lentamente, los abrió. Ricardo susurró con voz ronca. Sí, soy yo.
Ricardo respondió con lágrimas corriendo por su rostro. Estoy aquí. ¿Dónde estoy? En el hospital. Tuviste una operación, pero ya estás bien. María miró alrededor de la habitación confundida. ¿Qué tipo de operación? En el cerebro había un hematoma del accidente. ¿Qué accidente? Ricardo sintió que se le helaba la sangre. No recuerdas el accidente no recuerdo nada. María respondió.
Y Ricardo sintió que se le partía el corazón. ¿Quién eres tú? Soy soy Ricardo. Tu esposo. Mi esposo. María lo miró con confusión total. No te reconozco. Ricardo se quedó callado tratando de procesar lo que estaba pasando. María había perdido la memoria completamente otra vez. ¿Tengo hijos? Preguntó María. Sí. Ricardo respondió.
Tienes una hija. Se llama Sofía. ¿Dónde está? Está aquí en el hospital. ¿Quieres verla? Sí. María respondió, “Quiero conocer a mi hija.” Ricardo salió de la habitación con el corazón roto. Sofía estaba despierta esperando noticias. “¿Cómo está mamá?”, preguntó inmediatamente.
“¿Está despierta?” Ricardo respondió tratando de sonar positivo. “¿Nos recuerda?” Ricardo se arrodilló frente a su hija. “No”, respondió honestamente. “No recuerda nada.” Sofía comenzó a llorar. Entonces, no sabe que soy su hija, sabe que tiene una hija. Ricardo explicó, pero no recuerda nada sobre ti, nada sobre nosotros. ¿Qué vamos a hacer? Vamos a empezar otra vez. Ricardo respondió. Vamos a ayudarla a enamorarse de nosotros otra vez.
¿Crees que sea posible? Sí. Ricardo respondió con determinación. Porque el amor verdadero siempre encuentra la manera. Sofía entró a la habitación con Ricardo. María la miró con curiosidad. ¿Tú eres Sofía? Preguntó. Sí. Sofía respondió con timidez. Soy tu hija. Eres muy bonita. María sonrió. ¿Cuántos años tienes? 12. Sofía respondió. ¿Y vivimos juntas? Sí.
Sofía respondió. Vivimos en una casa grande con papá y con Mateo. ¿Quién es Mateo? Es mi hermano mayor. Es hijo de papá. María miró a Ricardo. Estamos casados. Sí. Ricardo respondió. Bueno, estamos Es complicado. ¿Por qué es complicado? Porque tuviste un accidente hace 5 años y perdiste la memoria.
Acabamos de volver a estar juntos y nos amamos. Ricardo miró a Sofía, luego de vuelta a María. Sí, respondió. Nos amamos mucho. Y yo te amo a ti. Sí. Ricardo respondió. Me lo dijiste justo antes de la operación. María se quedó callada procesando toda la información. ¿Puedo conocer a toda mi familia? Por supuesto, Ricardo respondió.
Durante los siguientes días, Ricardo, Sofía, Mateo y Carmen se turnaron para contarle a María sobre su vida. Le mostraron fotos, le contaron historias, le explicaron cómo había sido su vida antes del accidente. “¿Y realmente fui tan terca?”, preguntó María después de escuchar sobre cómo había escondido el embarazo. Muy terca, Carmen respondió, pero también muy valiente.
¿Y Ricardo realmente era tan malo como marido? Al principio sí, Sofía respondió, pero ahora es el mejor papá del mundo. ¿Qué cambió? Nos perdió. Ricardo respondió y se dio cuenta de que la familia era lo más importante. Y ahora somos felices. Ahora somos felices. Ricardo confirmó. Pero yo no siento nada por ti. María dijo con tristeza, “¿Cómo puedes amarme si yo no te amo? Porque sé que en algún lugar dentro de tu corazón el amor sigue ahí.
” Ricardo respondió, “Y voy a esperar todo el tiempo que sea necesario. Y si nunca vuelvo a amarte, entonces voy a amarte suficiente por los dos.” Ricardo respondió. “Y voy a ser el mejor padre para Sofía. Y si conozco a alguien más, entonces voy a querer que seas feliz. Ricardo respondió, “Aunque me duela.” Una semana después, María fue dada de alta del hospital.
Regresó a la mansión, pero todo le parecía extraño. Conocía la casa porque había estado viviendo ahí, pero no recordaba nada de su vida anterior. ¿Esta era nuestra habitación?, preguntó parada en la puerta del cuarto principal. Sí, Ricardo respondió. Pero ahora duermes en el cuarto de huéspedes. ¿Por qué? Porque no me recuerdas. porque no sería justo para ti.
María entró al cuarto y miró alrededor. Fuimos felices aquí al principio. Sí. Ricardo respondió. Antes de que yo lo arruinara todo, ¿puedes contarme sobre cuando éramos felices? Ricardo se sentó en la cama. Te encantaba despertarte temprano para ver el amanecer desde la ventana. Siempre me decías que cada día era una oportunidad nueva para ser felices.
¿Y qué más? ¿Te gustaba cocinar? Hacías el mejor pollo al horno del mundo y siempre cantabas mientras cocinabas. ¿Todavía sé cocinar? Sí. Ricardo sonríó. Eso no se te olvidó. ¿Qué más me gustaba hacer? Te encantaba el jardín. Plantaste ese rosal que está en el patio trasero. ¿Puedo verlo? Por supuesto. Fueron al jardín. Cuando María vio el rosal, se detuvo. Es hermoso. Dijo.
Realmente lo planteé yo sí. dijiste que querías que fuera un símbolo de nuestro amor. María se acercó al rosal y tocó una de las flores. ¿Y funcionó? Sí. Ricardo respondió. Incluso cuando pensé que te había perdido para siempre, el rosal siguió floreciendo, como si fuera una promesa de que el amor verdadero nunca muere. ¿Crees que voy a volver a amarte? No lo sé.
Ricardo respondió honestamente, pero espero que sí. Y si no pasa, entonces voy a estar agradecido por el tiempo que tuvimos. Ricardo respondió, “Y voy a seguir siendo el mejor padre para Sofía.” María lo miró con admiración. Eres una buena persona. Ahora sí. Ricardo respondió. Antes no lo era. ¿Qué te hizo cambiar? Perderlas a ti y a Sofía. Ricardo respondió.
Darme cuenta de que había perdido lo más importante por perseguir cosas que no importaban. ¿Y ahora qué es lo más importante? Ustedes, Ricardo respondió. Mi familia, ustedes son lo único que realmente importa. María asintió.
¿Puedes enseñarme a enamorarme de ti otra vez? ¿Qué quieres decir? Quiero decir que aunque no te recuerde, puedo ver que eres una buena persona. Puedo ver que amas a Sofía. Puedo ver que me amas a mí. ¿Y eso qué significa? Significa que quiero intentar amarte otra vez. María respondió. Quiero darle una oportunidad a este matrimonio. ¿Estás segura? Estoy segura. María respondió. No por los recuerdos, sino por lo que veo ahora, por el hombre que eres ahora. Ricardo sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas.
De verdad, de verdad. María sonríó. ¿Quieres casarte conmigo otra vez? ¿Qué? Quiero que tengamos una boda nueva. Una boda para la familia que somos ahora. ¿Estás hablando en serio? Completamente en serio. María respondió. Quiero casarme con el hombre que eres ahora. No con el hombre que eras antes.
Ricardo la abrazó llorando de felicidad. Sí, respondió. Sí, quiero casarme contigo otra vez. ¿Y podemos invitar a Sofía y a Mateo? Por supuesto, Ricardo respondió. Van a ser nuestros testigos. Se meses después, en el jardín de la mansión, frente al rosal que María había plantado años atrás, Ricardo Mendoza se casó con María Herrera por segunda vez.
Sofía fue la dama de honor, Mateo fue el padrino y Carmen lloró de felicidad durante toda la ceremonia. “¿Prometes amar a María en las buenas y en las malas?”, preguntó el sacerdote. Prometo, Ricardo respondió, “y prometo nunca volver a dar por sentado lo afortunado que soy de tenerla.
¿Y tú, María, prometes amar a Ricardo en las buenas y en las malas?” “Prometo, María”, respondió, “y prometo construir nuevos recuerdos hermosos con él. Prometen ser una familia unida. Prometemos, dijeron los cuatro al mismo tiempo. Entonces los declaro marido y mujer. Pueden besarse. Ricardo besó a María y por primera vez en años sintió que todo estaba exactamente como debía estar.
¿Somos una familia feliz ahora?, preguntó Sofía. Somos una familia feliz. Ricardo confirmó. Y vamos a seguir siendo felices porque finalmente entendimos lo que realmente importa. ¿Y qué es lo que realmente importa? preguntó Mateo. El amor, respondió María. El amor verdadero que supera cualquier obstáculo. Incluso la pérdida de memoria, preguntó Sofía.
Incluso la pérdida de memoria. María sonríó. Porque el amor verdadero no necesita recuerdos para existir, solo necesita corazones dispuestos a amar. Esa noche, durante la cena de celebración, Ricardo miró a su familia alrededor de la mesa. Sofía estaba contando chistes. Mateo estaba tocando la guitarra y María estaba sonriendo con esa sonrisa que había enamorado a Ricardo dos veces.
¿En qué piensas?, preguntó María. En que hace un año pensé que lo había perdido todo. Ricardo respondió, “Y ahora tengo todo lo que siempre quise.” ¿Y qué es lo que siempre quisiste? Una familia que me ame, Ricardo respondió, una esposa que me elija todos los días, hijos que estén orgullosos de mí. ¿Y lo tienes? Lo tengo. Ricardo sonríó.
Y esta vez nunca lo voy a dar por sentado. ¿Pres? Prometo. Ricardo respondió. Te amo, María. Los amo a todos y nosotros te amamos a ti. María respondió. Nuestra familia rara, complicada, pero perfecta. Papá, preguntó Sofía. Sí. Mi amor, ¿crees que vamos a ser felices para siempre? Ricardo miró a su hija, luego a su esposa, luego a su hijo.
Creo que vamos a ser felices, respondió. Y vamos a luchar todos los días para seguir siendo felices. Y si surgen problemas, entonces los vamos a enfrentar juntos. Ricardo respondió. Porque eso es lo que hacen las familias. Se cuidan mutuamente. Para siempre. Para siempre. Ricardo prometió.
Sin importar qué pase, vamos a ser una familia. Incluso si mamá pierde la memoria otra vez. Incluso si mamá pierde la memoria otra vez. Ricardo respondió. Porque el amor verdadero siempre encuentra la manera de regresar a casa. María tomó la mano de Ricardo. ¿Sabes algo? ¿Qué? Creo que me estoy enamorando de ti otra vez. De verdad, de verdad. María sonrió.
Y esta vez va a ser para siempre. Ricardo la besó y en ese momento supo que había encontrado algo más valioso que todo el dinero del mundo. Había encontrado una familia que lo amaba, una esposa que lo elegía y la oportunidad de ser el hombre que siempre había querido ser.
Y mientras el sol se ponía sobre el jardín donde crecía el rosal que María había plantado años atrás, la familia Mendoza celebraba no solo una boda, sino el milagro de un amor que había sobrevivido a la pérdida de memoria. al dolor, al tiempo y a todos los obstáculos que la vida les había puesto en el camino. Porque al final el amor verdadero siempre encuentra la manera de regresar a casa.