La policía excavó todo un campo… solo por una carta desde la cárcel

En una prisión del estado de Sonora, México, vivía un recluso llamado Miguel Ramírez, un hombre de unos cuarenta años, delgado, moreno y con mirada tranquila.
Había sido arrestado por una pequeña pelea en una cantina, pero desde que entró al penal se comportaba como el interno más ejemplar: trabajaba duro, nunca causaba problemas y era respetuoso con todos.
Los guardias lo llamaban “El Bueno”, porque siempre estaba dispuesto a ayudar.
Pero un día, todo cambió.
Durante la hora permitida para escribir cartas a sus familias, Miguel tomó papel y lápiz, y comenzó a escribir… pero algo en su comportamiento llamó la atención:
sudaba, miraba hacia los lados, escribía y borraba varias veces, con evidente nerviosismo.
Uno de los guardias, sospechando que algo no andaba bien, decidió revisar la carta antes de enviarla.
Cuando la leyó, se quedó helado

El texto decía:
“Antes de entrar a la cárcel, enterré unas armas detrás de nuestro campo.
Ya no recuerdo el lugar exacto.
Por favor, ve y desentierra todo antes de que alguien las encuentre.”
Los policías se alarmaron.
¿Un interno tan tranquilo escondiendo armas ilegales?
Informaron de inmediato al comandante, quien ordenó un operativo urgente.
Al día siguiente, más de veinte agentes, con palas, detectores de metal y perros rastreadores, llegaron al terreno de la familia Ramírez.
Los vecinos miraban desde lejos, murmurando:
“Seguro están a punto de descubrir algo grande.”
Los policías empezaron a cavar desde la mañana hasta que cayó el sol…
y no encontraron nada.
Pensaron que tal vez las armas estaban más profundas, así que regresaron al día siguiente con una retroexcavadora.
Durante tres días, levantaron polvo, sudaron bajo el sol, y revolvieron toda la tierra del campo.
Pero no hallaron ni una sola bala.
Finalmente, frustrados, llamaron a la prisión y hablaron con Miguel:
—“¡Ramírez! Ya excavamos todo tu campo y no encontramos nada. ¿Dónde escondiste las armas?”
Miguel sonrió con calma y respondió:
“¿Armas? No hay ninguna.
Es temporada de siembra, y sabía que mi esposa no podría arar el campo sola…
así que pensé que esta era la única forma de conseguir que ustedes lo hicieran por mí.”
Del otro lado del teléfono hubo silencio.
Luego, carcajadas y resignación.
Los policías, exhaustos y cubiertos de polvo, habían arado el campo de Miguel a la perfección.
Desde ese día, los vecinos comenzaron a llamarlo:
“El Genio del Campo” — el genio del campo.
Moraleja:
A veces, la inteligencia y el amor de un campesino pueden lograr lo imposible:
¡hacer que la propia policía le prepare la tierra para la cosecha!