“Nunca prometimos nada”
— No me esperes. Nunca prometimos nada… ¿cierto?
Y con una sola frase, diez años de estar juntos se convirtieron en pasado.
Se conocieron… chocando bicicletas en una pendiente.
Ella vendía tamales por las mañanas, él era estudiante de arquitectura y daba clases particulares. El choque fue leve, pero suficiente para tirar todo al suelo.
— ¡¿No ves por dónde vas?! – gritó ella.
— ¡Perdón! No lo vi… – respondió él, nervioso.
Después de unos segundos de silencio incómodo, él la invitó a una bebida como disculpa.
Nadie imaginó que ese encuentro sería el inicio de una relación que duraría diez años.
Se querían… pero nunca se lo dijeron con palabras.
Sin aniversarios.
Sin regalos.
Sin “te amo”.
Solo se veían cada sábado en un parque.
Ella llevaba tortas. Él, refrescos.
Comían, platicaban, se reían.
Un día, ella preguntó:
— ¿Tú crees que algún día… nos casemos?
Él respondió mirando al cielo:
— Aún no tengo nada. No quiero prometer si no sé si podré cumplir.
Ella bajó la mirada, luego sonrió:
— Está bien. No prometas nada. Solo… no desaparezcas.
Y él no desapareció. Pero tampoco se quedó del todo.
Ella se volvió maestra.
Él abrió un pequeño despacho. Trabajaba más, llamaba menos.
A los diez años, la invitó a cenar a un restaurante.
Ella pensó:
“Tal vez… hoy por fin me pedirá que me quede con él.”
Pero él solo dijo:
— Me voy a casar… con otra persona.
Ella no lloró. Solo sonrió.
— Está bien. Después de todo… nunca prometimos nada.
Cinco años después.
Él fracasó. Divorciado. Su madre murió. El negocio quebró.
Una noche volvió al mismo parque. Se sentó solo, con una torta fría en la mano.
Marcó su número.
— ¿Te acuerdas de este lugar?
La voz de ella fue suave:
— Claro. Pero ya casi no vengo. A mi esposo no le gusta mucho que lo visite sola.
— Tú… ¿me esperaste?
— Sí. Mucho tiempo.
Pero un día entendí que tú… nunca prometiste volver.
Él no dijo nada. Solo escuchó el tono de llamada cuando ella colgó.
El viento soplaba.
Y en sus manos, una torta fría como los recuerdos.
A veces, no hace falta prometer para herir.
Lo más doloroso es cuando ambos se aman… pero ninguno se atreve a quedarse.