“No soy tu padre… pero te amé como uno”
Nadie pensó que un chofer de camión, sin estudios, sin familia, sin casa propia… terminaría criando a un niño huérfano durante trece años.
Pero Chuy lo hizo.
Ese día llovía fuerte. Un coche familiar fue embestido por un tráiler. Los padres murieron al instante. Solo sobrevivió el niño de cinco años, sentado en el asiento trasero, sin una sola herida. Solo miraba, en silencio, las sandalias de su madre tiradas bajo el asiento.
Ningún familiar vino. Nadie se hizo responsable.
Nadie, excepto Chuy, el antiguo chofer de la familia.
— “Si nadie lo quiere cuidar, déjenmelo a mí. No soy rico, pero haré lo que pueda.”
Pasaron meses de trámites. Mientras tanto, Chuy lo llevó a su cuarto rentado, compartieron sopas instantáneas, cuentos antes de dormir, abrazos torpes pero sinceros.
Una noche, el niño le dijo:
— “Papá… mañana no quiero ir a la escuela.”
Chuy se quedó callado. Luego asintió con los ojos rojos.
El niño se llamaba Iker, y creció con el amor torpe pero constante de Chuy.
Nunca le pegó. Solo trabajó más y más horas para pagarle los estudios.
Pero a medida que crecía, Iker sentía vergüenza.
Sus amigos tenían padres con títulos, trajes, casas.
Él tenía a un hombre de manos sucias, ropa manchada, que hablaba mal y no sabía usar el celular.
Empezó a ocultarlo:
— “Mi papá no pudo venir, está de viaje.”
— “Mi papá es ingeniero, casi no lo veo.”
Iker mentía. Se alejaba. Hasta que un día… lo lastimó con palabras.
A los 17 años, Iker fue aceptado en una universidad prestigiosa.
Chuy lo llevó al autobús en su vieja bicicleta, con una bolsa de naranjas colgando.
— “No sé educar muy bien, pero allá… trata de ser buena persona, hijo.”
Iker no dijo nada. Justo antes de subir, volteó y soltó:
— “No soy tu hijo. No tengo razón para quedarme contigo.”
Chuy solo bajó la mirada. Le dio la bolsa.
— “Lo entiendo. Cuídate mucho.”
Cinco años después, Iker era ingeniero en la ciudad.
Un día, recibió la noticia:
Chuy había muerto en un accidente.
Regresó a la vieja habitación. Todo igual.
Sobre la mesa, una caja de madera. Dentro, un cuaderno viejo.
“Iker – 6 años – me dijo ‘papá’. Sentí que el corazón se me salía.”
“Iker – 12 años – ya no me presenta en la escuela. Seguro le doy pena.”
“Iker – 17 años – dijo que no soy su padre. Tiene razón… pero yo lo quiero como si lo fuera.”
En la última página:
“Si estás leyendo esto… ya no estoy.
No fui el mejor,
pero te quise con todo lo que tuve.”
Iker cayó de rodillas. Lloró como nunca.
El día del funeral, solo llegaron unos pocos choferes.
Sin flores. Sin discursos.
Iker se paró frente a la urna, dejó una naranja y susurró:
— “Perdóname, papá… lo siento.”
No hubo respuesta.
Solo el viento…
…y el olor a aceite de motor que alguna vez fue hogar.