¿Cuántos siguen cortando el dolor que llevan dentro, en silencio, como si fuera cabello que nadie ve caer?

Cada jueves por la mañana, frente a una vieja peluquería casi olvidada del mercado San Juan, se sienta un hombre con manos temblorosas y mirada ausente.
Todos lo conocen como Don Fede.

Nadie sabe su nombre completo. Algunos dicen que fue soldado. Otros, que estuvo en la cárcel. Pero lo único que hace, sin falta, es cortar el cabello gratis a los que no tienen nada.

Sin preguntar nombres. Sin juzgar olores. Sin mirar heridas.

Un día, me acerqué y le pregunté:

¿Por qué solo los jueves, Don Fede?
Él dejó de cortar por un segundo. Miró al suelo. Y respondió:

Porque un jueves mataron a mi hijo.


Su hijo se llamaba Rodrigo, tenía 17 años. Buen alumno, buen hijo. Una tarde no volvió de la escuela.
Nadie le avisó. Nadie le explicó.
Tres días después, lo encontró en el SEMEFO, con la cara golpeada, los dientes rotos, y los nudillos marcados como si hubiera intentado defenderse hasta el último suspiro.

La policía dijo que fue un “error”. Que lo confundieron con un pandillero.

El error les duró tres días. A Don Fede, le está durando toda la vida.


Después del entierro, dejó su trabajo como chofer de microbús.
Vendió el estéreo, el refri, la televisión… y compró una silla plegable, unas tijeras viejas y una capa de peluquero.

Desde entonces, cada jueves, sin falta, se instala en el mismo lugar.
No pone precio. No pide nada. Solo ofrece una cosa:

10 minutos en los que alguien, por fin, se siente visto.


No pude salvar a mi hijo, me dijo una vez, mientras recogía el cabello caído de un anciano sin zapatos.
Pero tal vez, si le corto el cabello a alguien que el mundo ya no ve… por un momento, ese alguien recuerde que sigue siendo humano.


Una vez, vi cómo le cortaba el pelo a una mujer con la cabeza llena de costras.
Otra vez, a un joven adicto que no hablaba, solo lloraba.
Y otra, a un señor que se quedó dormido en la silla… con una sonrisa leve en los labios.

Don Fede no corta solo cabello.
Corta la mugre del abandono. La tristeza del rechazo. La vergüenza de ser invisible.


Me fui ese día con un nudo en la garganta.
Y aún hoy me pregunto:

¿Cuántos, como Don Fede, están “cortando el dolor” en silencio,
mientras el resto del mundo pasa de largo, mirando sus celulares?

¿Cuántos duelos se esconden detrás de un par de tijeras, de un saludo amable,
de una rutina que parece nada… pero lo es todo?


Porque a veces, el amor no grita.
Solo se sienta en una silla cada jueves, y espera.


🕊 Y si algún día pasas por el mercado San Juan un jueves por la mañana… detente un segundo. No solo para ver cómo corta, sino para ver al hombre que sigue esperando que el mundo le devuelva a su hijo, aunque sea por diez minutos, en cada rostro que toca.