Mientras limpiaba la tumba de su hija, una anciana escuchó un extraño ruido procedente del ataúd…

Una anciana se acercó a la tumba. El terreno cercano dejaba sitio para dos sepulturas, pero por ahora solo estaba ocupada la mitad. La tumba era reciente, tenía una cruz de madera, todavía no había lápida, pero sí muchas coronas descoloridas. Doña Renata desarrolló el trapo que servía de envoltorio y apoyó el instrumento en la cerca con mucho cuidado. El metal brillaba al sol. La asada era nueva, recién comprada. le servía sobre todo para arreglar el territorio alrededor de la tumba.

La mujer vivía en un apartamento, no tenía huerto ni casa de campo. Hasta entonces nunca le había hecho falta herramientas de jardín. No hacía mucho que su hija fue enterrada, pero era verano y caían chaparrones. Los ciervajos no paraban de crecer, mientras que las flores que plantó no echaron raíces, solo había hierba vulgar. ¿De dónde sacaba fuerzas para crecer así? Y encima, ¿cuándo se lo ponían tan difícil? Su yerno, hay que decirlo, se portó bien. Hizo lo correcto.

Se las arregló para poner inmediatamente una cerca alrededor y así reservar un lugar para dos tumbas. El mismo día del funeral realizó la obra. Quería que lo enterraran junto a su esposa cuando le llegase su día. la amaba en vida y ahora se preocupaba porque estuviera bien en el otro mundo. También dijo que encargaría un monumento. La hija tenía 49 años. Aún era joven para morir. Podía haber vivido más. Pero, ¿qué se le iba a hacer si su corazón no aguantaba más?

Últimamente estuvo completamente sumergida en sus tareas, ya que tenía su propio negocio. Estaba preocupada por sus ingresos y por las personas que trabajaban para ella. Es lo que pasa cuando uno trabaja como un loco para descansar algún día. Ese día puede que no llegue. Cada uno tiene que pensar qué es lo mejor para él. Tener una vida modesta pero larga o terminar como Irene. Doña Renata se secó las lágrimas y se puso a trabajar. quería terminarlo todo lo antes posible para no tener que volver a casa en un autobús repleto de gente en pleno bochorno.

Pero apenas pudo manejar la asada nueva. Enseguida tuvo que parar. Oyó un ruido extraño y se quedó quieta tratando de determinar de dónde venía. Le parecía que salía debajo de la tierra. Se sentó y comenzó a inspeccionar el área dentro de la cerca, moviéndose casi a gatas. se dio cuenta de que era una especie de estruendo proveniente de la tubería de la cerca, incluso podía descifrar unas palabras casi inaudibles. La anciana miró hacia el sol. No parecía calentar tanto como para empezar a padecer alucinaciones y sus dolencias tampoco podían ser una posible causa.

Durante los primeros días estuvo destrozada, luego fue a rezar. Decidió que viviría para los nietos. Su hija menor era madre. Por supuesto que aún estaba descolocada por la muerte de su querida Irene, pero no hasta el punto de perder el norte. Sabía controlarse, por eso ahora no entendía cómo podía llegar a imaginarse cosas así. Por si acaso, se santiguó y volvió a acercar el oído a la tubería. Escuchó con plena atención y comprendió que efectivamente algo se oía debajo de la tierra, cosas que no podían ser reales.

En cambio, hasta supo distinguir algunas palabras. Doña Renata podía haber jurado que oyó lo siguiente. Socorro, estoy viva. Al darse cuenta de que podía ser su hija, fue corriendo al puesto de vigilancia en busca de ayuda. Allí, la señora mayor desalentada se dirigió a dos empleados y les pidió desenterrar a su hija urgentemente. Los hombres se miraron y le recomendaron a la mujer que no hiciera el tonto, sino tomara algún calmante. Pensaron que la abuela tenía demencia senil.

Váyanse a escucharlo ustedes mismos”, dijo doña Renata emocionada. “Se lo digo de verdad, allí hay una persona viva que pide ayuda.” “¿Cuándo fue enterrada su hija?”, preguntó uno de los hombres. Cuando la anciana nombró la fecha, el vigilante la miró con simpatía, le dio unas palmaditas en el hombro y le dijo que sería mejor que se fuera a casa a descansar. “Mire, señora, una persona no puede sobrevivir tantos días bajo tierra”, la instó. Mejor acérquese a la iglesia.

Pero doña Renata no se dio por vencida y quiso demostrar que había oído una voz. Los vigilantes intentaron deshacerse de la vieja loca rechazando su petición cada vez más rotundamente. Al final les mostró el dinero y les ofreció una recompensa por cumplir lo que les estaba pidiendo. Pero incluso los $100 no convencieron a los hombres para que tomaran palas y abrieran la tumba. Está bien, tal vez no se trate de mi hija”, declaró doña Renata con decisión.

“¿Y si es alguien a quien enterraron en su tumba más tarde?” Y la anciana sacó unos $00. Los hombres se encogieron de hombros. Ya se sabe que pagando se hace cualquier cosa. Al final aceptaron la propuesta de la mujer. Pensaron que sería suficiente remover la tierra con la pala para que se encontraran la fuente del ruido y entonces la vieja se calmaría y ellos se ganarían un dinero extra. Por supuesto que no creían en los muertos vivientes ni se acordaban de algún entierro ilegal.

Nada más al llegar a la tumba, los vigilantes se pusieron a escuchar. Como se habían imaginado, no se oía ruido alguno. La abuela se lo había inventado todo. Pero cuando doña Renata le dio unos golpecitos a la tubería, realmente se oyó un estruendo desde la profundidad. No son cosas extrañas. Dentro podía haberse metido algún animal o insecto o tal vez se tratara un efecto provocado por una cavidad que se había formado en la tierra debido al aire que pasaba a través de la tubería, no se les ocurrió pensar en que dentro había una persona viva.

Sin embargo, cuando comenzaron a acabar, se quedaron boque abiertos. Un pequeño túnel conducía a la tubería y provenía precisamente de la tumba de la hija de la señora. Al final, los vigilantes desenterraron el ataúd en el que yacía una mujer medio muerta. Logró sobrevivir de milagro. Como dijo Irene más tarde, al despertar, se encontró metida en el ataúd. Entonces gritó y trató de salir. Comprendió que había sido enterrada. Logró hacer un agujero en la tapa del ataú y se puso a cabar la tierra.

Al haber cabado alrededor de medio metro, se topó con un tubo hueco de la cerca. Esto le proporcionó acceso a oxígeno y una escasa humedad. Al lograr eso, tuvo la posibilidad de descansar un poco y comenzó a acabar con fuerzas recuperadas, pero no había manera de avanzar. Arriba el terreno estaba formado por grandes pedruscos. Los vigilantes confirmaron que los sepultureros a veces tenían que cubrir las tumbas con piedras, las tomaban del sitio vecino que requería allanamiento y las trasladaban a unas tumbas ya hechas para usarlas de alguna manera.

Al tropezar con ese obstáculo, Irene se despertó y pensó que iba a morir enterrada viva. Pero aquel día oyó como alguien se acercó a su tumba. Entonces comenzó a gritar en el agujero de la tubería. Por suerte, la persona que estaba afuera era su madre. Un extraño no se habría puesto a escuchar ni a insistir en que abrieran la tumba. Irene fue llevada al hospital, donde le diagnosticaron neumonía y deshidratación. Nadie podía creer que había pasado 11 días en la tumba.

Si sobrevivió, fue gracias a la cerca que su esposo instaló intentando protegerla. Solo cuando la salud de su hija ya no estaba en peligro y estaba a salvo, su madre se dio cuenta de que entre tanto alboroto no había podido decirle a nadie que Irene había resucitado, pero en su caso era lo más normal, porque enseguida llegó una ambulancia y un coche de policía. empezaron a hacerle montones de preguntas y luego cuando la anciana pudo darse un respiro y se dio cuenta de que su yerno aún no estaba al tanto de esa fenomenal noticia, fue detenida.

Los agentes de policía le pidieron que no contara nada a nadie sobre el milagroso rescate, porque era lo que requería la investigación. Resultó que la sangre de Irene contenía rastros de una sustancia venenosa y el hecho de que no se le hubiera realizado una autopsia y la muerte se hubiera atribuido a un ataque al corazón no dejaba lugar a dudas. Alguien falsificó los papeles intencionalmente. Estaba claro que allí tuvo lugar un soborno. Llevaron el acta de defunción y en ella encontraron información de una autopsia realizada.

Todo había sido confirmado por un dictamen médico para no alarmar al autor del crimen. De momento Irene seguía oficialmente muerta. Doña Renata estaba llena de alegría porque su hija estaba viva, pero sabía que lo mejor era permanecer en silencio. En cambio, aquella misma tarde su yerno se presentó en su casa con algo para comer, sabiendo que la segunda hija de la anciana vivía en otra ciudad. Quiso intentar animar a su suegra. haciéndole compañía. El hombre se estaba reprochando el no poder mantener a su mujer a salvo, de no apartarla de la dirección de la empresa, de no permitirle descansar un poco más.

La anciana quiso animar al hombre diciéndole que ahora sí tendría una buena posibilidad de cuidar a su esposa, pero logró permanecer callada. En vez de esto, también puso una cara triste, fingiendo tener remordimientos al igual que él. Y entonces el yerno se mostró preocupado por ella, diciendo que ella también debía cuidarse y no tener que cargar con todo el peso de la empresa. Si su hija no pudo aguantar ese estrés, la madre tampoco lo aguantaría. A su edad necesita aún más descanso dijo.

Y entonces doña Renata sintió rabia. Es que acababa de llamar la vieja. Luego se puso alerta. Menudo listo. Acaba de enterrar a su esposa y ya se estaba preocupando del negocio de la pobre. La suegra sospechó que allí había un gato encerrado. Si se preocupaba tanto por el negocio de su esposa, por algo tenía que ser. De hecho, la propia doña Renata no podía presumir en confiar en su yerno. Siempre se comunicaban a través de Irene. Todo aquello era sospechoso y la mujer decidió que con esa persona tenía que estar en guardia.

En ese momento, el yerno ofreció un brindis por la difunta. Sirvió el coñac que sobró el día del entierro. Sacó los entremeses de un envoltorio que, por lo visto, pertenecía a un restaurante y la suegra al verlo pensó, “Solo comeré y beberé una vez que lo pruebe él mismo.” Cuando ella se acercó un vaso, su huésped se golpeó en la frente y exclamó disgustado, “¡Qué tonto soy, se me olvidó el limón. ” “Es que sabe, tengo la costumbre de tomar coñac con limón.

¿No tendrá usted uno por ahí?, preguntó. Sabía perfectamente que a su suegra le gustaba hacer limonadas, así que seguramente tendría limones en casa. Claro, ¿cómo no voy a tener? Doña Renata se levantó de un salto y fue corriendo a la cocina, sabiendo casi seguro de que su yerno estaba tramando algo. Entonces se paró detrás de la puerta para observar desde allí y supo que no se equivocaba. El hombre se apresuró a sacar algo de su bolsillo y sin parar de mirar hacia la puerta lo echó rápidamente en su vaso.

Todo lo había preparado con suma habilidad y pensó que la suegra nunca se habría dado cuenta de nada. Calculó todos los detalles, menos uno. Eligió una valla equivocada. Ahora la anciana comprendió para quién había acercado el terreno en el cementerio, donde se podía colocar una segunda tumba. No quería que lo enterraran junto a su amada esposa. Lo preparó para la suegra. Mira tú qué amable. La anciana tuvo ganas de vomitar. Entonces, doña Renata salió corriendo del apartamento.

La puerta se abría con llave tanto por fuera como por dentro. Así que lógicamente no quiso hacerle un regalo a su yerno, dejándolo con la llave de repuesto y se la llevó consigo. Pero ya que huía en un estado de pánico, cerró la puerta de un fuerte golpe. Y menos mal que logró girar la llave en la cerradura, porque mientras la estaba cerrando, el yerno se dio cuenta de que la suegra sospechaba algo. Se apresuró hacia la salida, pero ya era demasiado tarde.

No podía abrir la puerta y empezó a golpearla. ¿Qué ha pasado? Le entró pánico. ¿A dónde va? Voy a la comisaría a pedirles limones, explicó la suegra. A ver si identifican aquello que me echas en la copa. ¿Qué paranoia le ha entrado? Se indignó el hombre. Deje de bobadas y abra la puerta. Tú descansa un rato. Le aconsejó doña Renata y tocó el timbre de la puerta de su vecina. El escuadrón policial llegó enseguida, pero encontraron al hombre tirado en el suelo.

Una de las copas estaba vacía. Al comprender que se había metido en un callejón sin salida, él mismo bebió el veneno. Pero la intervención profesional de los médicos hizo que no dejara este mundo sin pagar antes por sus actos. El lavado gástrico realizado a tiempo lo salvó. Aunque ahora tenía otros problemas, tenía que ir a la cárcel. Su plan era sencillo, quería hacerse con el negocio de restaurante de su esposa y como la madre también era heredera, decidió que ella iría a la tumba detrás de su hija.

El hombre no quería compartir dinero con nadie y menos mal que la madre salvó a su hija y que él acabó en la cárcel. Porque doña Renata había pensado transferir la gestión de los restaurantes a su yerno, ya que no dudaba de su honestidad. Por el bien de ambas mujeres, el yer yerno, al elaborar su plan para deshacerse de su suegra, quiso esperar un par de semanas. Pensó que así no crearía sospechas que podrían ser provocadas si la hija y la madre hubieran pasado al otro mundo casi al mismo tiempo.

Y una madre que muere un tiempo después de enterrar a su hija es algo que se ve bastante normal. La gente pensaría que la anciana no pudo soportar el dolor de la pérdida y murió de la misma causa que Irene. En cuanto a los asuntos del hospital, el hombre ya tenía allí cómplices a quienes se lo pagaría. No era un capricho barato, pero el negocio le permitía hacerse con la misma suma muy pronto. Al final, el hombre y sus cómplices fueron llevados a la cárcel.

Y mientras la dueña del restaurante se dedicó a reformar sus locales, Irene se entregó por completo a su trabajo porque era un placer para ella. Decidió olvidarse por un tiempo de los asuntos personales, incluido su lado sentimental. Cuando tienes dinero, te puede ser difícil determinar qué es lo que trae hacia ti el sexo opuesto. Tantos seductores hay alrededor y también saben mentir que es imposible no sentir pena por este mundo. Tal vez algún día Irene encuentre a un hombre honrado quien le robe su corazón y la ame a ella y no su dinero. No.