LE PUSIERON EL CELULAR DE UNA COMPAÑERA EN MI MOCHILA PARA QUE ME CULPARAN A MÍ

Soy Jane, estudiante de séptimo grado. Venimos de una familia humilde, pero mis padres me criaron con temor a Dios y viviendo con honestidad. Mi mamá siempre me dice:

“Hija, no importa si somos pobres. Lo importante es que sepas estar contenta con lo que tienes y nunca tomes lo que no es tuyo.”

Soy el tipo de alumna que siempre se sienta al frente. La maestra suele felicitarme porque siempre participo y obtengo buenas calificaciones. Pero no todos están felices por eso. Algunos de mis compañeros sienten envidia, especialmente Jessa, quien no me soporta porque dice que “me hago la perfecta y la consentida”.

Un día, en medio de la clase, Grace gritó de repente:

— ¡Maestra! ¡Mi celular desapareció!

La maestra se acercó de inmediato y dijo:

— Muy bien, vamos a revisar las mochilas de todos para asegurarnos de encontrarlo.

Fuimos abriendo nuestras mochilas, uno por uno. Yo no tenía miedo. Pero cuando llegó mi turno, la maestra abrió mi mochila… y ahí estaba el celular de Grace.

Sentí que el mundo se me venía encima.

— ¡Maestra, no sé por qué está ahí! ¡Yo no lo tomé!

La clase entera guardó silencio. Pero escuché la risa burlona de Jessa:

— ¿Esta es la alumna de honor? ¡Resultó ser una ladrona! ¡Qué vergüenza!

Temblaba de miedo. Lloraba tratando de defenderme:

— ¡Maestra, por favor, créame! ¡Yo no lo hice!

Pero todos mis compañeros me miraban como si fuera una criminal. Nadie se acercó a mí. Quería que la tierra me tragara.

La maestra se acercó con tristeza en su voz:

— Jane, lo siento, hija, pero tengo que reportarlo a la orientación. Es mi deber.

Quería gritar. Quería decir que no era una ladrona. Pero antes de que saliéramos del salón, Grace habló, también llorando:

— Maestra, Jane no fue. Estuvimos juntas en la cafetería y regresamos al salón al mismo tiempo.

El salón se quedó en completo silencio. Entonces noté que Jessa estaba pálida, sudando y sin poder mirar a nadie.

La maestra dijo:

— Quien haya hecho esto, confiese ahora. De lo contrario, revisaremos las cámaras de seguridad. Si descubrimos al culpable, llamaremos a sus padres y será expulsado del colegio.

El ambiente se volvió aún más tenso. Sentía cómo mi corazón latía con fuerza.

Entonces, Anne, amiga de Jessa, habló con voz temblorosa:

— Maestra… fue Jessa. Ella fue quien tomó el celular de Grace y lo puso en la mochila de Jane.

Vi a Jessa romper en llanto, temblando. No podía hablar al principio, hasta que finalmente se derrumbó:

— Maestra… yo fui. Me dio miedo confesarlo antes. Solo tenía envidia de Jane porque siempre la felicitan y es mejor que yo. Solo quería que pasara vergüenza. Perdón…

Nadie decía nada. Se podía sentir la tensión, la vergüenza, el arrepentimiento y el dolor que una mentira puede causar.

A pesar de seguir temblando por todo lo que pasó, me acerqué a ella.

— Te perdono, Jessa. Pero ojalá aprendas que dañar a otros por envidia nunca está bien. Duele más ser calumniado que perder algo material.

La maestra me miró con orgullo y me puso la mano en el hombro:

— Jane, estoy muy orgullosa de ti. La persona que sabe perdonar, esa es la que de verdad tiene sabiduría.

Al día siguiente, Jessa pidió perdón frente a toda la clase. Lloraba mientras decía:

— Jane, de verdad lo siento. Me dio miedo confesarlo desde el principio.

Solo le sonreí y le dije:

— Lo importante es que lo admitiste. Y ojalá esta sea la última vez que haces algo así.

La envidia es como el fuego: empieza pequeña, pero si la dejas crecer, puede quemar todo lo bueno que tienes en el corazón.

La mentira jamás triunfa para siempre. Por más que la escondas, la verdad siempre sale a la luz.

Es mejor ser pobre con dignidad, que rico o popular siendo mentiroso.

La verdadera inteligencia no solo se mide con notas o medallas, sino con la capacidad de perdonar y de seguir siendo auténtico.

Y sobre todo, cuando la verdad está de tu lado, no necesitas gritar para que te escuchen… porque el tiempo mismo hablará por ti.