“Renta un novio para eventos — desde 5 millones (de moneda local), apariencia de lujo, trato elegante, discreción total.”

La fiesta de la empresa tuvo lugar en un hotel lujoso — luces deslumbrantes, el tintinear de copas, risas y charlas mezcladas con música suave al fondo. Hán — la pequeña secretaria con un sueldo ajustado — ingresó al salón en medio de un silencio contenido. Aunque se había esmerado con un maquillaje discreto y había elegido el vestido más sencillo pero elegante que tenía, seguía sintiéndose como alguien fuera de lugar en ese mundo espléndido. Todas las miradas la recorrían; los susurros eran imposibles de ocultar, cargados de juicio.

Mai, la compañera conocida por sus burlas, se acercó con un aire de suficiencia y dijo lo suficientemente alto para que muchos la escucharan:

— “Hán, ¿en serio viniste sin nadie? ¿O será que… toda la vida te quedarás sola?”

Esa frase resonó en el salón entre las luces y la música, haciendo que el rostro de Hán se encendiera, su corazón latiera con fuerza, como si su orgullo hubiera sido perforado.

En ese momento de vergüenza, ella dirigió la mirada a la pantalla de su teléfono: allí aparecía un anuncio en una aplicación de citas discretas que decía:
“Renta un novio para eventos — desde 5 millones (de moneda local), apariencia de lujo, trato elegante, discreción total.”

Sus manos temblaban, el corazón parecía querer estallar. Con un impulso arriesgado, pidió un novio falso para esa noche. No pensó demasiado; solo deseaba que alguien entrara en escena para rescatarla de las risas desdeñosas y las miradas inquisitivas.

Unos veinte minutos después, cuando la gente todavía murmuraba, la puerta del salón se abrió. Un hombre entró — sencillo pero cautivador: camisa blanca, pantalón oscuro, mirada profunda con un aire de misterio. Se dirigió hacia Hán, se detuvo, y con una leve sonrisa dijo:

— “Perdón por llegar tarde, el tráfico hoy estuvo terrible.”

Ante el asombro de todos, tomó su mano y apoyó el brazo sobre sus hombros con naturalidad, como si fueran conocidos de toda la vida. Mai puso los ojos en blanco y comentó, con tono burlón:

— “¿Ese es el novio de Hán? Qué curioso ver un novio falso tan creíble.”

Él solo sonrió con suavidad:

— “Soy su novio, ¿te sorprende?”

De inmediato, la atmósfera del salón cambió: las miradas que antes eran de curiosidad burlona se tornaron en interés sorprendido.

Durante toda la fiesta, él conversó con todos — sin alardes, sin pretensión — con confianza ligera y modales pulcros. Hán sintió que su corazón perdía el ritmo. Se preguntaba: ¿por qué estaba él ahí? ¿Y quién era él realmente?

Cuando la fiesta alcanzó su punto medio, el señor Tùng — su jefe directo — la apartó hacia un rincón con voz baja y amenazante:

— “Ven esta noche a mi oficina, revisaré lo de que te den el puesto de asistente…”

Ella retrocedió, con voz temblorosa negó. Pero él avanzó, usando un tono bajo con insinuaciones opresivas. En ese instante apareció una sombra delante de ella: una mirada helada, voz firme:

— “Ella ya dijo que no. ¿No escuchaste?”

Con semblante serio, él contestó:

— “¿Y tú quién eres para intervenir?”

Él se mostró tranquilo:

— “Soy su novio, y no permitiré que nadie la obligue.”

El salón pareció congelarse: los susurros y gestos sutiles desaparecieron. Finalmente, el señor Tùng reculó, dejándola a ella con el corazón trastornado.

La fiesta concluyó. Al partir, él la escoltó fuera del escenario de luces. Cuando ella le ofreció el sobre con 5 millones — el pago acordado — él negó con la cabeza:

— “Hablaremos luego.”

Ella no tuvo tiempo para reaccionar; su corazón ya se llenaba de mil preguntas: ¿por qué no aceptó el dinero? ¿Quién era él en verdad?

Los días siguientes, ella regresó al trabajo bajo viejas presiones: horas extra injustas, compañeros mirándola diferente, el señor Tùng encontrando nuevas maneras de someterla. Pero cada vez que ella se encontraba en una situación difícil, él aparecía — mandando mensajes de advertencia, pruebas, protegiéndola. En una reunión crucial, él permaneció fuera del salón pero le enviaba consejos por mensaje para que ella respondiera con destreza — y ella triunfó más allá de lo esperado.

Luego vino una tormenta: la empresa la acusó de filtrar documentos confidenciales. Un USB apareció en su escritorio, pruebas señalaban hacia ella, todos daban la espalda. En el momento más desesperado, él se presentó frente al consejo directivo, proyectó video que mostraba a Mai robando los archivos, además de una grabación donde Mai admite la conspiración. La sala quedó en silencio. El señor Tùng y Mai no pudieron negar nada. Él declaró claramente: ella era inocente. Él resultó ser hijo del presidente del consejo, el heredero — el hombre que ella creyó “alquilado” por 5 millones — era en realidad quien detenta el mayor poder.

Cuando la verdad se reveló, todas las culpas se amontonaron, todas las miradas de duda se transformaron en respeto. Hán, entre lágrimas y conmoción, miró al hombre que una vez creyó solo un contrato, ahora convertido en su apoyo.

Una historia que empezó con un clic arriesgado — rentar un novio — se convirtió en el puente entre dos mundos que parecían imposibles de unir. Y al final, no fue la fortuna ni la casualidad — sino la sinceridad, la paciencia y los gestos más simples los que construyeron ese puente.

La vida de ella, de alguien que fue menospreciada y pisoteada, se dio vuelta por completo — no por suerte, no por “tener dinero”, sino gracias a la fe, al coraje y al hombre que supo ver su valor verdadero.