“Regresó a casa antes de lo previsto, llena de ilusión y amor por su esposo. Pero al abrir la puerta… su corazón se rompió en mil pedazos. Su mejor amiga, en quien confiaba ciegamente, estaba embarazada, y su marido la abrazaba frente a todos. Su suegra, su madre, todos los que creía cercanos, permanecían en silencio. En ese instante, su mundo se desmoronó. Entre dolor y traición, debía decidir: ¿perdonar o vengarse? Y todo apenas comenzaba… nadie sabía hasta dónde la llevaría esta tragedia.”

Regresé de mi viaje de negocios antes de lo esperado. No le dije a nadie que volvía. Quería sorprender a Miguel. Cuando llegué a nuestra calle, vi varios autos estacionados frente a nuestra casa. El jardín estaba decorado con globos azules y rosas. Un cartel decía: “Bienvenido, nuestro pequeño milagro”.

Aparqué mi auto una calle más allá y caminé hacia la casa. La puerta estaba entreabierta. La música y las risas se derramaban desde adentro. Cuando entré, me quedé congelada. En medio de la sala, Carmen, mi mejor amiga, estaba visiblemente embarazada de seis meses. Mi suegra, Rosa, acariciaba suavemente su vientre mientras mi madre servía bebidas. Los regalos estaban apilados sobre una mesa decorada.

—¿Ya está lista la habitación del bebé? —preguntó mi tía Elena.
—Casi —respondió Carmen—. Miguel insistió en pintarla él mismo. Ha trabajado en eso todos los fines de semana.

En ese momento, mi esposo entró llevando más bebidas. Se acercó a Carmen, la abrazó por detrás y puso sus manos sobre su vientre.

—Solo necesitamos montar la cuna. La elegimos juntos la semana pasada.

Vi cómo mi madre se tensaba al verme. Se acercó rápidamente.

—Anna, no esperábamos que vinieras hoy —susurró, agarrándome del brazo—. Vamos afuera, necesitamos hablar.

Me aparté de su agarre.
—¿Hablar de qué? —dije—. ¿De cómo mi esposo dejó embarazada a mi mejor amiga mientras yo trabajaba en otro país?

El murmullo en la sala se apagó. Carmen fue la primera en notarme. Su rostro se puso pálido. Miguel quedó paralizado, su mano aún sobre su vientre.

—Anna —empezó—.
—Ni se te ocurra —lo corté—. ¿Cuánto tiempo llevas engañándome?

Nadie respondió. Mi padre, parado en un rincón, ni siquiera podía mirarme a los ojos.

—Puedo explicarlo —dijo Carmen, dando un paso adelante—. No queríamos que te enteraras así.
—Ah, ¿y cómo planeaban decírmelo? ¿Después de que naciera el bebé o cuando cumpla 18 años? —intervino mi suegra—. Anna, por favor, piensa en el bebé. Carmen no necesita este estrés en su condición.

—¿Su condición? —solté una risa sin humor—. La misma condición en la que yo estuve hace dos años cuando perdí a mi bebé. ¿Dónde estaba tu preocupación entonces, Rosa?

El silencio que siguió fue ensordecedor. Mi madre intentó de nuevo:

—Cariño, sé que esto es difícil.
—¿Difícil para quién? ¿Para mí, que trabajé sin parar durante nueve meses mientras mi esposo dormía con mi mejor amiga? ¿O para todos ustedes que tuvieron que mantener la farsa?

Miguel finalmente se apartó de Carmen.

—Anna, ¿podemos hablar en privado? No armes un escándalo.
—¿Un escándalo? No, Miguel. Un escándalo sería contarle a todos cómo me convenciste de aceptar ese trabajo en el extranjero. Cómo dijiste que necesitábamos el dinero para empezar nuestra familia.

Me volví hacia Carmen.
—¿Te dijo eso o te dijo que se sentía solo y abandonado mientras su cruel esposa perseguía su carrera?

Carmen empezó a llorar.
—No fue así… no planeamos esto.
—Claro que no. Supongo que solo tropezaste y quedaste embarazada de mi esposo. Estas cosas pasan, ¿verdad?

Los invitados comenzaron a moverse incómodos. Algunos agarraron sus bolsos, listos para irse. Mi padre finalmente habló:

—Anna, cálmate. Estás alterada.
—¿Alterada? No, papá. Estoy perfectamente tranquila. De hecho, estoy agradecida.

Mi madre frunció el ceño, confundida.
—¿Agradecida?
—Sí, porque ahora veo a todos por lo que realmente son. Mi esposo, el mentiroso; mi mejor amiga, la traidora; y mi familia, los cobardes que eligieron proteger esta mentira en lugar de mí.

Me acerqué a la mesa de regalos y tomé uno al azar.
—Este es tuyo, mamá. Compraste un lindo regalo para el bebé de la amante de tu yerno.

—Anna, por favor —suplicó mi madre.

Rompí el papel de regalo. Era un conjunto blanco para bebé con detalles azules.

—Qué considerado. Espero que hayas guardado el recibo.

Miguel dio un paso adelante, intentando quitarme el regalo.
—Basta, Anna. Te estás haciendo la ridícula.
—¿Hacerme la ridícula? No, Miguel. Eso lo hiciste tú solo, embarazando a mi mejor amiga mientras yo pagaba todas las cuentas.

Mi suegra se levantó, indignada.
—¡Esto es demasiado! Miguel solo buscaba la felicidad que tú no le dabas. Siempre ocupada. Siempre trabajando.
—Tienes razón, Rosa. Estaba demasiado ocupada trabajando… trabajando para pagar la hipoteca de la casa donde tu hijo dormía con mi amiga.

Miré alrededor de la sala. Cada rostro familiar ahora parecía el de un extraño.

—¿Saben qué? Pueden quedarse con la casa, los muebles, los regalos. Pero Miguel, te sugiero que consigas un buen trabajo, porque ya no tendrás acceso a mi dinero.
—¿De qué hablas? —preguntó él, pálido.
—Hablo de que mientras yo estaba en el extranjero, no solo trabajaba… también consultaba a un abogado. Tengo pruebas de cada centavo que gasté en esta casa, en ti, en nuestro matrimonio.

Salí de esa casa sin mirar atrás. Mis manos temblaban, mi respiración era errática, pero me negué a derrumbarme frente a ellos. No merecían ver mis lágrimas. Ignoré las miradas curiosas de los vecinos, que probablemente escucharon cada palabra del escándalo.

Subí a mi auto y cerré la puerta de golpe. Mis manos apretaron el volante hasta que los dedos se me pusieron blancos. Mi visión estaba borrosa, pero me negué a llorar. Arranqué y conduje sin rumbo, solo queriendo alejarme de esa pesadilla.

Mi teléfono se llenó de mensajes, llamadas perdidas de mi madre, textos de Miguel, incluso de Carmen:

—Por favor, Anna, necesitamos hablar. Esto no debía pasar así. No entiendes la situación.

Oh, entendí. Entendí perfectamente. Entendí que mientras yo trabajaba para mantener mi hogar, mi familia y mi matrimonio, ellos estaban juntos. Entendí que cada vez que Miguel me llamaba diciendo que me extrañaba, era una mentira descarada. Entendí que cada vez que Carmen decía que estaba ocupada y no podía hablar, era porque estaba ocupada con él.

Un sabor amargo llenó mi boca. Asco. Asco de mí misma por no verlo antes.

Después de conducir un rato, me estacioné en un hotel cualquiera. Necesitaba un lugar para respirar. No volvería a esa casa, que ahora era un monumento a mi humillación. Fui a la recepción, reservé una habitación por unos días. La recepcionista me miró extrañada, probablemente por mi aspecto desaliñado, pero me dio la llave sin hacer preguntas.

Al entrar, cerré la puerta y me desplomé en la cama. Solo entonces me sentí abrumada por el peso de todo. Me acurruqué, abrazándome a mí misma, dejando caer las lágrimas: lágrimas de rabia, de asco, de un dolor profundo y sofocante que me oprimía el pecho. Pero no podía quedarme así para siempre. Tenía que actuar.

A la mañana siguiente fui directamente a la oficina de mi abogado. Él ya sabía de mi situación y tenía todos los documentos necesarios para asegurar que saliera de este desastre con el menor daño posible.

—Quiero iniciar el proceso hoy —dije con firmeza—. Divorcio, división de bienes, todo. Y quiero que quede claro que Miguel no verá ni un centavo de mi dinero.

Asintió:
—Tienes más que suficiente evidencia para disputar cualquier reclamo que él haga. La casa está a tu nombre. Todos los gastos los cubriste tú. No tiene derecho a nada.

Respiré hondo.
—Bien. Que lo descubra por las malas.

Salí de la oficina con una extraña sensación de alivio. Por primera vez en mucho tiempo, sentí que tenía el control de mi vida. Mi teléfono vibró: Miguel. Lo ignoré. Minutos después apareció un mensaje:

—Necesitamos hablar. Por favor, Anna.

Solo respondí:
—Habla con mi abogado.

Pasaron días y las llamadas y mensajes no cesaron, hasta que una tarde, mientras tomaba un café en un local cerca del hotel, alguien se acercó a mi mesa: Miguel. Lucía fatal, con bolsas profundas bajo los ojos y el cabello despeinado, pero no sentí simpatía.

—Anna, por favor…

Se sentó frente a mí sin invitación.
—No quería que te enteraras así —dijo.
—Ah, ¿y cómo querías que me enterara? ¿Con una invitación al baby shower?

Se pasó la mano por la cara, exhausto.
—No quería que pasara así… cometí un error.
—¿Un error? ¿Embarazar a mi mejor amiga fue un error? No, Miguel. Fue una elección. Elegiste dormir con ella, mentirme, permitir que todos lo encubrieran.

Bajó la cabeza:
—Me sentía solo, Anna. Tú nunca estabas, siempre viajando, siempre ocupada…
—¿Y por qué estaba ocupada, Miguel? Porque yo pagaba nuestra maldita casa mientras tú no hacías nada.

No dijo nada.
—¿Quieres saber lo más irónico? Continué—. Tomé ese trabajo pensando que estábamos construyendo algo juntos. Hice sacrificios pensando que era por un bien mayor… pero mientras trabajaba hasta agotarme, tú estabas acostándote con mi mejor amiga.

Me miró desesperado:
—Sé que la cag… Anna, ¿no podemos arreglar esto de otra manera?

Me incliné hacia adelante, mirándolo directo a los ojos:
—Ya lo estamos arreglando. Mi abogado ya presentó el divorcio. No recibirás ni un centavo de mí. Y respecto a ese niño, espero que seas un buen padre, porque quiero que salgas de mi vida.

—Anna, por favor…
—Se acabó, Miguel.

Me levanté y me fui sin mirar atrás.