Su amante se burlaba de mí… hasta que se enteró que los dos autos y la casa estaban a mi nombre.”
Durante meses soporté las miradas de lástima. Los susurros a mis espaldas. Sabía lo de Valeria mucho antes de que Marcos pensara que yo lo sabía.

El día que finalmente lo confronté, ella estaba allí. En mi sala. Bebiendo de mis copas de cristal.
—Ay, pobrecita— dijo Valeria, recostándose en el sofá como si fuera suyo—. ¿Te sientes traicionada? Bienvenida al mundo real, querida.
Me quedé en el umbral de la puerta, observándola. Marcos tenía la decencia de al menos parecer incómodo.
—Valeria, ya basta— murmuró él.
—¿Ya basta? No, Marcos. Ella necesita entender cómo son las cosas ahora— se giró hacia mí con una sonrisa afilada—. Mira, no es nada personal. Simplemente él necesita a alguien que esté a su altura. Alguien con ambición. No una persona que se conforme con la mediocridad.
—Valeria…— la voz de Marcos sonaba tensa.
—¿Qué? Es verdad. Mírate, todavía usando esa ropa del año pasado. Marcos merece algo mejor. Yo puedo darle la vida que realmente quiere. Viajes, fiestas, conexiones importantes— cruzó las piernas, disfrutando cada palabra—. Deberías agradecerme, en realidad. Te estoy liberando de un matrimonio donde claramente no encajabas.
Respiré profundo. Era mi momento.
—Tienes razón en algo— dije finalmente—. Marcos merece la vida que quiere.
Ella sonrió, triunfante.
—Exactamente. Sabía que lo enten…
—Por eso mañana puede mudarse contigo. A tu apartamento.
Marcos palideció.
—¿Qué?
—Esta casa está a mi nombre, Marcos. Solo a mi nombre. Herencia de mi abuela, ¿recuerdas? Nunca la pusimos en común— saqué mi teléfono y comencé a escribir—. Estoy enviándole un mensaje a mi abogado ahora mismo.
Valeria dejó de sonreír.
—Espera, ¿qué estás haciendo?
—También los dos autos están a mi nombre. El BMW y el Mercedes. Los compré yo con mi dinero antes de casarnos. Marcos nunca quiso “perder el tiempo” con papeleo— miré a mi esposo directamente a los ojos—. ¿No era esa tu frase exacta?
—Mi amor, espera, podemos hablar de esto…
—No hay nada que hablar. Quiero que salgas de mi casa. Ahora— me volví hacia Valeria—. Tú también. Inmediatamente.
Valeria se puso de pie, su rostro enrojecido.
—Pero… pero Marcos tiene un excelente trabajo. Gana muy bien.
—Gana bien, sí. Pero gasta mejor— sonreí por primera vez—. ¿No te lo dijo? Tiene tres tarjetas de crédito al máximo. Deudas que yo he estado pagando durante años porque él “estaba construyendo su imagen profesional”. No hay ahorros, Valeria. Todo lo que ves aquí, todo lo que tiene valor, es mío.
El silencio era delicioso.
—No puede ser— susurró ella.
—Marcos, dile la verdad— lo desafié—. Dile cuánto tienes en tu cuenta bancaria en este momento.
Él no respondió. Tenía la mirada fija en el suelo.
—¿Marcos?— la voz de Valeria había perdido toda su confianza.
—Mil doscientos dólares— murmuró él.
—¿Qué? ¿Cómo vas a pagar el alquiler de un lugar decente? ¿Cómo vamos a…?
—Esos son tus problemas ahora, no míos— caminé hacia la puerta y la abrí de par en par—. Marcos, tienes hasta mañana al mediodía para sacar tus cosas. Después cambiaré las cerraduras.
Valeria me miró con una mezcla de incredulidad y rabia.
—Eres una…
—¿Mediocre?— la interrumpí—. Quizás. Pero soy una mediocre con un techo sobre la cabeza y sin deudas. ¿Puedes decir lo mismo?
Ella salió hecha una furia, sus tacones repiqueteando contra el mármol del recibidor.
Marcos se quedó un momento más, buscando palabras que ya no importaban.
—Esto no es lo que yo quería— dijo finalmente.
—Lo sé— respondí con calma—. Querías el pastel completo. Mi casa, mi estabilidad, mi paciencia… y tu aventura. Pero la vida no funciona así.
Él salió sin decir más.
Cerré la puerta y me apoyé contra ella. Mis manos temblaban, pero no de miedo o tristeza. Era algo diferente. Era libertad.
Al día siguiente, mientras Marcos empacaba sus cosas en silencio, sonó mi teléfono. Era un mensaje de un número desconocido.
“¿Es verdad que te vas a divorciar? Necesito hablar contigo sobre Marcos. Hay cosas que debes saber. – Carolina”
Sonreí. Aparentemente, Valeria no era la única. Y aparentemente, yo no era la única que había estado pagando sus cuentas.
Marqué el número de mi abogado. Esta iba a ser una conversación interesante.
Porque resultó que la mediocre sabía exactamente cómo proteger lo suyo. Y eso, al final, valía más que cualquier aventura.