“¡Demasiado Grande para Mí… Pero Lo Intentaré!” — Susurró la Rica Dama al Gigante Vaquero….

Su vestido de seda gris, bordado con hilos de plata, susurraba contra el suelo de madera, mientras sus pasos la guiaban hacia el centro, donde el gigante cowboy, Javier el Toro Morales, la esperaba con su torso desnudo brillando bajo el resplandor del fuego. Javier era un coloso, un hombre tallado por el desierto, con músculos que parecían rocas vivientes y un sombrero gastado que ocultaba parcialmente sus ojos fieros.

Su piel, curtida por el sol contrastaba con la suavidad de Isabella, cuya riqueza la había aislado de las crudezas del mundo. Pero esa noche algo en la mirada de ella lo había atraído como un imán y él, incapaz de resistirse, había aceptado su invitación secreta. demasiado grande para mí, pero lo intentaré”, susurró ella con una voz temblorosa pero cargada de deseo, sus manos acariciando los brazos de él mientras se arrodillaban frente al fuego.

El crepitar de las llamas parecía compasar sus respiraciones entrecortadas. Isabella, con sus dedos temblorosos, desató el cinturón de cuero de Javier, sus ojos abiertos de par en par al descubrir la magnitud de su masculinidad. Un jadeo escapó de sus labios, un sonido que mezclaba sorpresa y una lujuria salvaje.

“¡Dios mío, esto es un pecado”, exclamó, pero sus manos no se detuvieron, explorando con una mezcla de reverencia y audacia. Javier gruñó, su voz profunda resonando en la cabaña mientras la tomaba por la cintura y la acercaba, sus cuerpos chocando como un trueno en la tormenta. La ropa de Isabella cayó al suelo como hojas secas, revelando su piel pálida y sus curvas exuberantes, un contraste hipnótico contra la rudeza de Javier.

Él la levantó con facilidad, sus manos fuertes sosteniéndola como si fuera una pluma, y la llevó hacia una manta de pieles junto al fuego. “Eres mía esta noche”, rugió él, su aliento caliente contra su cuello, mientras ella se arqueaba, entregándose al torbellino de sensaciones. Sus labios se encontraron en un beso feroz, un choque de dientes y lenguas que prometía más de lo que las palabras podían expresar, pero el deseo no estaba exento de peligro.


Afuera, los ecos de un pasado turbulento acechaban. Isabel ya había huído de una vida de matrimonios arreglados y traiciones, y su fortuna atraía a bandidos como moscas al miel. Esa misma noche, un grupo de forajidos liderados por el temido el rojo había seguido su rastro hasta la cabaña. Mientras Javier y Isabella se perdían en su éxtasis, las sombras de los jinetes se alzaron en el horizonte, sus rifles brillando bajo la luna.

Dentro el calor entre ellos crecía. Javier, con una fuerza que parecía sobrehumana, la tomó con una pasión que hizo temblar las paredes de madera. “Más fuerte!” gritó ella, su voz un grito de liberación, mientras sus uñas se clavaban en la espalda de él, dejando marcas rojas como sellos de su unión. El tamaño de Javier la llenaba de una mezcla de dolor y placer, un límite que ella empujaba con cada movimiento, sus gemidos resonando como un canto primitivo.

“No puedo creer que lo esté haciendo”, jadeó, sus ojos brillando con una mezcla de sock y éxtasis. De repente, un disparo rompió el aire, seguido por el estruendo de botas contra la puerta. El rojo irrumpió, su rostro desfigurado por una cicatriz y sus ojos inyectados en sangre. La quiero viva, pero él muere, rugió, apuntando a Javier con un revólver humeante.

Isabella, desnuda y vulnerable, se interpusó entre ellos, su cuerpo temblando, pero su voz firme. “Tócalo y te arrancaré el corazón con mis propias manos”, chilló, su furia alimentada por el amor y la lujuria que aún ardía en ella. Javier, sin perder un segundo, tomó su propio rifle y disparó, derribando a uno de los bandidos que entraba por la ventana.

El caos estalló, balas silvando, muebles destrozándose y el fuego chispeando con cada impacto. Isabella, con una agilidad sorprendente, agarró un cuchillo de la mesa y apuñaló a un bandido que intentaba sorprender a Javier por detrás. La sangre salpicó su rostro, pero ella no flaqueó, su mirada fija en el líder.

“Esto es por atreverte a interrumpirnos”, gritó lanzándose hacia él. El combate fue brutal. Javier, con su fuerza descomunal, aplastó a dos hombres con sus puños, mientras Isabella luchaba con una ferocidad que nadie hubiera esperado de una dama de su clase. El rojo, herido vivo, logró escapar, jurando venganza mientras galopaba hacia la noche.

La cabaña quedó en silencio, solo interrumpido por las respiraciones agitadas de los amantes. Cubiertos de sudor, sangre y cenizas, se miraron con una intensidad que trascendía lo físico. Javier la trajó de nuevo hacia él, su miembro, a un pulsante contra su piel. “No hemos terminado”, murmuró, y ella, con una risa salvaje, lo empujó contra la manta.

“Entonces termina lo que empezaste”, respondió, montándolo con una audacia que hizo temblar el suelo bajo ellos. Sus movimientos eran frenéticos, un baile de carne y deseo, mientras el fuego los envolvía en un resplandor infernal. Cada embestida era un desafío, cada gemido un grito de victoria. Isabella, perdida en la pasión, sintió que su cuerpo se rendía por completo, un orgasmo tan intenso que la dejó temblando y gritando su nombre.

Javier, oh Dios, Javier”, exclamó mientras se la seguía, su rugido llenando la cabaña como un trueno. El clímax los unió en un momento de pura unión, sus cuerpos entrelazados como si el mundo exterior no existiera, pero el mundo no los dejaría en paz. Al alba, los rumores de la batalla llegaron a las autoridades y pronto un destacamento militar rodeó la cabaña.

Isabella, envuelta en una sábana, negoció con ellos. usando su riqueza y conexiones para salvar a Javier de la Orca. “Es mi hombre ahora”, declaró con orgullo, su mano apretándola de él. Los soldados, impresionados por su determinación, se retiraron dejando a la pareja sola una vez más. Esa noche, bajo las estrellas se juraron amor eterno.

Javier, el gigante del desierto, y Isabella, la dama de fuego, encontraron en su pasión una fuerza que desafiaba a la muerte. Nunca dejaré que nadie nos separe”, susurró ella besando las cicatrices de su pecho. Él sonrió, su mano acariciando su rostro. “Yo yo te protegeré con mi vida, mi reina.” Pero el destino tenía otros planes.

El rojo, herido vivo, planeaba su regreso y con él traería una venganza que pondría a prueba su amor hasta el límite. Por ahora, sin embargo, se entregaron al calor de sus cuerpos, sabiendo que cada encuentro podía ser el último. En esa cabaña perdida, entre el polvo y las llamas, nació una historia de amor tan salvaje como el oeste mismo, un romance que mezclaba sangre, sexo y un deseo que nunca se apagaría. M.